sábado, 17 de diciembre de 2016

-- Pedir Perdón en Público.

     TE PIDO PERDÓN EN PÚBLICO.

     Me duele, sí, pero no me avergüenzo.

     Casi tres meses ya sin verte, ¡qué ligero pasa el tiempo...! 
     
     Ayer,  y  sé que suenan  feas y  no son quizás las palabras más acertadas, te  puse los cuernos. Y aunque nada me una a ti, aunque nunca quizás hemos sido nada el uno para el otro, te aseguro que me ha dolido...  me ha dolido como si te engañara. 

      Me miro ahora al espejo como si fuera un extraño, como si otra etapa de mi vida se iniciara ante mí... y no me reconozco. ¡Canas nuevas en mi cabeza y manos nuevas que la han vuelto a acariciar, con el mismo tacto conque tú lo hacías! Sus dedos se deslizaban por mi cabello, pero yo recordaba tus dedos. Sus ojos me miraban pero yo recordaba tus ojos. Su sonrisa me decía que adelante, que tuviera paciencia, que tuviera confianza... pero yo recordaba tu sonrisa. Incluso sus palabras eran igual de acariciadoras, pero no podía evitar pensar en todas tus palabras.

     Y sí, también sus silencios me hicieron recordar nuestros silencios. Muchos, hubo muchos...

     Ya supongo que andarás con otros y que me olvidarás pronto. Lo sé. No te lo reprocho. Vales mucho y nunca te faltarán adeptos.... sobre todo, cuando no haya obstáculos tan puñeteros como la Distancia. Esa distancia que nos ha terminado separando, esa distancia que ninguno jamás llegamos a creer que significara nada. Esa distancia a la que nunca di valor.

     Ayer, por vez primera o quizás segunda, te engañé. Te he echado de menos, pero al final se impuso la Distancia por delante de nuestra Gran e Inquebrantable Amistad. ¡Quién lo diría hace tan solo un par de meses, en que por vez última nos vimos...! 

     No dejaré nunca de pensarte. Nadie me pelaba como tú.

(Con cariño y afecto a mi peluquero de siempre. Lo siento, Juan. Pero tener que coger el coche cada dos meses para ir a la calle Arroyo y cortarme el pelo, ya se me hacía cansino. Me he ido con el peluquero de mi calle, que está debajo del bloque. Y además no es sordo y no me chilla en la oreja haciéndome saltar del asiento cuando más relajado estoy, para preguntarme si deseo que me corte las patillas. Un abrazo). 



jueves, 8 de diciembre de 2016

-- Juicio a Tadeo Sila.

   Todo empezó hace unas tres semanas y por ello hasta el día de hoy no he tenido oportunidad de escribir nada en este blog.

-- ¡El Estado contra Jesús Tadeo Sila! -enunció el Secretario-. Tenga la bondad de subir al estrado, señor Tadeo.

   Miré a mi abogado y él me sonrió intentando darme ánimos, conque me levanté muy seguro de mí mismo y tomé asiento donde me indicaban.

   El fiscal -un tipo gris con traje gris-  se puso entonces en pié y tras pasearse encorvado ante el Juez, se aproximó a mí, con las manos en la espalda y un labio montado sobre el otro, en actitud compungida y meditabunda.

-- ¿No es verdad, señor Tadeo -empezó a hablar, mirando al suelo, muy reconcentrado-, no es verdad que la mañana del 17 del pasado mes de noviembre, paseando usted con su hija por la Avenida de la Buhaira, sobre las diez más o menos... la abofeteó salvajemente porque ella, ¡su hija!, ¡una niña de once años!, tuvo la mala, la triste, la penosa y desgraciada fortuna de poner el pie en un charco? ¡No responda, por favor! ¡Calle! Déjeme terminar y hable solamente cuando se le pregunte -se detuvo, se acarició la barbilla, miró al techo-. Cabría preguntarse, señor Tadeo Sila; cabría preguntarnos,  ¿acaso usted nunca ha pisado un charco? Reflexionemos con cautela.  ¿Quiere hacer creer a este Tribunal, señor Tadeo Sila, que es usted tan ágil y tan extremadamente perfecto que jamás en su vida ha pisado un... charco, como inocentemente hizo su pequeña y adorable hija?

   Me revolví en mi asiento.

-- ¡Responda! -graznó el tipo-. ¿Por qué está callado?

-- Bueno, me acaba usted de decir que no resp...

-- ¡Nada de trucos, señor Tadeo! Aquí no nos chupamos el dedo. Responda cuando se le pregunte.

-- Jamás he abofeteado a mi hija, señor -sonreí-. Y no pisó el charco inocentemente, mi niña. Sino a conciencia, con la intención única  de salpicar a ...

-- ¡Intención! -clamó el fiscal, deteniéndose y mirándome a la cara por primera vez-. ¡Intención! Usted, su padre, su progenitor, que acude a esta Sala como acusado, pretende endosar intencionalidad sobre los frágiles hombros de una criatura de once años que además es su hija. Su hija. Recuérdelo. No se limita a abofetearla vilmente, sino que achaca a ella...

-- ¡Yo no abofeteé a mi hija cuando pisó el charco! -exclamé, un poco mosca.

-- ¿Quiere decir que la abofeteó sin motivos? ¿Por sadismo? ¿Por placer? Resuelva las dudas de este Tribunal, señor Tadeo Sila.

-- ¡Quiero decir que no la abofeteé! Me limité a recriminarla y cogerla por el lóbulo de una oreja. Jamás le he puesto a mi hija la mano encima.

-- ¿No le ha puesto la mano encima pero le tira de las orejas cuando pisa un charco?

-- ¡No le tiré de las orejas! ¡Agarré su lóbulo y la pellizqué, solamente eso!

-- No haga juego de palabras, señor Tadeo. Ya conocemos su habilidad escribiendo, pero no es éste momento ni lugar. Responda: la abofeteó por pisar un charco, ¿sí o no?

-- ¡No! ¡Rotundamente no!

-- ¿Por qué entonces la agredió, fuera ya a bofetadas o fuera ya a pellizcos en las orejas?

-- ¡Pero...!

-- No tengo más preguntas.

   Miré a mi abogado, que volvió a sonreírme, conciliador.

   El Juicio se aplazó hasta el día siguiente.

-- No pasa nada -me aseguró mi abogado al siguiente día, antes de entrar en la Sala-. Vamos bien. Este fiscal tiene fama de duro, pero sus argumentos no se sostienen. Cuando me toque hablar, demostraré con análisis forenses que una bofetada no provoca daños irreversibles en las paredes craneales de...

-- ¡Que no le di ninguna bofetada, coño! Que solamente...

-- Ya. Las orejas. Pero tampoco es grave. Las orejas, oh. No hay lesiones y los daños tampoco son clínicamente alarmantes. Mantén la calma. Toma, relájate echando un vistazo a la prensa. No leas la portada, no quiero que te hundas.

"JESUS TADEO SILA, EL CÉLEBRE BLOGUERO, PASEA A SUS HIJOS TIRÁNDOLES DE LAS OREJAS, PARA EVITAR LOS CHARCOS".

   Entré al Juzgado sudando. Empezaba a imaginarme metido en una espiral que iba absorbiéndome lenta y pastosamente.

-- Señor Tadeo Sila -principió el fiscal, sin rodeos, enarbolando unas notas en una mano y apuntándome con la otra- ¿En octubre de 2010 abofeteó usted a su jefe porque éste no le concedió una semana de vacaciones? Responda sí o no.

-- ¡No! ¡Por supuesto que no!

-- ¿Por qué lo abofeteó entonces?

-- ¡Jamás he abofeteado a nadie!

--¿ Debe este Jurado inferir, pues, que le tiró de las orejas, tal y como suele hacer con su hija cuando la desgraciada tiene la mala fortuna de ir a pisar un charco?

 Me revolví en mi asiento, inquieto. Tragué aire e intenté explicarme:

-- Vamos a ver. Estamos tergiversando los hechos. No creo que este Jurado pueda imputarme ningún delito por tirar de la oreja a un hijo que salta en un charco con el único fin de salpicar a...

-- No cambie de tema, señor Tadeo. Hablábamos ahora de la bofetada que le propinó a su jefe por negarse éste a concederle vacaciones anticipadas.

-- ¡No he abofeteado a mi jefe en la vida...!

-- Vale, vale. No lo abofeteó. Pero no nos quiera hacer ver que tirar de la oreja a un superior por negarle éste unas cavaciones seguramente inmerecidas, puede soslayarse tan fácilmente. No se haga el listo, señor Tadeo. No quiera embaucar con su presunto talento para la oratoria a este Juzgado. No estamos en ningún foro de ninguno de sus agresivos blogs de tintes xenófobos.

-- ¿Cómo?

-- Lo ha oído bien, señor Tadeo. A este fiscal le consta su actitud violenta hacia la gente de color que vende pañuelos en los semáforos.

-- ¡Nunca compro pañuelos en los semáforos!

-- Claro que no. ¿Por qué habría de comprarle pañuelos a un negro? ¿No es eso lo que quiere decir? Supongo que es más fácil tirarles de las orejas. No hay más preguntas.

   Los periódicos de la mañana sacaron una edición especial.

JESUS TADEO SILA, EL BLOGUERO RACISTA: "ES MÁS FÁCIL TIRAR A UN NEGRO DE LAS OREJAS QUE COMPRARLE KLINES. NO ME HACE FALTA ABOFETEAR A NADIE. ¿PARA QUÉ ESTAN LAS OREJAS, EH?"

-- No hay motivos para preocuparnos -me susurró mi abogado, antes de entrar en la Sala por tercera vez.- Rebatiré sus argumentos uno a uno. De todas maneras, si un negro mete la cabeza por la ventanilla de tu coche, ¿por qué no vas a poder tirarle de una oreja amistosamente?

-- Pero yo no...

--Ah, no tiene mayor importancia. Todo el mundo lo hace.

   A estas alturas, el ambiente en la Sala era ciertamente opresivo. Habían venido periodistas de cada rincón de España. Y una delegación de Uganda y otra de Nigeria se sentaba entre el público, con actitud en verdad hostil.

   La Asociación de Empresarios Unidos también había enviado sus respectivos representantes.

-- Creo, Señoría -empezó el fiscal, que a estas alturas vestía traje blanco, camisa azul y una palomita roja de lunares blancos en el cuello- que se está claramente demostrando la actitud violenta del Señor Tadeo Sila hacia grupos indefensos como niños, inmigrantes o directivos de pequeñas o medianas empresas. Sea a bofetadas o a tirones de oreja, el Señor Tadeo adolece de un odio visceral hacia las clases más marginadas de nuestra sociedad.

  Al decir esto, el fiscal señaló dramáticamente a uno de los miembros de la delegación de Uganda, un negro de metro y medio que lucía unas grandes orejas de las que pendían unos zarcillos de metal que se las estiraban groseramente hacia abajo. Un murmullo de horror recorría la sala. El público miraba la dilatada oreja del Ugandés y me miraba después a mí, murmurando por lo bajo y señalándome disimuladamente.

-- Señor Tadeo -principió el fiscal-. Está usted costando mucho dinero a los contribuyentes, con esta pantomima de Juicio. ¿Por qué no confiesa de una vez la verdad?

-- ¿Pero qué verdad ni qué...?

   Me callé. Había caído en la trampa hábilmente tramada.

-- ¿Ni qué niño muerto, iba quizás a decir... señor Tadeo?

  El sudor, como goterones de cera, me corría de la frente a los labios.

  Frente a mí, mi abogado, con la cabeza gacha, se arrascaba un codo.

-- Mire, don Jesús Tadeo Sila. Asuma su culpabilidad ahora y todo será más fácil. No puede ir abofeteando a la gente cuando le plazca. ¡Vale, vale! Tirando de las orejas. No entremos en minucias gramaticales en las que ya sabemos anda usted muy puesto. Reconozca que no puede evitar agredir a ciertos colectivos indefensos. ¡Reconózcalo aquí y ahora!

-- ¡No tengo que reconocer nada! ¿Pero de qué me está usted hablando? Paseo con mi hija. Ella salta en un charco. Me salpica a mí y a un matrimonio que caminaba cerca. Y con dos deditos, ¡entérese bien!, con dos deditos la tomo de una oreja muy suavemente y le digo que eso no se hace. ¡No hay más! ¿A qué viene tanta...?

-- ¡Con dos deditos! -alzó sus brazos el fiscal, en el culmen del más doloroso dramatismo-. ¡Con dos deditos los tirones de oreja! Y hay que inferir de ello, que las bofetadas las suelta con cinco, ¿verdad? ¡Oh, con cinco deditos...! Son solamente cinco deditos, ¿qué daño puede hacer una bofetada solamente asestada con cinco deditos? Me repugna usted, señor Tadeo. Repugna usted a esta Sala, perdone que se lo diga.

   El murmullo de fondo fué subiendo de tono y el Juez hubo de asestar seis mazazos en la mesa para acallarlo. Una señora se desmayó en la última fila y uno de los representantes de Nigeria comenzó a dar forma entre sus manos a un muñequito de cera, sospechosamente parecido a mí. Salí escoltado por media docena de policías. En la edición de los diarios de fin de semana, un gran titular a todo color anunciaba:

JESÚS TADEO SILA: "RECOMIENDO USAR DOS DEDOS PARA LOS TIRONES DE OREJAS Y CINCO PARA LAS BOFETADAS". Y de fondo, una foto mía que no venía a cuento,  con la palma abierta, que algún desarmado me había sacado mientras espantaba una mosca o paraba un taxi.

   El lunes, y tras las torpes apelaciones de mi abogado, se decretó el secreto de sumario y aquí ando, aguardando una sentencia que ha de llegar tarde o temprano.

   Cuando salí de los Juzgados, llovía. Una muchedumbre sedienta de justicia me esperaba. Pero empecé a saltar sobre los charcos que encontré en mi camino y los puse a todos perdidos.

    A mi abogado, eso sí, le tiré de las orejas con cinco dedos.




jueves, 1 de diciembre de 2016

-- Conversación Padre e Hijo.

AYER escuché o soñé (porque de tanto escribir ya no sabe uno lo que vive o lo que sueña), una pequeña conversación entre un padre y su hijo de quince años: 



-- Mira, hijo mío, siento lástima cuando os veo a todos los de vuestra edad. Mírate, hijo. Consumes bebidas que te prometen la chispa de la vida. Engulles comida rápida que nada aporta a tu organismo. Escuchas unas músicas y canciones que ni dicen nada ni tienen un atisbo de la mínima estética. Quemas la vista delante de la pantalla de un ordenador, viendo tonterías mil veces repetidas. Te pasas las horas con tu teléfono móvil, aislado del mundo que en verdad te rodea. Mira hijo, siento lástima de TU GENERACIÓN, de verdad.



-- Mira, papá. La Bebida que yo consumo, la Comida basura que yo como, la Música que yo escucho, el Ordenador que quema mi vista, el Móvil que me aisla.... Nada de ello es de mi Generación, papá. Todo ello lo creasteis vosotros, todo ello lo perfeccionasteis vosotros. La gente que me ha dado lo que yo disfruto, la gente que me ha dado esta vida que me reprochas, fue gente de TU GENERACIÓN. Una generación anterior a la mía, papi. La tuya.





jueves, 13 de octubre de 2016

-- Carta dentro de un libro.

Transcribo, sin añadir ni quitar coma, una carta que encontré entre las páginas de una novela policíaca, adquirida días atrás en una vieja librería del centro de Sevilla, más exactamente en un conocido mercadillo de libros usados. La carta tiene fecha de hace ya muchos años y tan sólo he cambiado los nombres propios.
    
     Ver la cara de tu amante, me ha hecho reparar por primera vez en la tuya, Ángela. Esto que lees, no se parece en nada a una novela policíaca de las que tanto gustas. Y como puedes observar, si en verdad lo fuera, pocos la leerían, porque la intriga ha quedado desvelada en la primera línea que he escrito: debes entender que lo sé todo. Y a partir de aquí, o seguir leyendo o conformarte con saber que se acabó el cuento: el de hadas de tu joven amante, el de terror de éste tu indeciso esposo. O el de viajes y aventuras donde has sido tú la intrépida protagonista durante no sé ni me importa cuánto tiempo.
    
     Ramón Conde -¿te suena?, ¿te sorprendes?- me ha parecido un jovencito de lo más encantador, así, visto a lo lejos, jaja. Si es un crío, Ángela, si es un crío, ¿cómo has podido...? Le doblas la edad. Es un crío a tu vera y ni siquiera he tenido valor para arrastrarlo por las calles, porque sé que lo engañas a él tanto como a mí.
    
     Los ojos de tu amante y los ojos de nuestros hijos, como los de cualquier niño,  son tan parecidos... Gastan miradas que no temen al desengaño, porque ni siquiera imaginan que exista nada en otras miradas que pueda no ser tan noble como en las que en ellos centellea. Los ojos de ese Ramón y los ojos de nuestros hijos, ¿lo has pensado alguna vez?, son ojos condenados a deshoras a conocer el brillo de la perfidia, a perder por un ruin capricho ajeno (el tuyo) la facultad mágica del asombro, a no parpadear más delante de la cara de quien más confianza les mereció: tú. Tú, Ángela. ¿De veras que nunca te has dado cuenta?
    
     Me ha costado trabajo, pero no ha sido un trauma desolador dejar de amarte. Quiero decir, que parece cierto que tememos más a los sentimientos que a los hechos que los motivan. Que suele dar más miedo pasar miedo que plantar cara a la causa que lo provoca. Y eso debe de ser lo que me ha llevado últimamente a esquivar o a pretender eclipsar la certeza inexcusable de que algún día tendría que escribirte una carta como ésta, para decirte simple y llanamente que he dejado de quererte.
    
     Que ya no te quiero, Ángela. Y que ver la cara de tu amante me ha hecho reparar por primera vez en la tuya. Me ha hecho fijarme con más detenimiento en la de nuestros hijos, para preguntarme lleno de dolor que quién osa burlarse, que quién se atreve, que quién puede tomarse a guasas o desbaratar de una bofetada sin mano la inocencia mágica que irradian sus miradas... Porque atiende, escucha. Que la vida aseste palos, me parece normal y hasta edificante: pero que los palos los aseste gratuitamente la misma madre que nos parió, me parece imperdonable, perverso por no decir una verdadera cabronada, digna de cobardes que ni merecen el desquite a que obliga el insulto.
    
     Y mira que te he querido... ¡cuánto te he querido! No temas, porque nada enturbiará mi memoria. Nada de esta Ángela reflejada hoy en los ojillos claros de un jovencito imberbe, ensombrecerá nunca a la Ángela a la que amé. Que te he querido y que ya no te quiero, eso es lo único que va a revelarte esta carta.
    
     Antes de ponerme a escribir, he estado hurgando en la caja de lata donde guardamos las fotos. En una aparecemos tú yo, de recién casados. Hay otras en que aparecemos de novios, hace más de veinte años, sentados en un columpio de un parque, yo afeitado y tú todavía con el pelo hasta la cintura. Después, fotos de colores más vivos en que aparecen ya nuestros hijos, Tere con apenas cinco añitos, Tere en su primera comunión mostrando en la muñeca su reloj blanco. En otra estampa muy bonita estás tú, de medio cuerpo y desnuda de la cintura para arriba, dando el pecho a Manuel, que se aferra con sus manitas a tu cuello. Las últimas, de hace un año, todos en la playa, formando una escalera sobre la arena, hincando la sombrilla, retozando o bañándonos... Y en una de ellas, tú y yo besándonos. Me he pasado horas con esta foto en la mano, observando tu cara. Supongo que ya salías con Ramón entonces. Que esas llamadas que ibas de vez en cuando a hacer a la cabina próxima, para preguntar por tu hermana o por tu madre, eran tan falsas como tu pretendida placidez o tu desbordada sonrisa ante la cámara. Supongo que cuando desfilábamos cada mañana camino de la playa, o cuando sesteábamos en el apartamento, o cuando salíamos a cenar a un velador por las noches, supongo que ya tú pensabas en él. Tus dedos, supongo, ya guardaban entonces el tacto de su piel. Y tus labios...
    
     ¿Pero sabes qué es lo que más me asombra de todo esto? ¿Sabes el sentimiento más extraño que ha propiciado en mí esta caja de lata repleta de fotografías? Te lo diré. La sensación de que no podré ya prescindir de ella. De que ahora más que nunca, vendré a perder la vista por aquí: cualquier mañana como hoy mismo en la soledad de esta salita, o cualquier noche en el mar sin horizontes de mi cama. La sensación de que necesito hoy, ¡y no me duele!, recordar día tras día que he sido feliz a tu vera. Que te he amado sin contemplaciones y que mi memoria por siempre estará impregnada de ti.
    
     Lo que tú haces y lo que tú hagas ya, a mí va a importarme un carajo. Y te lo digo así de drástico y de bárbaro, como quien arroja una palada de cemento que presta contundencia a este muro de acero: porque a aquél lado te quedas tú y a éste otro me quedo yo, con mi caja de lata cargada de instantes... Y de cada instante, ¿no lo sabes?, es menester recordar el sentimiento que cada uno nos propició y no tanto el instante reflejado en la imagen. Recordar risas pero no el chiste. Recordar cosquilleos de placer, pero no la mano que los propició. Recordar la ilusión de una cita sin necesidad de tener que recordar quién debía de acudir a ella... Eso me quedo. Sólo de esta forma se vive mirando al frente, sin hacerle el juego a la añoranza y sin desear nunca, para nada, volver atrás.
    
    Tú te perderás, Ángela, serás para siempre pura química impregnando papel kodac. De ti sólo me restarán sensaciones. Evocaré amor sin evocarte a ti. Miedo sin evocar monstruos. Será difícil pero aprenderé a hacerlo cada día un poco mejor, en la soledad temprana de esta salita o en el mar sin horizontes de mi cama; al principio, con la caja de lata sobre mis rodillas, después sin otra cosa que mi antojo... Y mi bella Tere y mi travieso Manuel.
    
     Te dejo, Ángela. Y no es una coletilla más para rematar una carta cualquiera: te dejo en el sentido más amplio de la palabra. ¿Lo coges? Te dejo porque en los ojos de tu amante he podido asomarme a los tuyos y he visto también reflejados los de mis hijos. Ramón Conde está, al fin y al cabo, en esa edad en que los azares de la vida asestan, tarde o temprano, sus primeras estocadas, casi siempre bajo el disfraz luminoso del Amor.
    
     Pero mi Tere y mi Manuel, no. Todavía no. Tanto más si el disfraz que para la ocasión ha elegido el azar, es el disfraz de su mismísima madre.
    
     Te quise un día: Julio.


Esta es la carta, tal cual la encontré, muy arrugada pero cuidadosamente doblada en el interior de una novela policíaca. El papel es viejo y presenta en su superficie a modo de unos como oasis aislados y blanquecinos, que he intuído perfectamente fueron un día huellas de lágrimas. No puede discernirse, claro está, de lágrimas de quién. Si de quien la redactó o de quien fué su destinataria. Eso quedará, aunque no tenga mayor importancia, a la imaginación de cada cual.







Quizás pueda interesarle:
-- Justificante para el profesor de la niña.
-- Un paseo por el centro.
-- Cuando tenías cuatro años, hija.

martes, 4 de octubre de 2016

-- Facebook y sus muros vacíos.

    ¿Cara de Libro o Cara de Muro?
   
   En Facebook se marca mucho la moda. Poca gente se pringa hablando o diciendo lo que siente.    


    Miras muros de casi cualquiera, y son muros en los que no existe nadie... Muros como los muros de viejos castillos, donde no pululan sino fantasmas. Muros sin respuesta, muros sin personalidad. Muros que comparten imágenes, muros que copian mensajes, muros donde solamente habita un dedo hacia arriba o un dedo hacia abajo; muros donde no hay genio ni carácter, muros cuyos dueños parecen limitarse a ver lo que otros decimos para

erigirse en Jueces de lo que es digno o no es digno de Compartir. O lo que es digno o no es digno de comentar... aunque para comentar, sí que hablan y por los codos en los muros ajenos.


    En Facebook, hay muros tan gruesos y sosos como muros. Tan feos como muros. Tan pesados como muros. Tan vacíos y huecos a la vez.... como muros. Nadie escribe. Nadie se pronuncia. Nadie tiene algo nuevo o algo original que decir. Nadie es capaz de pronunciarse hasta que no se pronuncien los demás. Y cuando los demás nos pronunciamos, se limitan a compartir, a reír, a criticar o a darle al dedo: dedo arriba o dedo abajo. 




    En facebook, poca gente escribe. Y si entras en sus páginas, ves que en vez de muro tienen una lápida. Una loza. Una vieja pared de ladrillos donde van pegando lo que los demás escriben, donde van opinando sobre lo que los demás opinan. 




    En Facebook, una mierda puede darle la vuelta al mundo a base de compartirla una vez y otra. Es muy fácil alzar o bajar el dedo. Y es muy difícil, por lo que veo, unir dos frases seguidas aunque no las comparta ni Dios. 




    Odio esos muros llenos de carteles de aquí te pillo y aquí te copio y pego.




    Gracias a Dios, agradezco esos otros muros por donde a veces es un placer pasear. Muros donde sus dueños escriben. Muros sin almenas, pero guardados y defendidos con las simples armas de unas palabras, de un pensamiento, de una idea, de una ilusión, de un cabreo mal digerido o de un poquito de ganas de dejarse llevar. Muros vivos, muros rotos. 




    Muros habitados.




martes, 27 de septiembre de 2016

-- Running para novatos.

¡Y SEGUIMOS PONIÉNDONOS EN FORMA.... MÁS O MENOS!


    Ya dejé constancia, creo, de qué manera esos vídeos de Rocky me motivan y me hacen dar todo de mí. Y ahí sigo. Intentando superarme. Y si antes me motivaba solamente la Banda Sonora, ahora me motivan las imágenes de la peli e intento emularlas cada mañana.... En verdad, que me siento Rocky (no sé exactamente cuál, porque  hay muchos).  Pero es impresionante lo que día a día voy consiguiendo...

    
    El primer día, llevado de mi ansia de superación, perdí 1360 calorías en solamente diez minutos, ¡1.360 calorías, Dios...! Oh, ya sé que salí demasiado aprisa de casa y  que me dejé la bolsa con mis dos hamburguesas de pollo y papas fritas encima de la mesita de noche, además de dos latas de cerveza en el frigo, pero joder, ¡son 1360 calorías perdidas en solamente diez minutos, lo que tardé en darme cuenta de mi estúpido olvido y volver a subir las escaleras!


    Salí de casa, ya digo, con una voluntad hercúlea. Apoyándome con una sola mano, tal y como hace Rocky, salté la valla de mi casa. No vivo en una casa, sino en un bloque de pisos y la única valla que hay es la de los aparcamientos.  

    La salté airosamente y me comí, literalmente, la señal de Stop que hay después de la valla. Tampoco se me puede pedir más. Un camión que recogía la basura a esas horas de la madrugada, se detuvo unos instantes y tocó el claxon con un poco de guasa;  y los basureros que iban agarrados atrás me animaron con gritos de júbilo, "¡adelante, adelante!",  o quizás "¡los dientes, los dientes...!"  Sea lo que fuere no aplaudieron, porque se hubieran caído del camión de una manera muy tonta. Pero ese aliento que me daban (o desprendían) me animó a seguir corriendo, corriendo...


    Ese primer día, creo que me hice más de dos kilómetros. O al menos eso decía mi calculadora de bolsillo pegada con cinta aislante al hombro, porque aún no tenía aplicaciones de esas que te avisan cuando el bulbo raquídeo te va a salir por la nariz o el pulmón izquierdo va a dejar la calle hecha una mierda. Pero aseguro que llegué a casa y me miré al espejo y me sentí un hombre nuevo, un hombre totalmente desconocido.... aunque solo fuera porque había perdido las gafas y un pequeño atisbo de embolia cerebral me hacía torcer la boca a un lado y sostener el cigarrillo entre la nuez y el cuello de la camisa.



    Los demás días, me he ido superando. Ya abro la valla de los aparcamientos con el mando a distancia, en vez de saltar sobre ella. Parecerá una tontería, pero es algo que te motiva, saber que en esta vida puedes sobrepasar todos los obstáculos que te propongas con solamente poner un poquito de tu parte. Y corrí y corrí y corrí, como Rocky, con ansias de superación y de demostrar al Mundo entero que soy el mejor...



    En sólo seis horas llegué al Parque de María Luisa... Ya sé que diréis que vivo a diez minutos del parque, pero os aseguro que el autobús tarda el doble. Y yo iba corriendo, corriendo, corriendo.... Igual que mi ídolo, igual que mi Rocky Balboa.... Y como  él, en cuanto estuve en el parque, los niños empezaron a correr detrás mía con sus gritos jubilosos y animadores.  Hay quien dice que había una excursión de Secundaria y que cuando desayunaban tumbados en el césped, le pisé la mano a uno y a otro el bocadillo de chope. No sé. No tengo qué decir.  Creo que es envidia o ganas de denigrarme.  


   Me quedo con esa imagen entrañable de cientos de chicos (¡y hasta profesores!) siguiendo mi estela y dándome ánimos para correr con un ímpetu hasta entonces desconocido... "¡te amamos! ¡te amamos más y más, campeón!", escuchaba que decían a mis espaldas. O  "¡te amamo a matá, cabrón!", algo parecido. Y entonces ví ante mí la hilera de bancos. Una larga hilera como los que Rocky va saltando de uno en uno. Y apreté el ritmo. Salté el primero y me sentí volar, más que nada porque se me enganchó absurdamente el tobillo izquierdo y me di de bruces con una de las columnas de la glorieta que hay en el centro del Lago de los Cisnes. Pero también en el vídeo de Rocky vuelan las palomas cuando Rocky corre, ¿no...? ¿Qué más dan palomas o patos o hasta dos ranas?


    Cuando hice abdominales, le pedí a mi amigo el frutero que me ayudara. Tal y como hace Rocky, me tumbé boca arriba y empecé a darle caña, subiendo y bajando, subiendo y bajando con las manos apoyadas en mi nuca, una vez y otra, mientras mi amigo el frutero se comía un coco con la cáscara y me daba puñetazos en el estómago. Es un tipo algo bruto, pero no es malo.  Todo fue bien hasta que empezó a salirme espuma por la boca, como a un sobreviviente de un naufragio.  No era espuma de mar y además salieron por el aire ocho aceitunas y medio montadito de melva, así que le dije al frutero que pagara las seis cervezas y se fuera ya a la frutería y le diera puñetazos a un melón, no te jode.



    Y ya solo me quedaba la Escalera. Porque mi Rocky Balboa sube una escalera y yo no puedo ser menos. De vueltas al barrio (mientras todo el mundo me saludaba con entusiasmo  y me seguía, desde basureros a policías de tráfico, desde alumnos de excursión a profesores, desde patos hasta palomas y gaviotas); cuando llegué a casa, digo, ya solamente me faltaba mi ESCALERA...



    Y ahí sonó la campana. Esa campana con la que empieza la banda sonora de los entrenamientos de ROCKY.



    Ese TANG que revienta los oidos, que acalora las salas de cine, que sin saber bien el porqué resuena en tu pecho y te hace estallar el corazón. Ese ¡TANG! que hace que Rocky corra, entrene, sude, ame, recuerde,  sienta, golpee y luche por lo que desea. Y ese ¡TANG! sentí en mi pecho: como una señal de que era la hora de CAMBIAR.



    No era la señal de ser Rocky, no.  No era la señal de ser quien no soy. Ni para bien o para mal. Y si era o es una señal para cambiar, es para cambiar a mejor pero sin dejar de ser lo que soy.  

    
    Ese ¡TANG! y esa Banda Sonora que tanto puede motivar, solamente puede enseñar que los combates se ganan sin imitar a nadie. Los combates no se ganan emulando a nadie. Si sabes correr, corre. Si sabes pelear, pelea. Si sabes amar, ama. Si sabes escribir, escribe. Si sabes hacer reír, haz reír.... Vale lo mismo un boxeador que un payaso.  


    Solamente vale cambiar si recuperas lo que eres y a quien fuiste. Sin desear engañar a nadie, ofreciéndote y dándote a valer por lo que has sido. Siempre se aprende y siempre podemos mejorar, pero sin anhelar ser otro.  



    Por eso en mi último Gran Reto, simplemente por coraje y rabia..., delante de la Escalera decidí ser quien soy. Volví a escupir al ascensor y subí a pie. Con la música de ROCKY en mis oídos, pero sin prisas: no olvidando nunca que mis combates solamente puedo ganarlos cuando escribo.  Cuando amo lo que siempre he amado y cuando sigo siendo quien soy y sigo amando siempre lo que amé . No desengañar a nadie es la única manera de salir al cuadrilátero y no dejarte vencer.  Mi bolígrafo es tan fuerte como un puño y mi corazón tan duro como el papel. 



    Subí mis escaleras, sí. Quizás un poco más deprisa de lo que siempre las he subido. Pero siendo consciente de que ya las subía yo mucho antes de que las subiera ROCKY. 


-- Running para novatos.

¡Y SEGUIMOS PONIÉNDONOS EN FORMA.... MÁS O MENOS!


    Ya dejé constancia hace poco de qué manera ese vídeo de Rocky que colgué en estas mismas páginas, me motiva y me hace dar todo de mí. Y ahí sigo. Intentando superarme. Y si antes me motivaba solamente la Banda Sonora, ahora me motivan las imágenes de la peli e intento emularlas cada mañana.... En verdad, que me siento Rocky (no sé exactamente cuál, porque  hay muchos).  Pero es impresionante lo que día a día voy consiguiendo...

    
    El primer día, llevado de mi ansia de superación, perdí 1360 calorías en solamente diez minutos, ¡1.360 calorías, Dios...! Oh, ya sé que salí demasiado aprisa de casa y  que me dejé la bolsa con mis dos hamburguesas de pollo y papas fritas encima de la mesita de noche, además de dos latas de cerveza en el frigo, pero joder, ¡son 1360 calorías perdidas en solamente diez minutos, lo que tardé en darme cuenta de mi estúpido olvido!


    Salí de casa, ya digo, con una voluntad hercúlea (porque me pesaba her culo) y apoyándome con una sola mano, tal y como hace Rocky, salté la valla de mi casa. No vivo en una casa, sino en un bloque de pisos y la única valla que hay es la de los aparcamientos.  

    La salté airosamente y me comí, literalmente, la señal de Stop que hay después de la valla. Tampoco se me puede pedir más. Un camión que recogía la basura a esas horas de la noche se detuvo unos instantes y tocó la boxina  y los basureros que iban agarrados atrás me animaron con gritos de júbilo, "¡adelante, adelante!",  o quizás "¡los dientes, los dientes...!"  Sea lo que fuere no aplaudieron porque se hubieran caído del camión de una manera demasiado tonta. Pero ese aliento que me daban (o desprendían) me animó a seguir corriendo, corriendo...


    Ese primer día, creo que me hice más de dos kilómetros. O al menos eso decía mi calculadora de bolsillo pegada con cinta aislante al hombro, porque aún no tenía apepés de esas que te avisan cuando el bulbo raquídeo te va a salir por la nariz o el pulmón izquierdo va a dejar la calle hecha una mierda. Pero aseguro que llegué a casa y me miré al espejo y me sentí un hombre nuevo, un hombre totalmente desconocido.... aunque solo fuera porque había perdido las gafas y un pequeño atisbo de embolia cerebral me hacía torcer la boca a un lado y sostener el cigarrillo entre la nuez y el cuello de la camisa.



    Los demás días, me he ido superando. Ya abro la valla de los aparcamientos con el mando a distancia, en vez de saltar sobre ella. Parecerá una tontería, pero es algo que te motiva, saber que en esta vida puedes sobrepasar todos los obstáculos que te propongas con solamente poner un poquito de tu parte. Y corrí y corrí y corrí, como Rocky, con ansias de superación y de demostrar al Mundo entero que soy el mejor...



    En sólo seis horas llegué al Parque de María Luisa... Ya sé que diréis que vivo a diez minutos del parque, pero os aseguro que el autobús tarda el doble. Y yo iba corriendo, corriendo, corriendo.... Igual que mi ídolo, igual que mi Rocky Balboa.... Y como  él, en cuanto estuve en el parque los niños empezaron a correr detrás mía con sus gritos jubilosos y animadores.  Hay quien dice que había una excursión de secundaria y que cuando desayunaban tumbados en el césped, le pisé la mano a uno y a otro el bocadillo de chope. No sé. No tengo qué decir.  Creo que es envidia o ganas de denigrarme.  

.
.   Me quedo con esa imagen entrañable de cientos de chicos (¡y hasta profesores!) siguiendo mi estela y dándome ánimos para correr con un ímpetu hasta entonces desconocido... "¡te amamos! ¡te amamos más y más, campeón!", escuchaba que decían a mis espaldas ... ó "¡te amamo a matá, cabrón!", algo parecido. Y entonces ví ante mí la hilera de bancos. Una larga hilera como los que Rocky va saltando de uno en uno. Y apreté el ritmo. Salté el primero y me sentí volar, más que nada porque se me enganchó absurdamente el tobillo izquierdo y me di de bruces con una de las columnas de la glorieta que hay en el centro del Lago de los Cisnes. Pero también en el vídeo de Rocky vuelan las palomas cuando Rocky corre, ¿no...? ¿Qué más dan palomas o patos o hasta dos ranas?


    Cuando hice abdominales, le pedí a mi amigo el frutero que me ayudara. Tal y como hace Rocky, me tumbé boca arriba y empecé a darle caña, subiendo y bajando, subiendo y bajando con las manos apoyadas en mi nuca, una vez y otra, mientras el frutero se comía un coco con la cáscara y me daba puñetazos en el estómago. Es un tipo algo bruto, pero no es malo.  Todo fue bien hasta que empezó a salirme espuma por la boca, como a un sobreviviente de un naufragio.  No era espuma de mar y además salieron por el aire ocho aceitunas y medio montadito de melva, así que le dije al frutero que pagara las seis cervezas y se fuera ya a la frutería y le diera puñetazos a un melón, no te jode.



    Y ya solo me quedaba la Escalera. Porque mi Rocky Balboa sube una escalera y yo no puedo ser menos. De vueltas al barrio (mientras todo el mundo me saludaba y me seguía, desde basureros a policías de tráfico, desde alumnos de excursión a profesores, desde patos hasta palomas y gaviotas, desde jardineros del parque hasta vendedores de cocos, desde fruteros hasta avistadores de ovnis y catalogadores de especies únicas); cuando llegué a casa, digo, ya solamente me faltaba mi ESCALERA...



    Y ahí sonó la campana. Esa campana con la que empieza la banda sonora de los entrenamientos de ROCKY.



    Ese TANG que revienta los oidos, que acalora las salas de cine, que sin saber bien el porqué resuena en tu pecho y te hace estallar el corazón. Ese ¡TANG! que hace que Rocky corra, entrene, sude, ame, recuerde,  sienta, golpee y luche por lo que desea. Y ese ¡TANG! sentí en mi pecho: como una señal de que era la hora de CAMBIAR.



    No era la señal de ser Rocky. ¡Noooo! No era la señal de ser quien no soy. Ni para bien o para mal. Y si era o es una señal para cambiar, es para cambiar a mejor pero sin dejar de ser lo que soy.  

    
    Ese ¡TANG! y esa Banda Sonora que tanto puede motivar, solamente puede enseñar que los combates se ganan sin imitar a nadie. Los combates no se ganan emulando a nadie. Si sabes correr, corre. Si sabes pelear, pelea. Si sabes amar, ama. Si sabes escribir, escribe. Si sabes hacer reír, haz reír.... Vale lo mismo un boxeador que un payaso.  


    Solamente vale cambiar si recuperas lo que eres y a quien fuiste. Sin desear engañar a nadie, ofreciéndote y dándote a valer por lo que has sido. Siempre se aprende y siempre podemos mejorar, pero sin anhelar ser otro.  



    Por eso en mi último Gran Reto, simplemente por coraje y rabia.... delante de la Escalera, decidí ser quien soy. Volví a escupir al ascensor y subí a pié. Con la música de ROCKY en mis oidos, pero sin prisas: no olvidando nunca que mis combates solamente puedo ganarlos cuando escribo.  Cuando amo lo que siempre he amado y cuando sigo siendo quien soy y sigo amando siempre lo que amé . No desengañar a nadie es la única manera de salir al cuadrilátero y no dejarte vencer.  Mi bolígrafo es tan fuerte como un puño y mi corazón tan duro como el papel. 



    Subí mis escaleras, sí. Quizás un poco más deprisa de lo que siempre las he subido. Pero siendo consciente de que ya las subía yo mucho antes de que las subiera ROCKY. 


martes, 6 de septiembre de 2016

-- Arroba sin arrobo.

¿Y PARA CUÁNDO EL FELIZ DÍA DEL TONTO INTEGRAL ó
DE LA TONTA DEL CULO? 
     
     Porque ya puestos, habrá que celebrar de todo.
      
     Y en un país de analfabetos como parece ser éste (y no nombro a las analfabetas por puro respeto a la lengua) ya pienso que lo más normal sería llamar a los Pasos de Cebra algo así como Paso de Caballos o Paso de Cabrones.
      
     Y que se haga la Comunión o se haga la Comuniona. 
     
     Y que al pene se le llame pena (y no quiero señalar). 
     
     Y que si es niña con problemas, que sea una cesárea y si es niño que sea cesáreo. Y por sugerir, pues mire usted, que no quede todo en las alforjas o en los alforjos. Que vivan los pediatros, que vivan los dentistos, que vivan catequistos y que viva el padre que nos parió. 
     
     Porque es lo que tienen las redes (o cebos) socialas: que propagan las tonterías hasta límites insospechados. Y fuera coña. O fuera coño: os juro que me parto de risa cuando veo a los gilipollos de la arroba. Perdón. GILIPOLLAS. Me parto de risa viendo a tanto tonto y tanta tonta (aquí es permisible la distinción) partiéndose los dientes por una vocal.... Hablando de que la lengua es sexista. Ignorando, quizás, que el sexo fue antes que el sexismo. Haciendo el más grande de los ridículos. Obviando las más elementales normas de la gramática clásica, griega o latina, que a estos páramos nos han traído... 
     
     Lo siento. Pero mis distinciones gramaticales solamente distinguen entre analfabeto o analfabeta. O entre tonto y tonta. O entre imbécil e imbécil o idiota o idiota. Lo mismo es, por mucha arroba indignada que le pongas.... ¿a que se entiende y te das por aludido? Pues eso.


domingo, 4 de septiembre de 2016

-- Enseñar el Culo.

     En mis 50 años de vida, no he conocido un PUTICLUB más grande que las denominadas Redes Sociales.Y mira que he conocido Puticlubs.... ufff... 
     
     Lo que admiro de los Puticlubs es su discreción, porque  me consta que mi culo nunca será público. 
     
     Desde el momento en que nos conectamos a internet, sabemos a lo que vamos y sabemos dónde nos metemos: nos desnudamos para el mundo entero. Nuestras opiniones, nuestros deseos, nuestras ideas, nuestros miedos, nuestras neuras, nuestras pesadillas, nuestras ilusiones, nuestros sentimientos.... todo, todo, todo, poquito a poco y a lo tonto a lo tonto, lo vamos volcando cara al público. 
     
     No nos damos siquiera cuenta de lo que hacemos. Pero cualquier Red Social es exactamente igual que ese Puticlub, donde siempre se folla deprisa y mal, y siempre con los calcetines puestos.... ¡habrá cosa más fea! 
     
     No nos quejemos. No nos hagamos los tontos. Con cada línea que escribimos, nos estamos desnudando ante el Mundo Entero. Y lo sabemos. En las Redes Sociales, somos esas putillas o esos putillos que poco a poco se desnudan CONSCIENTES de lo que hacen.... No vengamos ahora a decir que nos quitaron la ropa: nos las quitamos nosotros cada día. Y delante de cientos o miles o millones de personas. Delante del mundo entero.
      
     INternet no tiene la discreción de esos viejos puticlubs de barrio o de carretera. En Internet, todos sabemos que tarde o temprano nos verán el culo y los calcetines puestos. Seamos consecuentes con lo que hacemos y lo que decimos. 
     
     Y no culpemos a nadie por fotografiarnos el trasero: basta con no enseñarlo.

martes, 19 de abril de 2016

-- Granada en las espaldas.

  Los camareros no nos atrevemos a molestarlo. Lo conocemos y sabemos, de sobras, que se marchará cuando recojamos la penúltima mesa....

  Tiene el pelo aún fuerte y duro, y la barba tricolor entre negra, roja y cana. Una barba mal cortada, una barba picajosa, una barba rebelde que se va a morir en los confines de la nuez del cuello. No debe de tener, el hombre, más de cincuenta años... pero aparenta mucho más.

  Al principio, cuando empezó a parar aquí, le atendíamos con una sonrisa y unas ganas escondidas de darle una patada y mandarle lejos en cuanto acabara la primera copa.

  Hoy se toma diez o doce. Paga religiosamente y cuando sabe que nos vamos, él también se va. Su mesa es siempre la penúltima que se recoge.  Nunca, nunca, nunca se queda a ver cómo recogemos la que está junto al puente, la que da al Darro, la última que siempre recogemos...

  Los camareros no nos atrevemos a molestarle. Sus ojos, aunque pudiera parecer lo contrario, tienen un matiz medio irónico y medio cachondo que a veces molesta. Su mirada es apacible y serena, pero esconde entre patas de gallo una sonrisa que parece estar de vueltas de todo. Dicen los compañeros del bar de enfrente, que se parece a un tipo que no hace ni dos años venía a pasear una vez al mes por aquí, acompañado de una chica mucho más joven que él... y que se sentaban en la mesa del fondo.
Pero no echamos mucha cuenta de estas historias. Aquí, en la Carrera del Darro, hemos visto ya de todo.

  Y este tipo de barba tricolor que se limita a beber y a mirar la sombra de la Alhambra en la pared de enfrente, no nos parece -en verdad- un gran Tenorio venido a menos.

  Viene cada noche y paga religiosamente. Eso es lo que nos importa.

  Y si su mesa se recoge la penúltima... es porque nos da propina si no recogemos antes la mesa del fondo, porque por lo visto no quiere nunca este tipo vernos recoger la mesa del fondo;  es simplemente porque a estas horas de la noche -cuando él viene- andamos ya cansados, con ganas de cerrar y no tenemos clientela... Ni siquiera parejas besándose en la mesa del rincón, la del fondo,  a la sombra de la Alhambra en esta Carrera del Darro.

  Él paga, se marcha y sé que escucha, mientras camina, el arrastrar de la última mesa y el último par de sillas, tarareando mientras le castañean los dientes por el frío un viejo tango de esencia de mujer. Y que quizás a los lejos, se vuelve y observa cómo se apaga la luz del letrero luminoso.

  También sé, todos lo sabemos, que mañana volverá. Tipos como él han hecho de su vida, quizás habiéndolo presentido muy en su interior, un lento y condenado discurrir hasta ese Paseo de losTristes, aquí en Granada, donde los últimos compases de un viejo tango terminan muriendo o confundiéndose entre el rumor de las aguas del Darro.

lunes, 11 de enero de 2016

-- Sobrepeso de Ego por Navidad.

     De entre los mensajes más GILIPOLLAS que puedes encontrarte en Facebook por estas fechas (y mira que hay gilipolleces durante todo el año, que aquí en las redes sociales cualquier gilipollez gastroinstentinal sienta Cátedra...); de los mensajes más tontos que leo, hay uno que me encanta. Uno que viene a decir lo siguiente: "NO MOLESTAROS EN FELICITARME LAS NAVIDADES NI EL AÑO NUEVO. SI NO OS HABÉIS ACORDADO DE MÍ EN TODO EL AÑO, ¿A QUÉ VIENE ACORDAROS AHORA?"

     Algo así viene a decir la gilipollez de turno, que se ve que las Fiestas Navideñas -a más de cariñosos- nos vuelven gilipollas con vuelta y vuelta. Y doraditos por arriba.

     Pues mira. Para empezar, si nadie se ha acordado de ti en todo el año será porque tampoco tú te has acordado de esa persona durante todo el año. Que los sentimientos, no hace falta ser psicólogo ni erudito ni bien leído, son y suelen ser recíprocos. Boomerangs que si lanzas vuelven y si no lanzas, no vuelven. Quizás, pues, el problema sea tuyo. O tan tuyo como el del otro. O tan del otro como mío. 

     Por otra parte, yo felicito a quien me da la gana, a quien pillo por estas fechas y son precisamente estas fechas las que me hacen pillarlo... (porque el resto del año, me ignoran o ignoran a todo el mundo). Yo felicito por inercia, yo felicito porque no hace falta ser santo ni ser mejor persona para sentir que estas fechas nos hacen sentirnos un poco más unidos que cualquier fecha del año. Nadie felicita la Feria. Nadie felicita la Semana Santa. 

     Yo felicito porque el hecho de felicitar por estas fechas, es quizás como lanzar un guante.... para que lo cojas y podamos el año que entra tomar ese café, esa cerveza o esa copa que durante todo el año los dos ignoramos. 

     No me siento mal, no, por mandarte en estas fechas un  mensaje de Felicitación. Para mí, es algo normal e incluso demasiado educado para lo que tú te mereces. 

     Lo que es de maleducado y de poca vergüenza, es que pongas en tu muro que no aceptas la Felicitación de quien no se acuerda de ti en todo el año...  El afecto, la empatía, la sinceridad, el cariño, el apego o la estima, no es un toma y daca. No es mercancía. No es moneda de cambio. Ni siquiera cotiza a la par o tiene altibajos bursátiles. Lo das o no lo das. Lo recibes o no lo recibes.... Pero nada te obliga ni a exigirlo ni a devolverlo. 

     Conque a todos los que comparten el susodicho cartelito de: "NO MOLESTAROS EN FELICITARME...."

     A todos ellos, Felicidades. Feliz Navidad. Feliz Año Nuevo. Feliz Día de Reyes. 

     Y si tuviera tan poca clase y tan poca cortesía como ellos, ya podría añadir un "NO MOLESTAROS EN..."

     Pero a veces rectificar, me da la sensación de que es de tontos. Y no me apetece, en fechas tan señaladas, terminar señalando.