Lo dejaron parado y era joven, unos... cuarenta y largos. Pocas veces a las seis de la mañana, habíase fumado un cigarrito en la terraza. Pocas veces había visto amanecer a las seis de la mañana, porque a esa hora siempre andaba afeitándose, vistiéndose, amarrándose los cordones de las botas y saliendo pitando al curro.
Ahora, sin trabajo, fuma en la terraza y son las seis de la mañana. Sin trabajo.
Todavía no quiere darse cuenta de lo que se le cae encima. Todavía no. Ni facturas ni hipotecas ni amenazas de embargo. Tiempo habrá. Son las seis de la mañana. Hace años y años que no lleva a su hija al colegio, por ejemplo. Hace años y años que no la recoge a las dos de la tarde, por ejemplo. Hace años y años que no pasea cuando el resto de los mortales trabajan, por ejemplo. Hace años y años que trabaja sin acordarse de que tiene una terraza desde donde se ve amanecer, desde donde se ve a la gente que corre presurosa a su trabajo, dejando tras de sí hogar, familia y humos. Hace años que no sabe lo que es fumar a las seis de la mañana en la terraza y tener el día entero para él.
-- Pues hoy me voy al centro con mi hija... Ya le haré un justificante para el colegio.
La niña, como podéis imaginaros, loca de contenta. ¿Porque no tiene que ir a clase? Sí, por supuesto. ¿Porque su padre se la va a llevar al centro, a desayunar y pasear...? Claro que sí. Nunca lo han hecho antes. Nunca.
Y toman juntos el autobús. Desayunan juntos mirando al río, pasean de la mano clavándole al recuerdo chinchetas con una nota pinchada en el corazón de su ciudad, o en su propio corazón. Una torre, un puente, una muralla, una fuente a donde el padre tira una moneda y piensa en un deseo...
-- ¡Tira una moneda, papá! ¡Tira una moneda y cierra los ojos, papá!
Un deseo, una moneda, un deseo, una moneda.
Al día siguiente, vuelven a ser las seis de la mañana. Hoy la niña va al colegio, con su correspondiente justificante: dolor de cabeza, muelas, fiebre, pesadillas... Qué más da. Y el padre queda en casa, dando vueltas por el pasillo o recostado en el sillón, como un leproso, como un indeseable, como una mota de polvo grande y molesta, que estorba... Son dos llamadas al móvil las que recibe. La primera, que su hija es apta para ser operada de la vista, con grandes probabilidades de éxito. La segunda: que la Empresa Martínez le pide disculpas y desea reintegrarlo al puesto de trabajo que ocupó usted durante veinte años.
Salta de contento, no puede evitarlo, ¿quién no haría lo mismo? Se quita el chandall, las babuchas, se afeita, se arregla y baja las escaleras saltando los peldaños de dos o de tres en tres, como un crío en pos de una pelota, a la busca de su esposa que debe de estar haciendo la compra, cerca... ¿Qué más podría contaros? Aquella noche no cenaron en casa, lo hicieron en un bar cercano donde la niña se pasó las horas montada en un cacharrito del Pato Donald, mientras sus padres se miraban a los ojos y acercaban sus caras para decirse que, a pesar de todo, Dios aprieta pero no ahoga.
No merece, a pesar de todo, hacer esta historia más larga de lo que en realidad fué.
A los dos días, recibió una carta muy explícita donde le informaban de que la operación de su hija no era factible ni podían darse garantías de buenos resultados. También, pero ésto a los tres días, la Empresa Martínez no lo despidió, sino que cerró y proclamó a voz en grito la suspensión de pagos.
Volvió a la terraza. Volvió a la terraza, a fumar y a ver los coches pasar por la avenida, veloces o fugaces como cerillas apagadas en agua, coches de gente que vuela a su trabajo. Y más tarde, desde la terraza, madres que llevan al colegio a sus hijos legañosos cogiditos de la mano.
Una hora después, vuelve a casa su esposa con la compra: trae yogures, carne, fruta, tabaco y la prensa del día:
"ROBAN LAS MONEDAS DE LA FUENTE DE LOS DESEOS: persona o personas desconocidas, han hurtado esta pasada noche todas las monedas que la fuente de los Deseos custodiaba en sus profundidades. Se cree que... "
Hasta soñar te quitaron, amigo. Hasta soñar.
Hasta soñar te quitaron, amigo. Hasta soñar.
Si,si, es verdad.
ResponderEliminarCuando veas a tu vecino soñar, saca tu corta alas a pasear.
Asi es la vida nao.
Triste y bonito...malditos robamonedas.
ResponderEliminarCrudamente real.. La verdad es que nos los quitan por no estar unidos... Esa es su fuerza. Anna
ResponderEliminarSí, Anna, pero al contrario de las monedas que yacen en el fondo de tantas fuentes, los sueños no permanecen estáticos. Los sueños -además de monstruos- también engendran sueños nuevos. Y así a cada sueño robado, le sucede uno y otro y otro sueño que estrenamos con la misma ilusión que el primero. Así somos. Así vamos viviendo dís tras día. Un saludo muy cariñoso.
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