Como los niños escapaban corriendo sin dar lugar a que los alcanzara, Bartolo caía en el barro de rodillas y se echaba a llorar desconsolado, hasta que alguien se le acercaba y le ponía una mano en el hombro o le acariciaba la cabeza y le decía:
-- Venga, Bartolo, con lo grande que eres ya, hijo...
Bartolo era grande, sí, pero también era tonto.
Y no un tonto cualquiera.
Bartolo era el tonto del pueblo...
Ser el tonto del pueblo conlleva sus responsabilidades: tantas como ser el médico, el boticario, el dueño de la barbería o el camarero del casino.
Ser el tonto del pueblo significa humillar la cabeza y hablarse a veces de tú con la Soledad. Y eso sin contar con los pescozones que te regalan, las collejas que se te vienen a la cabeza cuando menos las esperas, las burlas sin ningún grado de sutileza o las zancadillas inmisericordes que te hacen, los días que más llueve, ir a darte de bruces en el charco más embarrado de la plazuela.
Ser el tonto del pueblo es algo así como ser su pararrayos, el desmantelador de truenos que de otra manera acabarían por prender en algún fleco y hacer arder el pueblo entero.
Bartolo sabe que sin él, en el pueblo pronto prendería la más mortal y destructora de las llamas: la del aburrimiento.
Bartolo sabe que sin él, las calles serían meras rías de paso y la plazuela un triste trozo de pueblo perdido que no tiene tonto.
Por eso Bartolo tiene el don envidiable de rehacer pronto la sonrisa, una sonrisa que es hermosa porque aflora de los ojos antes que de los labios, porque asoma siempre con generosidad aunque sea desde una cara pringocheada de barro y de lágrimas.
Por eso yo me acerco a su vera, le tiendo una mano y le ayudo a levantarse, mientras le revuelvo el pelo de la cabeza y le digo:
-- Venga, Bartolo, con lo grande que eres ya, hijo...
Y Bartolo empieza a sonreír y quiere darme las gracias, pero antes de que acabe de incorporarse le meto otro fuerte empujón que lo manda a todo lo largo de vueltas al charco, en medio de grandes salpicaduras. Y hasta la plazoleta me llegan las risas del boticario, del camarero de la cantina, del barbero y del médico: ¡Bartolo, Bartolo, qué tonto es Bartolo!
-- Recuerdos de Rinconete y Cortadillo.
-- Juegos de Mesa.
-- Infancia sí, pero...
No se que comentario hacer ÑAO.La mayoría de la veces que se pretende ser ingenioso, termina uno ganándose el calificativo de tonto. Y yo hoy no quiero ser protagonista.
ResponderEliminarMe ha gustado mucha esta entrada.
Un abrazo ÑAO.
la tontura de tantos Bartolos, era un buen pretexto para hacer resaltar la falsedad y la estupidez del resto de los que no nos consideramos un Bartolo más. Como ya decía nuestro Oscar Wilde, en los exámenes los tontos hacen las preguntas que los listos no saben responder. Abrazos.
ResponderEliminarBuenos días, de mil amores, te deseo un buen domingo...besos mil..
ResponderEliminarbesos mil, cielo, me alegra saludarte. Feliz domingo.
ResponderEliminarCompañero, me acabas de joder (o como se diga) un artículo. Llevaba tiempo queriendo escribir algo sobre los tontos del pueblo y me lo acabo de encontrar hecho. No digo que yo fuera a escribir esto, pero sí que digo que no quisiera escribir otra cosa. A buscar otro tema. Un saludo.
ResponderEliminar¿Y por qué vas a buscar otro tema? Habiendo como hay quinientos tontos distintos y cinco millones de listos por el mundo.
EliminarA este Bartolo de mi relato, llegué a conocerlo en un pueblo de Sevilla, en Coria del Río. Ni se llamaba Bartolo ni era tan tonto, pero me dió el pié para este articulo.
Ni, por supuesto, lo empujé a ningún charco... aunque fui testigo de que otros lo hacían.
Una de mis pasiones, aparte de escribir, es la magia con las cartas. Y de mil trucos con cartas que pueda hacerte, solamente utilizo unas siete técnicas: barajar en falso, cortar a lo croupier, hacer un salto, hacer un doble, hacer una mezcla de Vernon, hacer una falsa entrada tipo Tamariz... O arriesgar con la inocencia de que siempre se suele pensar en una carta de corazones o en un siete o en un as.
Mil trucos con siete técnicas
Pues lo mismo. El tema del tonto tiene mucho juego, siempre que se le trate a cierta distancia y con respeto. Porque la conclusión debe de ser, que los tontos somos nosotros.
Seguro que puedes sacarle otra punta al tema.
A éste o a cualquiera que leas.
Escribir -y eso es de ley-, es plagiar pero con estilo propio.
Todos los escritores han hecho lo mismo siempre.
Un abrazo, compañero.
Alguien dijo que el mundo es un pañuelo y nosotros los mocos. Viví en Coria del Río durante siete años. De esa infancia que al recordar (a Umbral le leí que recordar es pasar las vivencias por el corazón) nos parece siempre tan idílica, pero que al vivirla quizás no lo fue tanto. Algo dices tú sobre eso en uno de tus artículos. Hace mucho tiempo (entre 1964 y 1970), pero siempre que paso por Sevilla, cojo la guagua (perdón, el bus) y me acerco a Coria a dar una vuelta por el parque, subir el Cerro y comerme unos camarones al lado del mercado de abastos. Eso sí, me llevé la decepción más grande de mi vida en uno de los viajes. Quise ver el bar el Barril, que fue el primer trabajo que tuve en mi vida y me lo encontré convertido en la peña bética Ruiz de Lopera, aun no me he recuperado del susto. A un sevillista como yo no se le puede hacer esto. Un abrazo compañero.
EliminarJaja, tienes arte para dar y para regalar. Pues en Coria fué uno de mis primeros trabajos. Y en una cafetería, durante doce años. Y Coria del Río es hoy para mí mi pueblo adoptivo, porque he pasado mucha vida allí, he trabajado mucho allí, he golfeado mucho allí y he conocido a mucha buena gente allí.
EliminarDe hecho -ya que del Sevilla surge el tema-, como tenía allí mi trabajo me alquilé un apartamento... y durante cinco años, mi vecino fué Manolo Cardo, ese gran entrenador y esa gran persona.
Jaja. La vida -sí- la vida es pañuelo, pero del tamaño de una toalla playera.
Estoy de acuerdo en lo de que los tontos somos, precisamente, los que no consideramos serlo. Los Bartolos como el del relato son gente entrañable, felices con muy poco y siempre sonrientes. En cambio, los "no tontos" andamos siempre quejándonos, amargados y perdiendo la vida por culpa de preocupaciones que, en muchas ocasiones, ni siquiera tienen sentido. ¿Quién es más tonto? Un gran abrazo
ResponderEliminarNi más ni menos era lo que quería decir con tan cruel relato. Tan cruel como la vida. Tan cruel como los miles de tontos que vamos por la vida dándonolas de listillos y creyendo siempre que los tontos son los demás.
EliminarY al final, somos nosotros los que acabamos dando de cara en el charco... sin necesidad de que nadie nos empuje.
Un fuerte abrazo, querida amida.