martes, 30 de octubre de 2012

-- Trastienda de "de mil humores".

    Apenas si tengo tiempo para escribir estas líneas, antes de que Él aparezca de nuevo y quizás me lleve. Y si me lleva, es para no volver. Pocos vuelven.
    Pocos somos quienes nos movemos o nos atrevemos a venir acá, a la trastienda de "de mil humores".
    Está obscura y huele mal: a rancio, a podrido, a vidas que palpitan sin haber nacido aún. Espectros o sueños o fantasmas.
    La trastienda de Él.
    Él, sí, Él: Jesús Tadeo Sila, se hace llamar.
    Maldita su estampa y maldita su arrogancia. Maldita su prepotencia de Creador...
    Porque su retahíla es siempre la misma y no se cansa ni se inhibe un cuarto de soltárnosla a la cara.
   
    La punta de mi pluma es la prolongación de mis sueños, dice el muy engreído. Y en mis sueños, porque YO así lo quiero, estáis vosotros.
    La punta de mi pluma es la punta de mi dedo. La punta de mi pluma es la punta de mi lengua, es la punta de mi nariz, es la punta de mi sexo o es la punta de mis deseos.
    Y en mis deseos, YO soy el dueño de vosotros. En cada instante que se me tercie.
    La punta de mi pluma, sabedlo, soy YO: Jesús Tadeo Sila.
    Y os llevo a todos ensartados a mi pluma, a mí: porque YO así lo quiero.
 
    Así nos habla, ¡así!, empezad de una vez a conocedlo, ¡vosotros que tanto le leéis y tanto decís admirarle! Así es como nos habla entre bastidores, que se vé que las verdades más crueles gastan a veces hechuras de soneto. Así es como este Jesús Tadeo Sila nos trata, enteraos de una vez.
    Y por si las palabras no hirieran lo suficiente, las refuerza con el gesto: asestando contundencias allá donde piensa que el verbo le flaquea, sin dejar un sólo instante de señalarnos y marcarnos con esa su susodicha pluma sostenida como un dardo entre sus dedos regordos...
    Que no es que nos asombre a estas alturas, ¡Señor!, pero sí que afortala en nosotros una desagradable sensación sombría de desasosiego. La noción ingrata, que no gusta a nadie que se la recuerde, de la vulnerabilidad...  Mucho pánico, si he de ser sincero.
    Por que a ver. Poneos en el lugar. Y mirad que un tipo con gafas, con pelambre valleinclana, con desaliños espirituales y dedos regordos que sostienen una pluma en ristre, os apunte a la cara y os diga lo que acabáis de oír: lo de la punta de sus sueños y la punta de sus deseos y la punta de su lengua y la punta misma de su mismísima p...
    Aquí, entre sus páginas en blanco, le conocemos todos demasiado bien. Fuera afectaciones de última hora. Le conocemos de sobra, a este Jesús Tadeo Sila de tan ligera pluma y tan vacuos sentimientos, que lo mismo de buenas nos ensalza que de malas nos hace morir despacio, mientras nos observa sin mover un músculo de la cara, fumando como quien ve pasar un tren.
    No invento nada. Mirad a Juanca, lo que le hizo en su última entrada. Mirad cómo se refocilaba con la nancy de su hermana, hace unos meses. Mirad cómo le endiñó toda una maldición maya a aquél viejo compañero, que no lo merecía. Leedle y contad cuántas vidas crea para dejarlas después a sus espaldas. Olvidadas. Abandonadas. Deshilachadas.
    Se regocija y se relame en crearnos y destruírnos después a su capricho...
    Como si fuera Dios. Un Dios de pacotilla que cree que solamente con un bolígrafo y una hoja en blanco puede ir a sus antojos con y por la vida de cualquiera.
    Me queda poco tiempo.
    De un momento a otro llegará, éste mi Creador, éste mi Dueño, éste mi Dios.
    Y no puedo saber lo que hará... lo que será de mí. Apenas si he podido culebrear entre su libreta de borradores: hay niños, hay asesinos, hay banqueros, hay ancianas, hay animales, hay políticos, hay señoritas, hay gente de campo, hay carceleros, hay madres, hay amigos, hay bohemios,  hay enamorados...
    Tiene el cabrón, este Jesús Tadeo Sila, cien borradores y no sé en cuál de ellos me encajará a mí. No sé quién seré mañana ni cómo acabaré.
    Sólo sé que es el dueño de mi vida. Y que me ha creado para ser el protagonista de una veintena de renglones.
    Después, se olvidará de mí. Existiré para sus dos horas o tres de solaz, mientras se relame escribiendo.
    Ya se acerca, ya se acerca. Le oigo venir: poner el cenicero a la derecha, el tabaco a la vera, la copa a la izquierda, el folio en medio... pasarse la mano por la frente, despeinarse a conciencia, morderse un labio, echar un vistazo a su cuadernillo de borradores.
    Y tomar, como quien agarra una lanza, su pluma...
    No me mires aún, Jesús, no me mires todavía. Me darás vida dos días, para convertirme después en muñeco de cera de tu blog.
    No me mires aún.
    Que no me toque ya a mí... cabrón.
   
   
 
   

   

martes, 23 de octubre de 2012

-- ¡Ordenador nuevo!

     Total, que nos largamos para el Alcampo, que nos coge cerca y que los tiene de oferta.
     Y, además, que es de los pocos sitios donde todavía sacar nuestra tarjeta del bolso no hace a las cajeras tirarse al suelo debajo de la silla con las manos en la cabeza y gritando desquiciadas, como si fuéramos a cogerlas de rehén.
     En los folletos publicitarios, lo ponía claro: Ordenador a 399 euros.
-- ¡Éste es el nuestro! -le solté a mi santa esposa.
     Y con todos sus detalles, eh: su Ram, su disco duro (supongo que esto es como los turrones y habrá quien los prefiera blandos), su pantallita y hasta sus bisagras para abrir el teclado. Una monada por ni siquiera 400 euros. La bicoca del siglo, señor.
-- ¿Cogemos un carro? -le pregunté a la santa, yendo por las escaleras automáticas.
-- ¿Tú crees? -me respondió ella, parpadeando indecisa.
-- Mujer -le dije, desplegando el folleto de nuevo y calándome las gafas en la punta de la nariz-: son 500 Gigas. Y un disco duro, o sea ponle dos kilos más. Que eso debe pesar, digo yo. Y la pantalla y lo mismo hasta un ratón. ¡Y ocho Ram, cielo!
-- ¡Ocho!
-- Ocho, ocho... Aquí lo pone.  ¡Coge dos carros, anda!
    ¡Después te dan dos bolsas y no cabe nada, lo sabrá ella!
    ¡Era precioso!
    Entrando, a mano izquierda, allá que estaba. Abierto. Con un gran cartelón que decía: "OFERTA, 399 €". Y con su pantalla llena de pulgadas y su teclado llenito de teclas.
-- Este es... -murmuré.
-- Este es... -murmuró ella.
    Y nos miramos y nos cogimos de la mano, pensando interiormente que la vida todavía nos guarda sorpresas que nunca podremos ser capaces de  imaginar, por mucho que el amor...
-- Es bonito -pude decir, mirando hacia otro lado, conteniéndome los mocos.
-- Llama a un empleado, Jesús... -me dijo mi santa esposa, limpiándose una lagrimilla de los ojos, porque ella se emociona pronto.
   El mozalbete acudió raudo, al cabo de la hora y media y cuando regresábamos con dos bolsas de la pescadería y un pack de quince rollos de papel higiénico.
-- ¿Puedo atenderles?
-- Nos llevamos éste -le dije, adelantando los dos carros adelante, con entereza y solemnidad.
-- Buena elección, señor -me respondió el zangón-. Se nota que entienden. Un gran procesador, un prodigio tecnológico al alcance de cualquiera, con unas prestaciones incalculables que hace tan sólo seis meses eran pura quimera  y que hoy se materializan en este portento de diseñería informática que usted y su señora y sus hijos podrán disfrutar plenamente en...
-- La marca no es muy conocida, ¿no? -inquirió mi santa esposa, dejando de dar hipidos y acercando los ojos a la carcasa del aparato, donde una pegatina plateada dejaba artisbar unas letras en cursiva.
    El empleado miró a un lado y a otro, con suspicacia, y posó una mano abierta en el brazo de mi esposa, en un expresivo gesto de sinceridad que nunca le agradeceré demasiado.
-- ¡Ya veo que la señora también entiende! -sonrió, mostrando una dentadura como si lo anduvieran electrocutando por el pinganillo de la oreja. Y añadió, bajando la voz-: miren ustedes. Les confesaré que la marca "Larbum" lleva muchos años trabajando con nosotros, como fabricantes en franquicia de galletas rellenas y comidas para hamster. Nunca nos ha dado problema ninguno. Ni una sola reclamación. Ahora, de dos días acá, han abierto su mercado al tema de los ordenadores, así que no puedo en verdad garantizar que...
-- ¿Ningún hamster muerto? -indagué-. ¿Ningún niño intoxicado con las galleti...?
-- Todo correcto -afirmó el chaval-. Ni un problema al día de hoy. Y mire usted que las galletas rellenas, sobre todo en verano, suelen traer consecuencias negativas en el desarrollo psicomotor de los niños. Pero es una marca, "Larbum", de completa confianza que a día de hoy... ¿qué quieren que les diga? Un primo mío tiene un hamster y... Perdón, un primo mío tiene un "Larbum" y...
    El chico agarró también mi brazo, acercando sutilmente sus labios a nuestras despiertas orejas:
-- Eso sí. Si de galletas se han pasado a ordenadores... No puedo decirles más. Llevo aquí dos semanas trabajando y no debo comentar nada de lo que veo ni de lo que escucho. Aquí, en Alcampo, hay gente que desaparece de repente... Ocurren cosas... Si son tan amables, miren acá, a mi derecha.
    Nos desplazamos unos escasos metros, a su derecha.
    "OFERTÓN: 799 €"
-- ¡Esto ya sí que son palabras mayores! -exclamó el muchacho, girando sobre sí mismo como una bailarina.
    La verdad es que me quedé anonadado. El PC, en cuestión, no es que variara mucho del anterior... pero se notaba la calidad...
    Uno, aunque sea poco ducho en estos temas, presiente la Calidad cuando la hay.
-- ¡Esto sí que es un prodigio! -clamó el empleado, quitándole un pañolillo de papel a mi santa esposa para limpiarse dos hilillos de baba que le corrían labio abajo- ¡Esto sí que sí! Miren la marca, solamente miren la marca.
    Miramos la marca. Contuve el llanto y mi santa esposa rompió a llorar de nuevo.
-- Se lo saco de la caja y se lo muestro -se ofreció el chaval, derroche (debo decirlo) de simpatía y conocimiento informático donde los haya.
    Rompió dos plastiquitos con facilidad (yo me hubiera llevado una tarde), deslizó dos pestañas laterales hacia un lado y abrió la caja de cartón cual mago que abre un sarcófago para mostrar que donde antes no había nada, ahora aparecen sus cuatro ayudantes encajonados comiéndose una lata de mejillones en aceite.
    Y apareció, ¡ay!, un PC...
     Un PC...
-- ¿Qué? -inquirió el chico, moviendo las cejas arriba y abajo, como Carlos Marx.
-- ¡Oh! -suspiró mi mujer, aferrándose a mi brazo.
-- ¡Sí...! -jadeé yo, doblando la lengua y mordiéndomela.
    El muchacho se dió a recitarnos las características innovadoras del aparato, con gran despliegue de elocuencia y asombrosa erudicción,  solamente interrumpido de vez en cuando por preguntas técnicas que tanto yo como mi santa esposa, siempre almas inquietas,  le hacíamos:
-- ¿La cajita debo de guardarla por si hay que descambiarlo? -inquiría mi santa.
-- ¿Tiene bolsillitos la funda? -indagaba yo.
   Y él nos hablaba de procesadores, de discos, de memorias:
-- ... con RAM de 8 Gigas que...
-- En casa bebemos mucha leche, ¿verdad, Jesús?
-- Ya ves. Ocho gigas de Ram nada menos, amor, dice el muchacho. Suficiente.
    En fin, a qué seguir.
    Ya hay ordenador en casa.

-- ¡Jesús! ¡Que el cable del ratón no viene en la caja...!
-- ¿Has mirado en las bolsas?
-- ¡Síii...!
    Yo sabía que algún pero había de haber.
    Mucho inalámbrico, mucho inalámbrico... y al final no trae ni cable.
    Ni ese niñato sabe nada de ordenadores ni... ¡es que meten a trabajar a cualquiera, joder!
   

   
    

jueves, 18 de octubre de 2012

-- Sin PC

     Conque aquí que me las veo, sin ordenador y pretendiendo escribir una entrada medianamente decente que apacigüe el fervor conque mis cientos de admiradores me siguen cada día (admiradoras casi todas, hay que confesarlo).
     Yo no sé  vosotros, pero yo para escribir tengo ciertos hábitos adquiridos hace la tela de años. Y si no fumo, no bebo y no puedo tirarme de los calzoncillos hacia abajo como hace el Nadal con toda la parsimonia del mundo (e incluso con elegancia), me es imposible escribir nada.
     Si fumo, viene el chino del locutorio y me habla a razón de 500 palabras por segundo, de las que sólo consigo entender: "mafia", "cemento", "piés" y "fondo del lío Guadalquivíl".
     Si bebo, vuelve el chino y me dice que con alcohol la conexión vale "tri euro la hola".
     Y si me pellizco como el Nadal, aparece de nuevas el chino y me grita que ha visto cómo "tú escondel latón de oldenadol pala tu casa, so chakatiki, que eles un chakatiki".
     Conque me salgo del locutorio y me vengo a casa.
     Con un poco de empeño y siendo un manitas como yo lo soy, llego a conectar el router de Orange con el microhondas... Hay conexión, sí, de hecho se encienden todas las lucecitas. Pero sale una pechá de humo, no tengo teclado y encima el trozo de pizza me sale demasiado hecho.
     Y de repente... ¡oh, voilá! ¡La salvación!
     En el dormitorio de la niña, entre un Epi de metro y medio y una Hello Kitty que debe de cumplir su séptimo mes de embarazo ahora en noviembre, hallo su pequeño PC portátil del colegio...
     PC propiedad de la Junta de Andalucía, claro está. Con su banderita blanquiverde y el logotipo característico... marca ERE.
     Pero es un PC y se encuentra en casa. Y puedo fumar, beber, pellizcarme los...
     Las prestaciones son básicas y, aunque no sea un experto en ordenadores, lo noto en dos segundos. Los dos segundos que tarda un letrero en aparecer en la pantalla avisando una cosa así como:
"LA JUNTA DE ANDALUCÍA LE DESEA BUENAS TARDES, PERO LA PÁGINA QUE BUSCA SOBRE SEXO EN LA UNIVERSIDAD NO SE ENCUENTRA DISPONIBLE EN..."
     Tampoco iba yo buscando eso, ni mucho menos, pero siempre un padre responsable debe de estar al tanto de estas cosas y hay que ir probando....
     Chat sí que tiene, eso sí. Y ya me prestaba como loco a localizar a mi amiga (compañera) Marga, de por ahí de por el este, cuando observo con incredulidad que el PC no recibe imágenes. Y para colmo (hecho un bárbaro como andaba hoy) tampoco admite que las envíe, porque justamente donde está el agujerito de la web-cam hay una pegatina de la Duquesa de Alba, con el logotipo de la Junta de Andalucía.
    Total, que el PC que prestan gratuitamente a nuestros hijos en sus colegios no tiene en verdad una utilidad demasiado práctica... a no ser, claro, que pretendan las criaturas estudiar seriamente con él.
    El blog sí que me permite abrirlo, e incluso escribir un nuevo artículo siempre y cuando no hable de política, de sexo, del PSOE o de Cayetano y el caballo que lo parió.
    Conque lo dejo por imposible y me vuelvo al chino.
    Que me vende bolitas de navidad, valeeeee.... Pero que me deja escribir lo que quiera.
    Y por cierto, que se me agota el tiempo... ¿de qué quería escribir yo hoy?
   
   

    

martes, 16 de octubre de 2012

-- Mi PC es un H de P

Total, que me he quedado sin ordenador.
De nuevo escribo en el locutorio del chino que tengo cerca de casa (tan cerca, que hay noches que despierto angustiado y  me asomo receloso debajo de la cama) y sin poder beber, fumar ni copiarme de los ordenadores que tengo a mi vera.
Escribir en un sitio así es de locos. Y por eso, evidentemente, se llama locutorio.
Confieso que a veces enciendo un cigarrillo con disimulo, sin que el nieto de Bruce Lee me vea. Doy dos caladas y hasta tres en un segundo (¡y no me ahogo!), pero a la que hace cuatro me tiran un extintor a la cabeza y seguidamente aparece el chino sonriente, recrimininándome que aquí no se fuma y aprovechando la ocasión para venderme seis bolitas de Navidad y un bote de gel de baño que no despega las cenefas del techo por mucho que lo agites.
Conque no me las ponen, como entenderéis, igual que a don Fernando.
¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!, os oigo gritar...
¿Qué le pasa al ordenador de Tadeo Sila?, os escucho lamentar...
¡No se fuma! ¡No se fuma!, noto al chino suspirando en mi nuca.
Lo siento. Hoy, a las 6.37 de la mañana... mi PC ha muerto.
Y escribo estas líneas desde un PC de alquiler de un chino que no me deja fumar ni beber para escamotear mi amargura. Porque es que los chinos no tienen sentimientos y sólo me compadecen si les compro bolitas de navidad.
-- ¿Adolno navidá?
-- Dame seis bolitas, Mao. Y te vas.
Y a trancas y barrancas si escribo.
Mi PC ya andaba rarillo desde hace unos meses. Al principio, como suele pasar, no le prestas demasiada atención. Cosas de la edad, te dices, pensando que ya tiene sus añitos, y que a fin de cuentas lo compraste cuando en vez del simbolito de window salía el de la carta de ajuste.
Con el paso del tiempo, ya me escamaba un poco que saltaran los fusibles del salón cuando le daba al ENTER sin enviar antes un email al satélite L-H-89 de la NASA... pero nunca le echas cuenta a estas minucias. Total. ¿Va a andar un satélite cambiando de órbita porque anda preocupándose de tu blog?
Notaba, eso sí, que a la hora de encenderlo debía de hacerlo golpeando sobre el botón de ON con la rodilla izquierda en vez de con el dedo índice de la mano derecha... pero bueno, ¡cuántos electrodomésticos hay que funcionan así!
Y un PC, es un electrodoméstico, no lo olvidemos.
Cuando mi santa esposa empezó a barrer las teclitas de la "B", la "h", la "o" y el "8" de debajo del sofá, entendí en cierta medida que quizás estaba dejándome desquiciar de los nervios y que pantentar mi método original de encender un PC a base de darle patadas por el pasillo y la salita de casa no era en verdad lo más adecuado...
Así que me planté esta mañana ante el técnico.
-- No tiene arreglo -me dijo, sin sacarlo de la funda siquiera.
-- No vengo para mí. Vengo para el ordenador.
-- Perdón -respondió.
Y lo sacó de la funda.
-- ¡Uy! ¡Uy!
-- No me lo diga, no me lo diga. ¿Puedo salir fuera a fumarme un cigarro...?
-- Salga, señor... Salga.
Estuve dando vueltas por los alrededores... angustiado, nervioso, fumando sin parar... A veces, me asomaba por la cristalera. Mi PC estaba tumbado... No sé cómo explicarlo. Tumbado. Ahora sí. Estaba tumbado. Un tipo le metía los dedos por debajo de la tapadera de abajo y una chica miraba un monitor mientras hacía pompas con un chicle...
De fresa.
Era demasiado para mí.
Conque me fuí al bar de al lado, jugué nueve partidas de dominó (sin ganas) y volví al cabo de escasas cinco horas.
-- ¿Mi PC?
-- Nombre, por favor.
-- Mi PC.
  Buscó en los ficheros y me dijo...
-- La Placa Base le falló... La memoria RAM le abandonó...
-- ¡MI familia tiene vacas en Asturias! -grité.
-- Se ha hecho todo lo que se ha podido, Jesús...
¡Noooooooo!
¡Nooooooooooo!
Y por eso hoy escribo desde el locutorio del chino.
-- ¿Bolita navidal, señol?
-- Dame treinta...
Y veo el cadáver de mi PC pasar delante de mis ojos...
Pero antes de que se lo lleve el camión de la basura, le saco del teclado la "m", la "x" y la "f".
¡A patadas!
Con lo que lo quise, ¡si será...!
Y por eso y si por unos días no me leéis nada nuevo, sabed que es que no tengo ordenador.
¡Pero tengo bolitas de Navidad...!
¡A euro! ¡A euro!





jueves, 11 de octubre de 2012

-- Libros con polvo.



   Desde los diecisiete años, tenía la costumbre de meter las gafas y la cartera y el reloj en un zapato, cuando tocaba acostarme con putas.

   Es que decían que te robaban...

   Alexandra, Alexandra.
   Para una personita que a tal edad leía a Wilde, a Dumas, a Nietzsche y a Hesse; y para colmo era un admirador de la pintura Impresionista (oh, lalá), ir de putas era más una necesidad cultural que sexual.
   Aprendí pronto -¡qué le vamos a jacé!- a conocer ese mundillo.
   Ya digo, o reitero, que no era tanto un deseo insatisfecho como una especie de mundo leído pero inexplorado... E igual que leía a Conan Doyle ó a Agatha Christie (y deseaba que alguien matara a alguien en mi casa para ir yo a buscar pistas), de igual forma quise aprender lo que era acostarse con una mujer sin tener necesariamente que amarla.
   La literatura temprana, a veces... No es buena ni es mala. Pero siempre deja inquietudes difíciles de soslayar.
 
   Con el paso del tiempo, con el paso de los años, las putas siguieron rondando mi existencia. No era pagar y tener sexo veinte minutos... O pagar algo más y tener sexo una hora... O pagar más (podía permitírmelo) y dormir con dos putas una noche entera y darme el gusto de llevármelas después, por la mañana, a desayunar churros a la plaza de la calle Feria... Era mucho más que eso.
   "Mis putas tristes", se titula una novela de Gaby.
   Y le entiendo la gracia a don Gabriel García Márquez, porque en el título se intuye que el único triste era él.
   He conocido tantas putas que ni siquiera me tomo la molestia de buscar sinónimos. Eran putas. Igual que los negros son negros e igual que los moros son moros y los gitanos somos gitanos. Porque cuando vives o duermes con ellos, que no venga un tipo de la Real Academia de la Lengua a decirme que a pepe hay que llamarle Don José.
-- Te pareces a Woody Allen -me dijo ella, desnudándose.
-- No te desnudes- le dije yo.
-- ¿Te gusta desnudar a una chica?
-- Lo que sé hacer yo, lo hago yo. Lo que tú sepas hacer, hazlo.
-- Has pagado más de veinte minutos -susurró ella, dejándose caer vestida en la cama.
-- Los calcetines, ¿no? -inquirí yo, con una sonrisita y tendiéndome a su lado.
-- Los calcetines, sí -me sonrió ella, cogiéndome la mano.
   Los que pagan veinte minutos, siempre lo hacen con los calcetines puestos. Se entiende.
-- Pues sin las gafas y con esa nariz, te das aire a Peter Sellers.
   Encendí un cigarro, lo coloqué en el cenicero, la despojé de toda la ropa menos de las bragas y del sujetador... Y tomé de nuevo el cigarro y la miré:
-- Ni gafas ni calcetines --la susurré-. ¿Ahora a quién te parezco?
-- A Sisí -se echó a reír- A mi idolatrado hijo Sisí, de Miguel Delibes. Ya sabes. Un niño mimado al que todo se lo traen hecho...
   La verdad es que me dieron ganas de reír. Dí una calada al cigarro y la besé en la nariz, que tenía ella fría y sonrosada.

   Ella se apoyó sobre un codo, además.
-- Ahora eres una especie de Dorian Gray... Lo que he dicho te ha dolido, pero no sabes dónde ni porqué. Y por eso, vas a morderme los labios a la par que me quitas el sujetador... ¿a que sí?
  
   Hice tal como ella vaticinó. Pero quiero que lo entendáis. Lo hice porque ya tenía pensado hacerlo...
   Nuestras lenguas se quisieron enredar  un poco  (con putas, nunca)  y mi mano abierta, desde sus pechos, fue bajando hacia su ombligo. Creo que los dos suspiramos, pero igualmente aseguro que no podría jurarlo.
-- Pondrás tus dedos encima de mi sexo... pero aún no me bajarás las bragas... Todavía no...
-- ¿No?
--No... Ahora eres Nabokov, Nabokov con su Lolita , Nabokov luchando consigo mismo, Nabokov sopesando hasta dónde puede o hasta dónde quiere o hasta dónde debe de llegar... No, no... Todavía no...
   Busqué el cigarrillo, pero estaba consumido. Quise encender otro, pero el paquete y el mechero y las gafas y la cartera estaban metidos dentro de mi zapato.
-- Ahora vas a arrancarme las bragas.
   Y se las arranqué.
-- Ahora me morderás en los labios hasta hacerme sangrar.
   Y la mordí.
-- Ahora el lobo estepario... -abrió sus piernas muy despacio-, ahora el lobo sabe que tiene a su presa.
-- Es mía... es mía... -jadeé, abriendo con mis manos sus muslos como quien abre la puerta de una catedral obscura y silenciosa.
   Y la miré y sonreí. Entendedme. Sonreí porque ella me sonrió.
   Saqué mi tabaco, mi mechero, mi reloj y mi cartera del zapato. Me vestí. Y me marché. Ni siquiera la dije adios, que yo recuerde.
   Mil noches....
   ¡Ya quisiera yo! Nueve o diez noches fueron las que volví con ella. Nueve o diez y era siempre el mismo ritual.
   Hasta unas semanas después:
-- Alexandra.
-- No hay Alexandra.
-- Alexandra.
-- Alexandra no está.
-- Alexandra.
-- O te vas o te abro la cabeza, gilipollas.
   Y efectivamente, Alexandra nunca existió.
 
   Hoy sé que eres profe en un Instituto de Sevilla. Profesora de Filología y Literatura.
   Pero -¡que conste!-, durmamos los dos tranquilos... porque nunca existimos ninguno de los dos.
   Alexandra, mi dulce Alexandra... Te hecho de menos, niña.
   Hablar de lecturas a cien euros la hora.... Y con los calcetines quitados.


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lunes, 8 de octubre de 2012

-- Boda beoda.




     Hace ya unos veinte años y Ángela (no recuerdo por cuánto tiempo llegó a ser novia mía) era una más de mis... Una más de tantas...¡Ah, juventud!

     El caso es que se casaba una amiga de su trabajo (unos grandes almacenes de variados productos y ropas de ciertas hechuras clásicas y de inconfundible corte inglés, cuyo nombre he de obviar) e íbamos invitados a la boda.

-- ¡Podías haberte afeitado, por Dios! -me recriminó ella, camino de la Iglesia, sin fijarse siquiera en que por segunda vez en mi vida me ponía corbata.

-- Lo he intentado -le respondí-. Pero los coches que estaban detrás empezaron a pitarme.

     Aparqué (es un decir) y cogidos de la mano nos encaminamos hacia la Iglesia. La ceremonia estaba en sus inicios.

-- ¡Está preciosa! -comentó Ángela en voz baja, refiriéndose sin dudas a una forma oronda y abestializada vestida de blanco y plantada frente al altar.

     El novio, no obstante, embutido en un traje gris, era un tipo diminuto y ridículo, al que seguramente (siempre a mi modesto parecer) habían instigado a casarse medio minuto antes.

     Acabó la ceremonia, tediosa como todas, justamente cuando lograba yo hacer flotar un tercer barquito de papel en la pila bautismal que tenía al lado.

¡Vivan los novios! ¡Vivan los novios!

     Y risas y empujones y arroces zurcando el aire. Ángela me presentó a algunas compañeras de trabajo. Hola. Hola. Hola. ¿Qué tal? Encantado. Encantada. Hola. Hola.

     El salón de celebraciones estaba lejos. Habíamos de dividirnos entre los coches disponibles. Ángela me presentó a Manolito.

-- Manolito -dijo-. Nuestro Manolito.  Es nuestro enncargado de personal, ja...ah.

      Manolito me sacaba tres cuartas. Un tipo a lo Bertín Osborne, alto, risueño, encantador, ¡oh!

      Hola, Manolito, encantado, Manolito, qué tal, Manol...

-- ¿Tienes coche? -me espeta.

-- Claro. Tengo...

-- ¿Dónde?

-- Pues justamen...

-- Ok. Estas cuatro se vienen en el mío y estas tres que se vayan en el tuyo.

¡Vamos! Y todos contentos. Lo bien que organiza las cosas Manolito.

     Manolito tiene un BMW, ¡qué guay! Y es precisamente el que está aparcado detrás del Simca de mi padre, que hoy me ha prestado.

-- ¿Pero dónde hay que ir? -pregunta alguna.

-- ¡Seguidme a mí! -dice Manolito.

-- ¡Manolito sabe! ¡Hay que seguir a Manolito!

-- ¡Vamos detrás de Manolito...!

     Los huevos de Manolito y la madre que...

-- Saco yo el BMW -me dice Manolito-. Y tú sacas eso y te vienes detrás -añade indicando a mi Simca-. Ten cuidado con la farola esa.

     Ten cuidado tú, me callo yo, se te vaya a meter por... Partimos. Ángela charla con sus tres compañeras, lujuria de muslos desnudos y tetas saltarinas en el asiento trasero de mi coche. Inclino un poquito el espejo retrovisor, así... Manolito frena delante de mí. Yo freno, detrás de él. Una chica grita, otra ríe. Escuchamos la música que escapa del coche de Manolito. ¡Pum, capúm, capúm! El coche de mi padre no tiene radio. Silbo.

     Llegamos al salón donde ha de celebrarse el bodorrio. Aparco junto al coche de Manolito. Las chicas corren a abrazar a Manolito, como si hiciera meses que no lo ven. Manolito sonríe con suficiencia, como un melón empezado, y cuando está a dos metros de su coche vuelve el cuerpo, manipula con misterio en el bosillo de su pantalón y el coche hace ¡piú-piú! ¡piú-piú!, y parpadea dócilmente sus lucecillas. Las chicas abrazan a Manolito, encantadas. Ángela aprieta mi mano, emocionada y feliz. Yo miro al viejo Simca, con tristeza pero con apego.

     A las puertas del salón, haciendo tiempo mientras llegan los novios, un tipo con dos patillas como dos rebanadas de pan bimbo pegadas bajo las orejas pasea entre los asistentes una bandeja con copitas llenas de manzanilla fresca. Tomo una. Manolito toma otra y la observa al trasluz, con pintas de enterado. Las chicas toman otra. Brindamos. ¡Por los novios! Por nosotros, que se jodan los novios. El sol, embravecido en un día azul, altera la graduación de la manzanilla. Manolito cuenta un chiste. Yo me río divertido, pero todavía no ha acabado. Me callo y busco con la mirada al tipo de las patillas. Me evado del grupo y cambio mi copa vacía por otra llena. Me la bebo de un trago. Está fresquita. El estómago, tan vacío como desagradecido, da un bote de escozor. Tomo otra copa y vuelvo al grupo. Hablan del trabajo. Ríen. Ángela está sonrosada. Todas las chicas están sonrosadas. Por efecto del sol. O de la manzanilla. O de las risas que Manolito con tanta facilidad arranca, vayamos a saber.

     El coche nupcial aparece al fin, ¡vivan los novios...! Se abre una puerta y sale descorchada la novia, como la cría de un dinosaurio envuelta en papel de celofán. El bastidor del vehículo se lamenta. El novio aparece por la otra puerta, poquilla cosa, insustancial, apenas unos ojillos grises que asoman del interior de un traje gris. Me trae recuerdos remotos de algún personaje de los desiertos de la guerra de las galaxias. La cola del traje que arrastra la novia traza en la tierra el sendero por el que nos abrimos paso hacia el interior de la sala: mesas por doquier, sillas enfundadas de blanco con lacitos albero, albas mantelerías, reflejos de cristal en las formaciones marciales de botellas, vasos y copas. La gente se sienta, se levanta, se agita, se desplaza. Parientes de primer grado se abrazan con efusión, aunque vivan en la misma barriada y se vean sólo en las bodas y en los entierros. Tíos lejanos, primos remotos, sobrinos inverosímiles, se reconocen entre la multitud.

     Los que no compartimos la misma sangre que la familia de los desposados nos sentamos en la mesa más alejada, reafirmando nuestra condición de advenedizos. Formamos una unidad amplia pero compacta de conocidos, compañeros, amigos o amigas del novio o la novia. Nos sentamos los primeros y aguardamos a que lo hagan los demás. Dudamos si empezamos a picar o aguardamos a que los novios lo hagan primero. Manolito se decide y abre una botella de manzanilla. Intentamos recriminarle, pero casualmente tenemos todos la boca ocupada de aceitunas, canapés y taquitos de queso. Yo abro otra botella. Corre la manzanilla, en nubes de cristal. Ángela ataca el plato de las brochetitas. Una de las chicas inicia una incursión por la bandeja de los langostinos. Manolito rellena las copas, ¡vivan los novios! Brindamos. Los novios siguen de pié. Desde mesas próximas a la nuestra, dedos trémulos y acusadores nos señalan. Pero la consigna que lanzamos es recogida con prontitud. Comienzan a descorcharse botellas de Rioja. El jamón vuela, los dados de tortilla italiana se resienten. Las gambas se entregan, dejándose desnudar. Los novios se sientan, qué le importa a nadie. Alguien alza su copa, vacía. Abro una botella más. Y Manolito abre otra. Y alguien que no conozco, otra. Bebemos. Reímos, sudamos. Una chica se atraganta con la anchoa de un canapé. Manolito cuenta un chiste sobre anchoas. Carcajeamos. El tiempo corre dislocado. Una orquesta en un ala extrema del gran salón irrumpe con un cóctel salvaje de salsas, boleros, merengues y rumbas. ¡Vivan los novios!, grita una voz. ¡Vivan!, gritamos nosotros y destapamos un par de botellas para brindar. Manolito tose, pero se aferra con fuerzas a la bandeja de pescado adobado, mientras la manzanilla le brota por la nariz. Ángela se ríe sola. Alguien se ahoga con un trozo de queso. Manolito se sobrepone y cuenta un chiste sobre ahogados. Nos reímos todos, aunque el final del chiste no se ha oído porque Manolito se cae debajo de la mesa. Lleno las copas. Brindamos por Manolito.

     Saco a Ángela a bailar. Otras parejas nos imitan. Hay aplausos, jaleos, vítores. Manolito me quita a Ángela y deja entre mis brazos el cuerpo electrizado de María José, otra compañera. La chica agita sus caderas, con frenesí. Da un giro por el aire, como una bailarina profesional, y no la vuelvo a ver. Oigo un golpe, sí, pero muy lejano. Salto al frente y me apodero de Ángela. Ángela ríe. Un viejo lagañoso de nariz colorada me la quita. Vuelvo a la mesa y rebaño entre jadeos los culos de todas las copas de manzanilla a mi alcance. ¡Vivan los novios!, grito, pero no se me escucha. Me acerco babeando a la pista de baile. Diviso a Pilar, otra amiga, y la arrastro a mi lado. La orquesta ataca ahora los sones de Macarena -¡aaig!- y todo el mundo salta de sus sillas. Todo el mundo baila. La novia aparece en el centro de la pista, descocada y epiléptica, -aaig-, abiertas las piernas y alzados al aire los gruesos brazos ajamonados. La orquesta toca Macarena seis veces seguidas -¡aaig!- y la gente la vuelve a pedir. Busco a Ángela y no la veo. Bailo solo hasta que una señora entrada en años, creo que la madre del novio, me toma de la cintura. Acompaso a ella mis movimientos pendulares. La abandono y me siento en una mesa que no es la mía, pero que conserva botellas de vino aún intactas. Me sirvo gentilmente. Un anciano enfermizo me abraza emocionado cuando le cuento, entre sorbo y sorbo, que soy su nieto que ha vuelto de unas minas de plomo de Berlín. Lo dejo llorando y me lanzo a la pista, saltando hábilmente sobre la punta de un pié hasta que derribo dos percheros y aparezco en una de las fachadas exteriores del gran salón, donde el sol pega de plano y un tipo mea y se ríe de su propia corbata.

     Meo yo también. Vuelvo adentro y busco a Ángela, pero no la hallo. Tomo asiento junto a un tipo gris, melancólico, con cara de aburrido.

-- Vaya mierda de boda, amigo -le comento, con la lengua estropajosa-. ¿Una copa, compañero...?

-- No bebo, gracias.

-- ¡Jaja! Pues si no bebes, mejor estás en tu casa, macho, porque aquí...

-- Ya lo he pensado, no te creas -me responde el tipo, suspirando-. Pero me temo que tengo que quedarme hasta el final.

     Entonces me fijé en sus ojillos grises, que me recordaban a los de unos personajillos de los desiertos de la guerra de las galaxias.


 




jueves, 4 de octubre de 2012

-- Nobleza obliga: premios.

    Nobleza obliga.
    Y como hace como unos cuantos días (vale, semanas) que el amigo Merino57 (dan ganas de apostar en las carreras de caballos) me endiñó otro premio de éstos que organiza la Reina Isabel de Inglaterra, entended que no puedo por menos que agradecérselo.
   Ya ando loco. Porque entre que tienes que nominar blogs y tienes que denominarte a ti mismo, la cosa no digo que se vuelva complicada... no. Pero que a veces deseas volver a liarte un porro para sobrellevar el tema, la verdad: te lo piensas.
    La última vez nominé blogs y no dije nada de mí (¡pero si miento como un bellaco!)
    Esta vez no nominaré blogs (¡uhhh!), pero hablaré de mí.
    En primer lugar, pues, gracias a este chaval, http://merino1957.wordpress.com, del blog "Entre el olvido y la memoria".
   Recomendar su blog, no viene al caso. Yo, que aunque soy más joven sé más que él de estas cosas del escribir, diría a bote pronto que le gusta. Que disfruta lo suyo. Que se lo pasa bien.
  ¿Y qué puedes decir de alguien que lo que hace lo hace porque le gusta...?
    Eso se contagia. No tiene más mérito ni vacunas han sacado aún que lo remedien. Cuando a lo que escribes le pones ganas y pasión, eres capaz de escribir toda la vida para ti mismo... Porque nada ni nadie te corta el vuelo.
    Con respecto a mí (y siento repetirme) solamente hablo porque el premio me lo impone.  Y aunque odie hacerlo (yo no soy mi blog ni mi blog soy yo), puedo admitir y reconocer:
1) Mi hija. He nacido y me he criado en un barrio de Sevilla donde si no llevabas un destornillador en un bolsillo o no sabías mantener una mirada, eras chico... No muerto. No. Peor: chico ignorado. Y me quedé con la mirada y tiré el destornillador. Hoy, mi hija -¡puedo decirlo!- ha heredado la mirada.
2) Mi mujer y mi familia. O mi familia y mi mujer. Llevo una mijilla de sangre gitana (ya sabéis que los gitanos no sabemos leer ni escribir) que me hace trazar un círculo alrededor de todo lo que pienso que es mío. ¡Ojo! No mío en propiedad. Mío porque lo defiendo como si lo fuera.
3) ¡Jaja! Mi batería. Mi vieja batería. Vivía en Coria del Río (amiga Inma y tu coriano) y el salón de mi pisito de alquiler lo cogía una batería con un bombo base, una caja, dos tan-tan, un bombo de pié, un charly, un plato de corte, un platillo de acompañamiento y un plato de zing,  amén de cencerro, tres campanillas, un plato chino...  Y al cabo del tiempo, cuando me casé y nos vinimos a vivir a un bloque de doce plantas, la hube de vender... Pero no lloré. Hecho de menos a mi batería pero no lloré cuando la vendí. Lloré (de las pocas veces en mi vida que he llorado) cuando mataron a Miguel Angel Blanco y su hermana -en los noticiarios- metió dos baquetas en su tumba... Ahí sí que no pude contenerme y lloré. Porque sentí lo que él debía de sentir cuando se toca una batería.
4) Leer. Enyd Blyton y las aventuras de Los Cinco. Y en especial, Agatha Christie... con alguna cierta connotación sexual que no viene a cuento, por mucho que mi vecina viniera a casa cuando sabía de sobras que solamente estaba yo... a intercambiar novelas. Agatha Christie me hizo llegar a los quince años con ocho novelas escritas... Una burrada para un chaval que andaba más tiempo en la calle que en casa. Nunca he entendido nada de doble persolanidad,
5) Un golfo. ¿Hay golfos buenos y hay golfos malos? "El Retrato de Dorian Gray" y "El Lobo Estepario" me marcaron demasiado pronto. Hoy, si por mí fuera, le prohibiría a mi hija leerlos hasta que no tuviera 30 años por lo menos. Uno me enseñó a sacarle provecho a la vida... y el otro, "el lobo", me enseñó a apechar con las consecuencias. Se complementaban y seguí sus lecciones.
6) Nada me achanta. Hay quien me dice chulo y hay quien dice que parezco buena persona. Pero nada me achanta. Tengo en mis mejillas algunos besos... ¡jaja!, y tengo un párpado con seis puntos de sutura y la nariz torcida y una especie de navajazo en la pierna.
y 7) No tengo otra cosa que lo que soy. La vida me ha dado los mismos palos que a ti, e incluso menos. Pero a estas aalturas, solamente me asusto yo mismo.
   Mis peores fantasmas, los llevo a cuestas.
   Soy un pequeño cabroncete,,, que escribe medianamente bien.
    Porque si no hubiera aprendido a escribir, hubiera guardado ese destornillador en mi bolsillo trasero.
   Y prefiero el lápiz.
   Está más afilado, jaja.


martes, 2 de octubre de 2012

-- A mis niños calvos.

         (A Paco Morales González, porque es difícil dar una mano cuando ni tú mismo la tienes.
         Porque hay gente que es inexplicable. Porque me jode no saber qué decirle a unas personas que tienen mucha más fuerza de la que yo tendré en mi vida. Porque a estas alturas de mi vida, me coge ya quemado del todo. Y solamente puedo donar palabras... A Paco, a Paco Morales... Porque no hace falta llegar al cielo para hablarle de tú a tú a los angeles. Y porque me da la gana).
¡Llegan los tres a la par, Mario!
Y mira que hay un letrero que dice que no pueden pasar más de dos a la vez.
Pues para nada, Mario. Que entran los tres del tirón: papá, mamá y el abuelo.
Porque a mi hermana no la dejan entrar... Aunque ella, de vez en cuando, me mande cartas con dibujos. Y taco de chulos, Mario. Ya te los enseñaré.
Mi abuelo, ¡tú ya lo has visto en la puerta del cole...! Como es el más grande es el primero que entra y que me da dos besos. ¡ Siempre en la cabeza, siempre en la cabeza! ¡La tengo toda calva, Mario...! ¡Parezco un huevo! ¡Y mi abuelo venga a darme besos en la cabeza...!
Entonces papá se sienta en la silla y me tapa las piernas y mamá se sienta en una esquina de la cama, mirándome a mí y mirando a una especie de ordenador con la pantalla llena de rayitas que tengo en la mesilla de al lado.
-- El pelo es lo que más rápido crece -me dice mi padre-. A mí... Vamos, a nosotros, en el cuartel, la Legión, ¡como a ti nos dejaban! Decían que al uno, pero qué vá. Menos que al uno.¡ Al cero pelado! Debajo de unos olivos nos pelaban. ¡Cá! Ni sabían pelar ni nada. Que te diga tu madre. Que ya éramos novios entonces...
Mi madre me mira, apretándome la mano, y me sonríe:
-- Qué cosa más fea era tu padre. Cuando le daban permiso, me daba vergüenza salir con él. Ay, por Dios, si parecía un...
-- Eso era cuando me cambiaba el uniforme en el bar de Chema y entonces me ponía los vaqueros y la camisa por fuera. ¡Jaja! Pero cuando me daban permiso para solamente dos horas, ¡vamos!, me veía llegar tu madre con el uniforme y la boina de caballería y el galón de cabo... Vamos, que se enamoró.
-- También te enamorarías tú, digo yo -suelta mi madre-. Que para veinte años que tenías, me parece que el uniforme era de lo poquito que podías lucir.
Mi padre sacude la cabeza y la contesta:
-- ¡Ya ves tú! -se ríe-. Con esas pintas que tú llevabas, ¡já! ¡Quién te ha visto y quién te vé!
Mi padre me coge la mano y añade, susurrando:
-- Llevaba tu madre el pelo a lo Afro. Lo Afro es así como muy rizado. Y pantalones de campana. ¿Cómo te lo explico? El culo muy apretado y los tobillos...
-- Pero te gusté -replica mi madre.
-- ¡Pues claro que me gustaste! Igual que yo te gusté a ti.
Papá me vuelve a apretar un brazo, me guiña un ojo y suelta:
--¡ Un metro setenta y cinco, chiquillo! Sin barriga, ojo. Me acababa de sacar mi primer coche, un seat ritmo blanco con un águila dibujada en el capó, que cogía...
-- El ritmo lo compraste después -dice mamá-. Aquéllos días, me recogías con el seat de tu padre.
-- ¡Qué hablas...! -se sulfura papá-. Yo ya tenía el ritmo, otra cosa es que a ti te recogiera con el seat de mi padre.
Papá y mamá se miran. Y no sé por qué, Mario, pero me da la sensación de que tengo que intervenir.
-- Bueno, pero os hicísteis novios y os casásteis y vine yo, ¿no?
Papá y mamá se ríen, ¡anda!, los dos a la vez.
-- Yo quería un niño -dice papá-. Desde el primer momento. Yo quería un niño. Tu madre no. A ella le daba igual.
-- Niño o niña, hubiera querido a los dos lo mismo -y mi madre me aprieta la mano...
-- ¡Pero yo sabía...! No sé por qué. Yo sabía que sería... Que iba a ser un niño. ¡Un hombre! Otro hombre. Y acerté. Acerté. Un niño quería yo...
-- Un hijo quería yo -dice mamá-. Te llevaba dentro. Sin sexo. Estabas aquí, mira, en la tripita. Me daba igual niño que niña.
-- ¡Pero ha sido niño! MI niño, mi niño, mi niño...
Y mamá me aprieta la mano y dice:
-- MI niño, mi niño, mi niño...
Y papá suelta:
-- Vas a decir ahora que yo pelado al cero no te gustaba, vamos...
Y mamá:
-- ¿Quién ha dicho eso? ¿Por qué te inventas cosas que no son...?
Y papá, acariciándome la frente:
-- Los hombres, hijo, siempre andamos, por lo visto, imaginando cosas que no son.
Y mamá:
-- Lo mismo, hijo, las personas cambian a lo largo de la vida y no se acuerdan ya de...
-- Como tu amigo, tu compi de trabajo, el calvo con la perilla, cielo... -suelta mi padre con una risita de esas que nunca entiendes a qué vienen, Mario, y mirando fijamente a mi madre.
-- ¿Qué tiene que ver...? ¿De qué me estás hablando ahora...?
-- Lo sabes de sobras.
-- ¡Ah, sí...! Si ya me acuerdo. Eran los tiempos en que yo me veía sola tantas noches, sola, sin nadie a mi vera que... -mamá saca un pañolillo del bolso, Mario.
-- Y yo curraba, hijo, yo curraba esas noches para poder comprarte un...
-- Y estar en casa no es currar, ¡nooo...! -mamá ha arrugado el pañolito en un puño- Pasar noches con un hijo que llora, que tiene hambre, que tiene pesadillas, que...
-- ¿Pesadillas? ¿Pesadillas? ¡Las que yo tengo pasadas fuera de mi casa...! ¿Me hablas de pesadillas...? Noches eternas que...
-- ¿Tú? ¡Já! ¿Pesadillas tú...? Dime cuándo... Noches eternas en que solamente...
En ese momento, Mario, te lo juro, mis ojos se cerraron y el ordenador que tengo al lado de mi mesilla empezó a pitar. Palabra. Así:
-- ¡Piiiiiiii....! ¡Piiiiii....! ¡Piiiii.....! ¡Piiiii....!
-- ¡Enfermera! ¡Enfermera! -gritó mi madre.
-- ¡Un médico! ¡Un médico! -gritó papá.
Y entró la enfermera. Y empujó a mis padres -que seguían discutiendo- fuera de la habitación.
¡Fuera, fuera, fuera...!
-- Ya se han ido, ya se han ido... -me dijo la enfermera, en el oído.
Me tomó el pulso, me puso un aparatito en el pecho y escuchó un rato.
Creo que se quedó extrañada, amigo. Porque abrí los ojos de repente, la sonreí y la pregunté:
-- ¿Te importa contarme un cuento...?
¡Jajaja!
Y el abuelo, que todo el tiempo había estado en la ventana, la guiñó un ojo antes de salir, la puso entre los dedos un cable que había desconectado y me besó en la calva, diciendo:
-- Vuelva a enchufar este chisme, señorita. Y cuéntele un cuento, por favor. De los de verdad.
¡Jaja, Mario!
Y el abuelo no me besó esta vez.
Pero salió por la puerta guiñando un ojo a la enfermera...
¿Tú crees que mi abuelo a estas alturas...?

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