miércoles, 13 de junio de 2012

-- Anécdotas literarias.

    Os ofrezco a continuación unas anécdotas refrescantes de cuatro conocidos literatos,  que estoy seguro os arrancarán una deliciosa sonrisilla de complicidad.
   

George Simenon (1903-1989). Escritor belga.
    Asistía George Simenon al estreno de una película policíaca muy mala. Malísima y tremendamente aburrida, en la que el protagonista asesinaba a media docena de personajes y al final se suicidaba ingiriendo una dosis letal de veneno.
-- ¿Qué le ha parecido la película, señor Simenon? -le preguntaron al escritor.
-- Bueno -respondió él-, pienso que al final de la película el protagonista no debiera de haberse suicidado envenenándose. Sino pegándose un tiro.
-- ¿Y eso por qué?
    Y respondió el novelista:
-- Porque así nos hubiera despertado a todos los de la sala.

Ernest Hemingway (1899-1961). Escritor estadounidense.
    Para los que creemos que la mayoría de las versiones cinematográficas que se hacen de las novelas dejan mucho que desear, aquí va esta anécdota.
-- ¿Está escribiendo alguna nueva obra, señor? -le preguntaron un día a Hemingway.
-- Pues sí, sí. Efectivamente, estoy en ello.
-- ¿Y puede adelantarnos de qué tratará?
    A lo que Hemingway asintió:
-- Claro que sí. Es algo totalmente nuevo y original. Está inspirada en una película que hicieron de una de mis novelas anteriores.

Mark Twain (1835-1910). Escritor estadounidense.
    Cuentan que Mark Twain, cuando ya era reconocido y famoso en el mundo entero, le confesó a un amigo íntimo:
-- ¡Ah! Yo tardé diez años en descubrir que no tenía ningún talento para dedicarme a escribir.
-- ¿Y por qué no lo dejaste, entonces?
    Y Mark Twain se encogió de hombros:
-- Porque cuando me di cuenta de eso, ya era demasiado famoso.

Bernard Shaw (1856-1950). Escritor irlandés.
-- ¿Qué edad me echa usted? -le preguntó una sofisticada y elegante dama a Bernard Shaw.
    El escritor la miró muy detenidamente, sin perder detalle, y le contestó:
-- Si me fijara sólo en su espléndida dentadura, diría que 18 años. Si me fijara sólo en su espesa y linda cabellera, diría que 14 años. Y si me fijara solamente en su espléndido tipo, yo diría que 20.
    La dama, emperifollada, coqueta y radiante de felicidad, insistió:
-- Es usted muy amable. Entonces, ¿cuántos cree que tengo?
    Y el escritor respondió:
-- Pues sume 18, más 14, más 20... ¡52 años, señora mía!

(Con agradecimientos a mi amiga Luciana Varvello).



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4 comentarios:

  1. Aquí te dejo una de nuestro admirado Óscar Wilde.


    En sus años de estudiante, Wilde ya se comportaba de una forma  excéntrica. 
    Los sesudos catedráticos de Oxford, convencidos de su escasa preparación, decidieron probarlo y en el transcurso de un examen de griego le hicieron traducir el Capítulo 27 de los Hechos de los Apóstoles que contiene una serie de términos náuticos de gran dificultad. 
    Contra lo que esperaban, la traducción de Wilde fue perfecta y, cuando le interrumpieron para felicitarle, les contestó 
    "Disculpen, no me interrumpan. Quisiera seguir leyendo para ver en que acaba todo esto"

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  2. podría hacerse un blog interminable solamente con las anécdotas del entrañable Oscar Wilde. Su vida entera, podríamos decir que fue una grande y deslabazada anécdota: una anécdota cruel.
    De todas maneras y por mucho que lo admire, he de reconocer que debió de ser un tipo encantadoramente insoportable.

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  3. Respuestas
    1. Muchísimas gracias. Siempre es agradable recibir comentarios halagadores...Aunque en esta ocasión, todo el mérito sea de estos autores que en su tiempo nos dejaron todo su arte y su ingenio.
      Gracias y un cordial saludo.

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