lunes, 22 de diciembre de 2014

-- Toreros y Atletas.

     Pues créame que no lo entiendo, señor. O mi torpeza intelectual es manda hereditaria o las calores sevillanas que llevamos toda la vida soportando (por mucho que el del telediario venga ahora con monsergas de cambio climático y zarandajas en mi provincia sobre alertas amarillas) han debido de dejarme el caletre borboritando cual olla cervantina, "de algo más vaca que carnero".
    
     Y burla burlando (cual soneto a Violante), con la vaca, traída por los cuernos, hemos topado.
    
     Y con la vaca, el toro detrás. Y con el toro, ya tenemos el primer ingrediente de este artículo.
    
     Me explico, señor, que con sólo un muletazo le arranco del Siglo de Oro y le traigo de nuevas al Siglo presente.
    
     Yo, que de deportes sé tanto como de gastronomía zulú y de toros ni le cuento lo rebosado que ando en ignorancia, no dejo por ello de estar al tanto de las peripecias de algún que otro atleta o las proezas de algún que otro matador. Unos y otros, le advierto, me la traen al pairo, porque sudarla ya la sudan ellos.
    
     Lo que quisiera referirle, señor, es la incongruencia que observo, pongamos por caso, entre un deportista y un torero. Ambos, por descontado, se deben a su cuerpo y es su mantenimiento y su buena forma física lo que les hace ser alguien en sus respectivos mundillos. Ni yo podría correr cien metros seguidos tras de una pelota o con una raqueta en la mano, ni usted, me temo, podría aguantar delante de un morlaco más de dos segundos sin echar a correr con la gana y el empeño que en el caso anterior a mí me faltaría.
    
     Reconozcamos, pues, la entereza física de atletas y toreros.
    
     Mi duda es la siguiente. Un futbolista avanza con la pelota o sin la pelota entre los pies, sufre un tropiezo con un adversario, con un compañero o con la misma pelota, se cae, rueda, se retuerce, grita, clama, llora, babea, levanta un brazo pidiendo el socorro de un masajista, sale en camilla del campo de juego, recibe mil cuidados en el arcén (o la banda o como se diga) y al día siguiente, en los titulares deportivos, aparece la nefasta noticia:
"Musculiño, el defensa del Dorado Club de Fútbol, será baja durante siete meses".
    
     Pues mi más sincero pesar. Con lo hábil que era y con lo que corría el bicho.
    
     Acudamos ahora a una corrida de toros. El Niño de los Paquetes le pega un pase de pecho a "Mamoncero", "Mamoncero" se revuelve inesperadamente y le asesta una cornada al Niño los Paquetes en el susodicho, cornada gravísima que le manda un huevo (y usted perdone) a la altura de la tráquea.
    
     ¿Grita el Niño? ¿Llora? ¿Babea? ¿Se retuerce? Nasti de plasti. A lo mucho, traga saliva y si levanta un brazo no es para llamar al camillero, sino para avisar a su cuadrilla de que el que tenga cohones de espantarle al toro se entera. El Niño de los Paquetes y el Huevo en la Tráquea, a lo sumo, cojea un poco. Pero ni reflex hay que echarle, señor, que agarra la muleta, mira al cornúpeto y se le acerca mordiéndose la lengua de rabia, diciéndole entre dientes mientras lo cita: "por mi mare que esta noche ceno rabo y oreja, te lo juro por mi mare, mamoncero, me vas a tocar tú a mi el huevo ni el huevo".
    
     Y se lo jala el tío, vaya si se lo jala. Y encima le da dos vueltas al ruedo, cojeando y sonriendo como si viniera de cazar conejos en la finca de su cuñado.
    
     ¿Usted se lo explica, señor?
    
     Atletas tenemos, sin ir más lejos, que no han podido acudir a los juegos olímpicos por mor de un esguince en la pierna, una luxación en el tobillo o la picadura de un alacrán en el menisco. O porque jugando al pin-pon, le han metido un bolazo en el puente de la nariz. Qué se yo.


"Esparraguet`s, el medallista olímpico español campeón de salto de pértiga, no podrá representarnos en Londres al haber amanecido esta mañana con un juanete en el metatarso izquierdo. Estará de baja nueve meses".
    
     ¡Señor!
    
     Pero si hace tres meses, a un conocido diestro, le incrustó el morlaco un pitón por la cara que le hizo saltar el ojo como el tapón de un botellín, y ya está el tío toreando de nuevo, que me parece que ni cogió cita para el oftalmólogo porque le dieron el 52 y tenía prisa,  y se compró el parche en el chino que hay al lado de la Plaza.
    
     ¿Y el afamado y lamentablemente desaparecido Francisco Rivera, "Paquirri"? ¿Recuerda usted cuando ese avispado toro lo ensartó por el muslo y le reventó lo que encontró al paso, dejándolo deshilvanado y herido de muerte? ¿Recuerda usted esas imágenes por televisión, en que un moribundo Paquirri todavía intentaba poner calma y hasta dar instrucciones al propio médico de la plaza, explicándole fríamente dónde tenía el destrozo hecho y lo que era menester hacer, ¡señor, señor!, que sólo le faltó pedir una cocacola y un paquete de patatas a la barbacoa?
    
     Pues eso, señor mío, que no me lo explico.
    
     Y que si los toreros, en sus ratos libres, en vez de entrenarse con vaquillas se entrenaran con potros, pértigas, anillas, barras paralelas, raquetas o balones de reglamento, otro gallo cantaría por los extraviados andurriales del Deporte Olímpico Español.
    
     Porque no me explico que un balonazo quite de en medio a un tío con más rotundidad que un cuernazo.
    
      Vale.