jueves, 31 de mayo de 2012

-- Recuerdos de Rinconete y Cortadillo.

    Mi viejo amigo o mi amigo viejo, qué más da. Observo que sigues mi blog con idéntico interés conque seguías las líneas que garrapateábamos juntos en la servilleta de un bar. Han pasado años, eh. Entonces tú también escribías, con la única diferencia de que mientras yo buscaba el adjetivo exacto tú buscabas el dar en la diana sin recurrir a un diccionario de sinónimos o antónimos. Yo escribía buscando un aplauso y tú escribías de corazón. Lo recuerdo. Lo recuerdo bien porque todavía guardo muchas de aquellas servilletas, arrugadas y entintadas de azul, en cualquier cajón de la mesilla de noche...
    
     Has leído mi "artículo" (qué presuntuoso me siento) titulado "Un paseo por el centro" y has reconocido sin lugar a dudas a esos dos chavales que con 17 o 18 años se  pateaban el centro buscando dios sabe qué. Efectivamente, viejo amigo viejo, esos dos chavales éramos tú y yo. Efectivamente, sin lugar a dudas, cuando paseaba el otro día con mi hija por el centro de Sevilla,  la llevaba a ella cogida de mi mano, pero te llevaba a ti prendido con dos imperdibles en un ribete de mi alma: fueron muchos paseos, fueron muchas servilletas arrugadas...
    
     Quedábamos a eso de las ocho de la mañana, ¿recuerdas?,  en la parada del 23. Una sonrisilla de complicidad era mucho más que un saludo. Si tú llevabas veinte duros y yo llevaba otros veinte, entonces la mañana empezaba perfecta. Enfilando la calle Aguilas, desembocábamos en la Alfalfa, y por el trayecto ya habíamos dicho unas cien veces guapa a la chavala que iba a estudiar, a la morenaza con el uniforme del cortinglés o a la guiri que estúpidamente era capaz, a tan tempranas horas, de andar perdida por el centro de Sevilla. La mayoría, nos sonreía. Siempre, amigo, llevábamos a gala ser unos caballeros. Siempre.
    
     Bar EUROPA. ¿Qué escribo yo ahora, viejo amigo viejo? Siempre desayunábamos en nuestro Bar Europa. Ya Pepe, en la barra, nos conocía de sobras. Tomábamos asiento en una de sus mesillas de mármol. Café y media tostada con mantequilla. Por la ventanita que daba a la cocina, el viejo Genaro nos sonreía y se daba con esmero a cortar media viena y embadurnar ambas mitades de margarina de esa de la lata azul, con su espátula, dale que le pego, hasta que dejaba la tostá con un enfoscado que ya quisiera yo tener en las paredes de mi dormitorio. Ahora pides, donde quieras que desayunes, una tostada, y te endiñan bien que una dosis de mantequilla, una dosis de foiegras o una dosis de cinco gotas de aceite (como si andaras en un centro de desintoxicación), dentro de un estuchito que sólo puedes abrir si no te comes las uñas, y que si logras abrir y huntar y no mancharte hasta las cejas, ya te hallas conque la tostada anda tiesa como un cuerno de no sé quién.
    
     En nuestra mesita de mármol del Bar Europa, tras desayunar escribíamos.
    
     Necesitaría, viejo amigo viejo, un nuevo blog para dejar reseña de nuestras mañanas en el centro.
    
     ¿Cómo tú y yo, tan golfos y a la vez tan correctos, podíamos apadrinar a ese niño que se llamaba Alvarito, en la Biblioteca Pública de la calle Alfonso XII, cogerlo en brazos, leerle cuentos, hacerle reír ...? Y a las dos horas, liarnos a guantazos con una pandilla de drogatas que no nos caían demasiado bien.
    
     ¿Cómo tú y yo, tan pícaros y a la vez tan gentiles, podíamos hablar horas y horas con el viejo borrachín que acodado en un bar de la calle Feria vendía sus historias por un vasito de vino blanco...? Y al rato, llegar a las manos con quien quiera que fuese que creyéramos le hacía un favor muy flaco a nuestra amada Sevilla, con su sola presencia. La de guantazos que dimos y nos dieron, viejo. Todavía me dura la nariz torcida.
    
     ¿Cómo podíamos hacer de guías turísticos para catalanas, inglesas, chinas o alemanas...? Y a la media hora, intentar acostarnos con alguna. Ahí, me ganabas.
    
     ¿Cómo, en fin -la lista sería interminable-, pudimos con 18 años amar tanto a Sevilla, saber tanto de sus calles, ubicar cada azulejo, amar cada piedra, adorar a Juan Tenorio en el barrio de Santa Cruz, cuando Sevilla a las cinco de la mañana dormía? ¿Cómo pudimos arrodillarnos en la Judería, a la vista de la Giralda? ¿Cómo podíamos deambular por el Alcázar, por la Catedral, por el Archivo de Indias, por el Palacio de San Telmo, por la Torre del Oro, por las dos orillas de Triana y por el arco del Postigo o de la Macarena....? Dime, viejo amigo viejo, cómo siempre fuimos tan leales y a la vez tan golfos. Dime, viejo amigo viejo, de qué manera amábamos a Sevilla, de qué manera amábamos a su gente, de qué manera se hizo Sevilla, poquito a poco, una extensión del salón de nuestra casa... que sólo nos faltaba, loco, bajar a la calle en pijama...
    
     En la Plaza de Doña Elvira, los dos gitanos que cantaban con una guitarra vieja empezaron a mirarnos malamente, cosa que no me extraña. Tú mirabas como miras todavía, con una entereza que acojona a Robocop. Yo miraba como no consigo dejar de mirar: con ganas de repartir tortas.
    
    En la Plaza de Doña Elvira, los dos gitanos y nosotros dos nos hicimos amigos una tarde de noviembre, cuando venían los tunos dando su tabarra,
    
     También nos hicimos amigos, esa tarde de noviembre, de la Tuna de la Facultad de Medicina, de la Tuna de la Facultad de Magisterio, de la Tuna de...
    
     Y creo que presumimos de nuestra Sevilla. Que hicimos de guía por estas calles por donde ya callejeábamos hace años. Creo que hicimos buenas amistades. Y creo que... Sí. Por lo menos yo, sí. Me consta que tú también, pero yo hice doblete en Filología Clásica y y Ingeniería Avanzada y...
    
    ¿Qué te cuento, viejo amigo o amigo viejo, que ya no sepamos tú y yo? Hemos sido esos Rinconetes y Cortadillos de siglos pasados. Esos pícaros y truhanes y buscavidas que no desaparecen con una goma de borrar en un libro de texto.  Hemos compartido cervezas y poemas de Machado. Hemos andado entre burdeles y entre líneas de Pablo Neruda. Hemos visto a gente que duerme y a gente que acaba de despertar. Hemos sido basura en las calles de esta Sevilla, pero hemos sido también la reencarnación de ese don Juan Tenorio al que rezábamos más que al Dios de las escuelas:
    
"llamé al cielo y no me oyó,
     y pues las puertas me cierra
     de mis actos en la tierra...
     responda el cielo, que no yo." 
    
     Quizás, viejo amigo viejo, todavía tenemos páginas que escribir. No hemos sido, al fin y al cabo, tan malos. Traviesos, sólo traviesos. Y si Sevilla se nos queda chica... ¿Te apetece Madrid?
    
     Rinconete y Cortadillo por Madrid.
    
     Tenemos veinte años más, pero no hemos cambiado. Que cambien los demás.
    
     Un grande y muy sincero abrazo. Por todo lo que hemos vivido.
    
     Y como lobo que no descansa... creo, mi viejo amigo viejo, que Rinconete y Cortadillo tienen paso libre por Madrid.
   
     ¿Empezamos la historia?
    
     Ahora con canas, quizás nadie reconozca a Rinconete y Cortadillo. Somos lo que fuimos. ¿Quién, a estas alturas, puede asustarnos...? Mi nariz sigue torcida por un  puñetazo y quizás es hora de enderezarla. Hay tanto gilipolla suelto que me haría el favor...
    
     Besos:  poeta, golfo, bohemio y hermano... Besos, por lo que fuimos y lo que perdimos. Besos por lo que pasó.


   
   
   

martes, 29 de mayo de 2012

-- Spam. Virus. Ültimos timos en tu PC.

    Los engaños por internet están a la orden del día. Basta mirar un anuncio, aceptar, hacer clic y ya te encuentras con un virus que te muerde las entrañas del ordenador y te lo deja con la misma funcionalidad que un tostador de gas butano. Estemos atentos. Os ofrezco a continuación, la descripción detallada del último timo que está haciendo estragos en miles de usuarios de la Red, sobre todo entre el sector masculino. Atentos. Así funciona:
1º) Lo normal. Vuelves del trabajo, almuerzas o cenas y abres tu correo electrónico.
2º) En la sección de entradas, tecleas RECIBIDOS y te  aparece, sorpresivamente, la imagen de una portorriqueña jugando al tenis en la orilla de una playa de Cancún. La imagen está tomada desde atrás y muestra a la chica en cuestión con una faldilla blanca de la talla infantil, el cuerpo estirado y medio cachete de culo al aire, segundos antes de lanzar su saque. Ejem. Interesante, ¿verdad?
3º) Una vez que te limpias la baba y coges el ratón del suelo, una pantalla emergente aparece justo en el trasero de la muchacha y te ofrece dos opciones: VER SAQUE BÁSICO ó VER CHICA SALTANDO EN COLCHÓN DE PIKOLÏN. Lógicamente, haces clic en la segunda opción después de asegurarte de que tu mujer se ha acostado hace ya un rato, después de ver el Hormiguero.
4º)  ¿Qué pasa ahora? Que has picado como un merluzo. En vez de la portorriqueña saltando en un colchón elástico de Pikolín, otra ventana emergente te avisa de que las plantillas de tus zapatos apestan a perros muertos, de que llega el verano, de que los pies sudan y de que si vas a Cancún buscando a la portorriqueña te vas a comer un MOJITO-CANCÚN. Aparecen ahora dos enlaces, a saber: NO VEO SAQUE Y NO DESEO INFORMACION SOBRE PLANTILLAS ó COMPRO PLANTILLAS PERO VEO EL SAQUE.
5º) Como es de esperar, haces clic en la segunda opción y compras quince pares de plantillas por 160 euros o a veces incluso más.
6º) Ahora viene el timo. Al adquirir las plantillas y rellenar el cuestionario sobre la forma de pago, haces clic por fin en IMAGEN PORTORRIQUEÑA HACIENDO SAQUE  y resulta que la portorriqueña hace el saque, sí... pero lleva leotardos debajo de la falda. Crisis de ansiedad.
7º) Te sientes tonto y percibes que tu coeficiente intelectual y tu autoestima andan a la misma altura que los quince pares de plantillas que has adquirido hace cuatro segundos: más o menos, por los suelos.
8º) No acaba aquí la cosa. Ahora, por si fuera poco, tu foto de perfil de facebook mostrará a Rafa Nadal pellizcándose los calzoncillos. Has picado y tienes un troll en tu ordenador. A partir de ahora, no te hurgarás entre los dedos de los pies sin que se entere media Europa y parte de sudamérica.
    ¿Cómo evitar este timo? Muy fácil. Toma nota y comparte este enlace con la gente que quieres.
1º) Cuando portorriqueña medio en bolas aparece en pantalla, haz clic con botón derecho del ratón en la nalga izquierda y verás que se abre una ventana con dos opciones: ESTÀ GÚENA PA COMÉRSELA ó ESTÁ GÚENA PERO NO ES PA TANTO.
2ª) Haz clic con el ratón donde quieras, porque le des donde le des te van a endiñar otras quince plantillas antisudor para tus zapatos..
3º) Una vez que adquieras las quince nuevas plantillas para calzado, observarás que la imagen de la tenista pega un saltito y... Bueno, aparece una nueva encuesta y debes hacer clic con el ratón en la teta que observes que salte menos.
4º) Coloca el cursor sobre la teta derecha (suele ser la que menos salta) y abre pestaña de CONFIGURACION de CORREOS.
5º) Verás ahora dos ventanas emergentes: COMPRO QUINCE PLANTILLAS MÁS ó ANTES DE SALIR, COMPRO QUINCE PLANTILLAS MÁS.
6º) Haz clic donde te apetezca. La portorriqueña hace semanas que se casó. Tiene dos hijas y vive con  la madre en un pueblito de Yucatán.
7º) Cierra la sesión de EMAIL y vuelve a abrir. Ahora la portorriqueña aparecerá desnuda y la ventanita emergente preguntará: BORRAR DE LA PANTALLA ó BORRAR DE LA MEMORIA. Dale a la segunda opción. Bórrala, macho, bórrala.
      Para terminar, sólo añadir que cuando el administrador del Correos es una mujer, la portorriqueña no aparece pero lo hace en su lugar un muchacho con la cara de Carlos Baute, el vientre con más cuadritos que un teclado analógico y el culete apretado como una bolsa cerrada de higos chumbos. Las  dos opciones de la ventanilla son: "ME LO  QUEDO  Y LO DESGARGO" ó  " ME LO QUEDO, LO DESCARGO, LO GUARDO EN ARCHIVOS PERSONALES Y NO SE ENTERA NI DIOS".
    Elegir la tercera opción: "NO ES CAPAZ DE HACER VEINTE FLEXIONES... PERO ME ARRANCA UNA SONRISA".
    Saludos.
   
   
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domingo, 27 de mayo de 2012

-- Al Leroy. O por un puñado de espiches.

    Llevaba razón mi esposa, como casi siempre. Ya hace un año que la niña hizo su primera comunión, Jesús, ¡¿todavía no has tenido tiempo, hijo, de colgar el retrato en el salón?! ¡¿Necesitas pedir una excedencia en el trabajo para hacerlo?!
    El retrato en cuestión es una fotografía de estudio de unas dimensiones ciertamente aceptables, donde la niña envuelta en gasas blancas muestra una sonrisa angelical que solamente le he visto cuando duerme profundamente o segundos antes de entregarme un examen de inglés con un cero en rojo superpuesto en el margen superior derecho. Total, que uno es un hombre de acción y decidí prontamente satisfacer los deseos de mi esposa. Colgaría el cuadro esa misma mañana. Saqué de bajo la cama la caja de lata de las herramientas y ¡voila!, ni espiches ni cáncamos. Tampoco brocas. Era sábado y mi ferretero personal cierra los sábados, conque puse rumbo al Leroy Merlin, lo tengo cerca. Mi mujer me acompañó.
-- Nada de pasarte horas mirando muebles y cortinas -le advertí-. Espiche, cáncamo y broca; y vuelta a casita.
    Es un incordio que las grandes superficies nos traten a los meros ciudadanos de a pie como a mayoristas en potencia, por lo que para comprar un vulgar espiche debes adquirir una caja de cien, las alcayatas te vienen en cajas de 150 y las brocas... Brocas sí, las brocas las venden sueltas. No obstante, visto el precio que tiene una sola broca y comparado con el que tiene un estuche con cuarenta brocas surtidas que incluye variedades específicas para cemento, hormigón, madera y metales nobles, no es un vanal derroche el adquirir éste último, que es lo que yo hice. Más adelante, y por sólo 40 euros más, el mismo estuche de brocas venía incorporado en un set de "el manitas en casa" que comprendía un trompo de dos velocidades, una sierra de calar, una amoladora, una lijadora y una pequeña aspiradora de arenilla o serrín. Decidí finalmente que el set de "el manitas" era lo que me convenía, vista la relación cantidad-precio, y me volví satisfecho para mostrarle a mi santa esposa cómo debe de comprarse en las grandes superficies, cuando me percaté de que no estaba a mi vera. Suele pasar. Las mujeres se aburren en la sección de herramientas y aprovechan para curiosear por otros derroteros. Fuí en su busca -seguramente la sección de menage o cortinas- cargado con mi set de reformador y mantenimiento casero, mi cajita de espiches y mi paquetito de alcayatas.
    En la sección de carpintería deambulo un rato entre paneles, tablones y maderos de variadas hechuras. Un chaval con un mono gris del Leroy hace una exhibición de manualidades aptas para un coeficiente intelectual veinte puntos por debajo del mío, valiéndose únicamente de una sierra de calar y una caja de ingletes. Pienso mientras lo observo que el retrato de la niña que vamos a colgar en casa, tiene a mi entender un marco demasiado recargado que ya no se estila más que en catedrales góticas del norte de España o en el salón de té de la duquesa de Alba; y al fin y al cabo, ahora tengo en mi poder un maletín que contiene una sierra de calar como la que está utilizando ese zangón del mono gris. ¡Ojo! Que uno presuma de ciertas inquietudes intelectuales no significa que no posea la capacidad de inventiva ni la maña doméstica necesarias para crear de la nada un marco de diseño modernista para un retrato de comunión, conque me hago con una caja de ingletes que se vende de oferta junto con seis botes de cola blanca de carpintero, husmeo entre la infinita variedad de maderámenes y me proveo al cabo de dos listones de madera de pino de  siete centímetros de ancho por dos metros y medio de largo, que me encalomo debajo del brazo, como si fuera un moderno quijote de grandes superficies...  Claro que  entiendo que manufacturar un marco para un retrato y dejarlo después en su basto color de bruto pino es hacer un trabajo a medias y yo soy hombre de los que se precia de nunca dejar nada a medias, conque compro también un bote de tapaporos, una lata de barniz, un juego de brochas y pinceles y un rulo diminuto con su diminuta cubeta, amén de una garrafa de aguarrás y un par de guantes de pintor. A estas alturas, no tengo más remedio que salir a buscar un carro, lo que hago con presteza.
     Es suficiente. Es una compra inteligente la que he hecho y me tendrá ocupado toda la mañana en casa. 
     Dirigiendo mis pasos, sin embargo, hacia la sección de menage por donde debe de curiosear aburrida mi santa  esposa, me topo de frente con la zona de fontanería y hago un poco de tiempo fisgoneando por aquí y por allá.  Cuando me canso,  paso de largo no sin antes echar en el carro dos grifos monomandos, un telefonillo para la ducha con tres posiciones para personalizar la  amplitud  del chorro, una tubería de PVC de un metro, un tubo de cobre de tres, un soldador de gas profesional y un detector digital de corrientes subterráneas de agua. Tiro del carro como un beduino por un zoco de Marraquetch. Cuando encuentro a mi santa esposa, luce en su semblante una encantadora sonrisa de satisfacción que, sin saber por qué, me atemoriza un tanto. Sin decir palabra, mete en el carro dos taburetes para el baño, un kit de quince perchas de colores, un anaquel para los botes de las especias y dos sartenes antiadherentes en las que sólo se pega la etiqueta del precio. Me besa en la mejilla y vuelve a desaparecer, sibilinamente, con una seguridad que me escama, antes de que pueda decirle nada.
     Giro el carro y me dirijo a la sección de electricidad, donde dispuesto, por vez primera en mi vida, a contribuir al ahorro energético del país, me hago con media docena de bombillas de bajo coste, para sustituir las clásicas de 60 vatios de la lamparita del salón. Claro que la lámpara del salón sólo funciona con cuatro bombillas, con lo que me sobran dos. Así pues,  la lámpara de seis tulipas y ventilador de cinco aspas incluido que adquiero a continuación apenas si entra en el carro, por lo que tengo que sacar uno de los taburetes y llevarlo bajo un brazo. También compro una linterna modelo industrial, con un botoncito que lanza ráfagas de SOS y otro que puede emitir destellos en morse si te quedas perdido cualquier tarde en medio del océano. Y un atornillador eléctrico, dos cajas de empalme, seis rollos de cinta aislante, tornillos de distinto paso, tuercas, abrazaderas, un juego de llaves Allen, bisagras, cojinetes, condensadores y mordazas. Y un martillo de zapatero que está de oferta. Miro a mi alrededor, un poco jadeante y con la vista un tanto nublada.
    Un electricista que se precie no cambia una lámpara subiéndose a una silla, cualquiera lo sabe, yo nunca lo he visto. Hay una gran variedad de escaleras de aluminio en el Leroy Merlín, desde las que tienen  un solo peldaño hasta las plegables de doce. La de cinco creo que es de mi talla. Me subo con la facilidad que da un físico agilizado como el mío y es, comprobando in situ la idoneidad de su altura, cuando distingo en el horizonte, tres calles más abajo, a mi mujer gateando de rodillas por el suelo de la seccion de cortinajes, extendiendo y midiendo con un metro de costura que se ha debido traer de casa unas alfombras de estilo persa. Siento por vez primera que quizás estemos perdiendo parte de nuestro siempre ejemplar autodominio adquisitivo. Coloco la escalera transversalmente sobre el carro y lo arrastro con denodado esfuerzo, como un mercader medieval camino de la feria de la aldea más cercana. Mi entereza emocional no debe andar ciertamente muy afinada hoy, lo noto en mi caminar zancudo, en mis ojos que giran desorbitados en las cuencas como los de un camaleón en busca de un insecto, atisbando por entre estantes y expositores a la caza de ignoro el qué. Percibo cómo un hilillo de saliva se me derrama y cuaja por un extremo de la boca, y un padre que me ve avanzar agarra a su hijo del bracito y lo aparta de mi camino, comentándole algo desagradable sobre los daños estructurales en la corteza cerebral de ciertos individuos. En la sección de papeles pintados, aprovecho para rellenar huecos en el carro con multitud de cenefas adhesivas de variados colores y motivos, dos bolsas de a kilo de cola de empapelar y un rulo antigoteo de lana virgen de oveja merina.
    Avanzo ahora con cierta inconsciencia, dando saltos por los pasillos; y jadeo convulsivamente con un estertor que asusta.
    Logro reencontrarme con mi mujer en la zona de albañilería, donde la hallo subida a un palet de ladrillos e intentando alcanzar unas molduras de escayola que, según me explica, quedarán divinas en el comedor. ¡Sí, sí, síii...!, grito, espantando a dos señores y a una reponedora de artículos, que me miran con indisimulada compasión, y me abalanzo dando gruñidos al expositor de azulejos para baños y cocinas, donde relleno un cómodo formulario y hago un pedido de losetas que me traerá a las mismas puertas de casa un camión del Leroy Merlín esta misma tarde. Consigo rescatar a mi esposa de las profundidades de un cajón repleto de infinitos modelos de picaportes para  puertas, terminamos de compactar el carro con algunos cojines para el sofá y un par de espumosas almohadas de pluma de pato amazónico y nos encaminamos en un estado de enajenación transitoria hacia la caja más cercana, donde un empleado de seguridad nos observa con disimulo mientras habla en voz baja por el walkye talkye. En la caja, mi mujer y yo nos miramos por primera vez a los ojos, con cierta culpabilidad pintada en nuestras pupilas. Por unos momentos, pienso que no nos reconocemos, ¿quiénes somos?, ¿qué hacemos aquí?, ¿quién nos ha atiborrado el carro?
    Cogemos algunos paquetes de pilas de diferente voltaje, unas cajas de chicle sin azúcar, algunos llaveros regionales y dos cajas de tiritas. Pagamos religiosamente y nos vamos.
    Para cuando volvemos a casa, ya es demasiado tarde para colgar el cuadro.
    Quizás mañana, antes de que llegue el camión de los azulejos.
  

sábado, 26 de mayo de 2012

-- escribo, luego existo

    Me es muy fácil escribir docenas de folios en blanco, cuando siento que no tengo nada que decir.
    Escribo cuando me sé vacío, con la misma espontaneidad conque un niño sonríe, salta o escupe en el recreo.
    Escribo porque aprendí demasiado joven que la tinta escandaliza más que la sangre. Que una página en blanco puede convertirse en un parte de guerra o en una declaración de amor. Escribo porque la punta de mi bolígrafo puede ser, si quiero yo, la punta de una espada; o al contrario -si así lo quiero-, la punta de mi lengua recorriendo tu espalda.
    Escribo porque escribiendo hago y deshago. Porque ando por la página a mi antojo.  Porque invento mis pasos o escondo mis miedos. O porque, si me apetece, los comparto. Escribo porque destrozo mi vida y cuando quiero la rehago.
    Escribo que odio... y sólo tres puntos pueden dar a entender que amo.
               
(a mi linda admiradora, de tanta belleza y tan pocas luces)

jueves, 24 de mayo de 2012

-- Sábado de playa.

    Conque sin apolillar todavía el sayo pero aprovechando que mayo marcea, se presentaba el fin de semana soleado y decidimos saltar a la playa, total, está ahí al lado como quien dice. No son los tiempos de mi infancia, cuando para acercarnos un día a Chipiona mi padre se levantaba a las seis de la mañana para pasar revista a los niveles de agua, aceite y valvulina del seiscientos, para soplarle la carbonilla a las bujías y para hacerle hueco a los pertechos en el diminuto compartimento del capó, antes de enfilar la autopista a eso de las nueve y llegar a destino sobre las once y media tras las cuatro estipuladas paradas de rigor, a saber: una para desayunar, otra para no sobrecalentar el motor, otra para un primer aperitivo y la última para coger caracoles por la cuneta mientras el sobrecalentado motor bufaba recuperando el fuelle. Hoy no. Hoy te plantas en Chipiona en una hora, los coches son más fiables y los conductores como yo nos fiamos de que nos lleven a destino sin siquiera mirar si la etiqueta de la ITV tiene el último mordisco dado en mayo del 2003 o enero del 2001. Somos descuidado con los coches, será que no nos costó tanto hacernos con uno como les costó a nuestros padres hace treinta o cuarenta años. Mi padre en especial, trataba a su seiscientos como si fuera el hermano que nunca tuvo. Mi padre bajaba dos veces a la semana con dos cubos de agua, una escoba, un cepillo, dos bayetas, un bote de laca abrillantadora, dos trapitos de algodón y una garrafa de ambientador de litro y medio con aroma a pinos del coto, que cuando llevabas media hora de viaje te daban ganas de buscar piñas por debajo de las alfombrillas. Podía pasarse una tarde entera, mi padre, sacándole brillos al seiscientos y buscándole lustres a la más recóndita porción de chapa. Yo no. Yo lo lavo poco. Poco y en las gasolineras o en el Alcampo.
-- ¿Básico o completo? -me pregunta el empleado del lavadero, como si estuviéramos en un puticlub.
-- Básico, básico -me apresuro a responderle-. El de tres euros. Agua, espuma y al carajo. Total, da lluvia para el mes que viene.
    Apartando el tema y retomando el hilo, a lo que iba. Que el sábado pasado me desperté con ganas de ver los primeros tangas de la temporada en grato maridaje con unos botellines de chiringuito playero,  y así lo anuncié a mi santa esposa:
-- Cariño, estoy agotado, de buenas ganas me volvía a acostar, pero creo que te sentará bien despejarte un poco y salir de la monotonía. La niña, por otro lado, está muy blanca porque las radiaciones de la PSP le están sorbiendo la melanina. Y a tu madre, ni que decirlo, le sentará bien el sol, sobre todo ella lo necesita más que nosotros .Por ella lo hago. ¿Nos vamos a la playa?
    Antes de que pudiera responder, coloqué a las puertas del ascensor la nevera y la sombrilla, vestí a la niña, desincrusté a mi suegra del colchón y la llevé a rastras a la puerta, me colgué una mochila del hombro y me encasqueté en la cabeza el  sombrero de paja que me tocó en la fiesta del Havana Club el año pasado, tras una comida de empresa.
-- ¿Nos vamos, cielo?
    En una hora nos plantamos en Chipiona. Los primeros culos tostados del año ya empezaban a desfilar airosos por delante de mi opel, por lo que no debe extrañar que arrugara un par de matrículas intentando aparcar: no se pueden tener los ojos puestos en todo. Mi suegra, cuyo recetario médico incluye entradas que todavía no constan en el Vademecun del año en curso, caminaba a duras penas, entre dormida y comatosa, no muy consciente de por dónde andaba. La niña, retozaba loca de alegría, con su mochila de las monsters y su gorrita de la hello kitty. Mi mujer caminaba detrás, con la bolsa de lona y peleando con las dos butacas que le colgaban del cuello.
    Instalé la sombrilla en un sitio estratégico basado en el posicionamiento ecuacional de tres puntos de referencia, a saber: orilla de la playa a 20 metros, chiringuito de Los Manolos a 60 pasos y toalla  familiar con cuatro chicas tomando el sol en posición de decúbito supino (o debiera decir de culito supino) a un giro de cabeza de 45 grados.  
-- ¿Te bañas, papá? -me pregunta mi chica. ¿Mi chica? La miro con su bañador y está preciosa. Lo que ha crecido mi reina linda. De aquí a dos años o tres, ya tendré que bregar con los viejos libidinosos que instalen su sombrilla a menos de treinta pasos de la nuestra.
-- Ahora mismo, cielo, en cuanto compruebe que la nevera funciona bien.
-- ¿Ya te vas a beber un botellín? -me recrimina mi mujer, con el rostro y el cuerpo como si acabaran de gratinarla con bechamel en la pizzería del Sloppi Joe's.
-- ¿Ya te has jalado tú dos botes de crema? -voy a replicarle, pero un balonazo me acierta en el cogote y me incrusta la cabeza en las profundidades de la nevera.
    Un mocoso con la cara llena de pecas se acerca conteniendo la risa, recoge su pelota y se marcha a saltos diciendo:
-- ¡Ha sido sin querer! ¡Perdoneeee!
    La criatura no lo ha hecho con intención y lo entiendo, pero eso no quita para que reconsidere por momentos la conveniencia de fijar a los críos a la arena igual que se hace con las sombrillas, cavando un hoyito e inmovilizándoles un pie con tierra mojada. Me echo al coleto el botellín, me despojo de la camisa, encojo la barriga, cuadro lo hombros, me quito las gafas y tomo la mano de mi hija para encaminarme con ella a la playa, andando lentamente como he visto que anda Cliniswot cuando viene del saloon de matar a cuatro forajidos que le han hecho trampas al tute. El agua está fría de la leche y no he pasado de las rodillas cuando ya la niña lleva tres pinos hechos con la cabeza perdida debajo de la superficie. Los críos están hechos de una pasta especial. Al ratillo se nos une la madre, seguida como una embarcación de recreo por una vaporosa estela blanca que va dejando a sus espaldas el garrafón de cremas que se ha echado encima. Aprovecho para avanzar con pausa hasta que el agua me cubre los hombros y hago entonces, ahora sí, gala de mis habilidades natatorias, unos largos hacia allá y unos largos hacia acá, estirando mucho los brazos y acompasando el giro de mi cabeza a un lado y al otro, como he visto que hace Tarzán en las películas antes de que venga el cocodrilo a joderle la mañana. Imagino que alguna de las chicas vecinas de nuestra sombrilla, ha debido ya de haber sacado sus prismáticos y debe andar observando mis evoluciones en alta mar, conque aderezo mis habilidades con dos malabarísticas zambullidas tipo Wally y me entrego en cuerpo y alma a una sesión de buceo clásico que me hace salir a la superficie unas seis yardas más allá de donde estaban mi mujer y mi hija. Como no llevo las gafas, todo lo que distingo a mi alrededor es una bruma de formas fantasmales, así que voy avanzando poquito a poco, sonriendo y saludando a todo el mundo con campechana familiaridad, esperando que de un momento a otro me devuelva el saludo una voz conocida.
-- ¡Aquí, papá, estamos aquí!
-- Ya os había visto, cielo.
    Volvemos al campamento base. La abuela sigue dormida, incluso ronca. ¡Mamá!, le grita mi mujer, ¡mamá, que estamos en la playaaa! Mi suegra abre un ojo, sonríe, se retuerce en la butaca y vuelve a quedarse frita. El niño pecoso podría hartarse a placer a bombardearle la cabeza a pelotazos, y ella no lo notaría.
-- Es el tratamiento que tiene -suspira mi esposa-. Son unas pastillas muy fuertes.
    Mi mujer se tumba en la toalla. La niña saca su pala y se entrega con entusiasmo a cavar en la arena. Yo dejo que el sol me seque permaneciendo en pie, mirando de soslayo a mis vecinas mientras me bebo una cerveza. El tío del carrito con los dos paquetes patatas a euro, bocina su mercancía. Una de las muchachas que toma el sol se incorpora unos instantes, se deshace de la parte superior del biquini y deja flotar al viento dos pechos como dos globos de Doraimon. Me atraganto, toso, me meto una varilla de la sombrilla por un ojo y se me sale la espuma de la cerveza por la nariz. El tío de las patatas, ha metido el carrito en la orilla. ¿Por qué no somos aún capaces de observar una teta con naturalidad?, me pregunto. Puede ser porque vienen siempre de dos en dos, no lo sé. Es un tema que tengo que desarrollar un día de estos. ¿Y si vinieran de una en una? O sea, una teta solitaria en mitad del pecho... Soy demasiado aprensivo, debo olvidar el tema.  Me marcho al chiringuito de Los Manolos. Unas cervezas y unas gambas, nada del otro mundo. El chiringuito no ha cambiado, es el mismo al que me traía mi padre hace años. Sigue sonando de fondo el jaleo de los chichos, los gorgoritos de los amaya y el lamento de la pantoja con el pan tostaíto migaíto con café, todo un clásico. Dos cervezas y cinco gambas, siete euros. Todo un clásico.
    Vuelvo al campamento base y ya mi mujer está troceando la tortilla de papas y repartiéndola por los platitos de plástico. Mi suegra anda al fin despierta y se me queda mirando como si no me conociera.
-- Lo gordo que se está poniendo este hombre -dice a mi mujer, señalándome con un dedo.
-- ¿Y la niña? -pregunto, soslayando tan injusto comentario.
-- Abajo -responde mi mujer. Y por unos segundos me quedo en blanco. No la entiendo. Mi mujer señala un hoyo a sus espaldas- No ha dejado de cavar desde que salió del agua, dile algo.
-- Que digo que lo gordo que se está poniendo este hombre -grazna mi suegra de nuevo. La miro. La miro a ella y miro al hoyo y la vuelvo a mirar a ella. Creo que capta el mensaje subliminal que ha surcado mi mente, porque vuelve la vista y se queda callada.
    La cabecita de mi hija asoma a la superficie, con una sonrisa en los labios, arena taponándole las orejas y creo que un trozo de babosa adherido a la frente: ¡Mira qué hondo, papá, lo he hecho yo sola!
-- Vamos a comer, pequeña, y no pienso bajarte la comida con una cuerda. Sal de ahí, anda.
    Me siento en mi butaca, relajado. Oteo el horizonte, como un viejo marino en pos de mundos por descubrir. Dejo pronto el horizonte y observo a mis vecinas, que se incorporan y se sacuden la arena de sus cuerpos esbeltos. ¡Ay, juventud! Se encaminan lentamente a la playa, propinándose empujoncitos, riéndose, meciendo sin decoro sus talles musicales. Me viene a la cabeza algo que le leí a Cela, creo: mujer que al andar culea y las caderas mece, yo no digo que lo sea, pero sí que lo parece. ¡Ay, juventud divina! Y ellas cuatro caminan como diosas. La de la izquierda luce un biquinísimo negro muy ceñido que le aprieta las carnes justito en ese repliegue donde la pierna deja de llamarse pierna y se apellida cachete juguetón, ¡ay, juventud dorada! La de la derecha lleva un tanga diminuto que hace que, a cada paso que da, sus dos glutinosas...
-- ¡Ay, coño! -grito, llevándome la mano a la cabeza, dolorido.
-- Es el tapón de la cocacola, cariño, tiene demasiada fuerza, ¿no crees?
    Almorzamos, bebemos, al tío del carrito de patatas le compramos patatas, reposamos, tomamos el sol, al tío del carrito de palmeras le compramos palmeras, nos damos otro baño, al tío del carrito del bombón helado le compramos bombón helado... Y va menguando la tarde, va menguando el día y retrocediendo como si las olas se lo llevaran tras cada embite. Mengua mi líbido también, porque las cuatro muchachas carnidúctiles hace tiempo que marcharon y su lugar lo ocupan ahora cuatro cachalotes autóctonos que han venido a brindar sus muelles formas al sol vespertino. Conque empacamos en un pis pas el escaso matalotaje, arriamos la sombrilla, plegamos butacas y desplegamos suegra, y en menos que se tarda en contarlo volvemos grupas, más morenos, más cansados. También, es lo justo, más felices.
    Y en el bolsillo de mi camisa, una servilleta arrugada con el membrete del bar Los Manolos y unas notas garrapateadas en ella, que han dado el pié a una nueva entrada en este blog.
   
   

martes, 22 de mayo de 2012

-- Reflexiones: me río y no lo entiendo.

-- No lo entiendo. ¿Por qué, en pleno siglo XXI, en la gran era de las tecnologías y el gran auge de los medios de comunicación, el tío de la bombona sigue aporreando bombonas unas contra otras para llamar nuestra atención? ¿No contamos aún con alternativas más acordes a los tiempos que corren? ¿Debe nuestro bombonero habitual avisarnos de su presencia con un "bong-bong-bolonggg",  que nos retrotrae a las selvas amazónicas de los documentales de la 2? ¿Vive nuestro bombonero en un mundo paralelo al nuestro? ¿Es nuestro bombonero idiota acaso? Por tal regla de tres, ¿por qué no vender las bombonas haciendo señales de humo? ¿Hay que ser percusionista para ser bombonero?
--  Me río. ¿Por qué, de un año acá, tenemos la desfachatez y la valentía de señalar con el dedo y mirar con desprecio a un fumador que ose aproximarse a menos de medio metro de dónde estamos? ¿Por qué no mirábamos con la misma valentía y con semejante saña a quienes fumaban porros en los portales y los parques de nuestros barrios? ¿Ganamos derechos a costa de ser valientes con quien nunca nos replicará? Siguen fumando porros por doquier y seguimos fumando los que de toda la vida fumamos. ¿Por qué a mí me recriminas y al tontolporro de tu portal no?
-- No lo entiendo. ¿Por qué a las mujeres y  a los panolis con gafas nos pitan con insultante insistencia cuando el semáforo se poner de color verde, y no se pita con idéntica tenacidad al conductor rapado con trece tatuajes en el brazo que asoma por la ventanilla?
-- Me río. ¿Por qué a Su Alteza Real Don Juan Carlos I de Borbón y Borbón, cada vez que viaja o cada vez que esquía o cada vez que va a la compra, pongo por caso...? Prosigo. ¿Por qué a Su Alteza Real don Juan Carlos I de Borbón y Borbón, cada vez o cada día que se rompe un hueso, le proporcionan una muleta que lleva claxon incluido? Mi tía Paca, que en paz descanse, tenía más costillas y huesos rotos que la cabra esa que tiran desde una torre en un pueblo de no me acuerdo dónde, pero la muleta que le dió la Seguridad Social no tenía bocina como la del Rey, era del tipo "MAPAM", Me Abro Paso A Muletazos. ¿La Monarquía, con un Rey que tanto se cae, está contemplada en el copago?
--  No lo entiendo. ¿Por qué los niños del Tercer Mundo andan esqueléticos de alimentarse con la basura de las comidas y los nuestros, según dicen, andan obesos como cachalotes de alimentarse con comida basura? Al final, ¿dónde está la comida? Y voy más lejos, ¿quién se la está comiendo?
-- Me río. Me río de los tatuajes y disculpadme. El que luzco en mi hombro derecho, es un lince que me hice a los 20 años, en la mili, cuando los tatuajes tenías que esconderlos si no querías que tu madre te partiera la cara en dos trozos iguales. Llegó, al tiempo, el boom de los tatuajes. Se tatuó todo dios, desde tu vecina hasta tu suegra, a la que sorprendes una mañana con un Hobbi o un Elfos  del Tolkien grabado en la espalda. Me río hoy de ese tatuaje original y novedoso que hace años te hiciste con la intención de lucir, y que hoy por las tardes estivales o por la orilla de la playa no sabes cómo esconder. Tus carnes se volvieron fofas, tu piel arrugada. Tus carnes se dejaron amasar por los años y tu tatuaje, tanto tiempo lucido en fiestas y bacanales, es hoy un escupitajo de tinta dentro de un pellejo de morcilla. Tu flor del pecho, es hoy una alcachofa patética digna de estudio. Tu gnomo en las ingles, un gnomo de vuelta y vuelta. Tu delfín justito debajo del ombligo, es ya una anchoa que se retuerce antes de morir. Como buscaba conchas por las orillas, hoy busco tatuajes marchitos por la orilla de la playa. Mi lince en mi hombro, todavía muerde. No es lo mismo: yo era consciente de que tarde o temprano debería de morir... por eso lo clavé encima de un hueso. Me sobrevivirá.
-- No lo entiendo. Si antiguamente venía el Coco por las noches o el Hombre del Saco a deshoras, ¿por qué hoy quien viene es el Colesterol? Ni tiene nombre de monstruo ni nada, ¿Por qué me venden el chope, el queso y el salchichón envasados al vacío, que hace falta meter un cohete rociero dentro para separar dos lonchas? ¿Quieren de verdad darme a entender que soy un gilipollas que no sabe lo que come, que me hincharé como una lasaña napolitana y que me estallará el corazón como un airbag cuando menos me lo espere? Mi abuelo con ochenta años, si andara vivo y le preguntaran, diría que no la conoce, pero que la Colesterol debe estar la mar de güena y que debe ser la hija de Ester, la del cole: cole ester ol. Mi abuelo, de toda la vida, se desayunaba con una jarra de tinto y un bocadillo de chorizo de la talla 56. Ni supo de colesterol ni supo de leches. Se murió cuando le salió de los huevos.
-- Me río. ¿Por qué proliferan, crecen y se reproducen series televisivas de temática policial que siempre pretenden mostrarnos que con un simple trozo de esternón perdido en una cuneta podemos empezar a dilucidar en qué ciudad estaba empadronada la víctima, los años que tenía el asesino o si su santa madre tuvo o no tuvo un aparato en los dientes cuando era pequeña? Siempre son una pareja de policías la mar de atractivos. ¿Por qué cuando denuncié el robo de mi radio del coche aparecieron por mi casa una nigeriana de dos metros de altura más fea que una junta de culata, acompañada de un sargento que en nada se asemejaba al Mentalista?
-- No lo entiendo. Solo hombres. ¿Por qué, en días laborables,  las más lindas erecciones las tenemos a las cinco de la mañana, cuando despertamos para ir al trabajo y la mujer duerme al lado sin percatarse de tamaño prodigio? ¿Por qué en días de asueto volvemos a despertar con tan grata erección pero ya la mujer se ha despertado antes y se ha ido a comprar el pan? ¿Por qué no se coincide? ¿Qué pinta aquí el colesterol ni la muleta con pito del Rey?
-- Me río por no llorar. ¿Por qué en los testamentos, cacho de cabrón, andas conforme con la herencia que te dejan y vas después y quemas a quien te dijo en vida que lo enterraras, o entierras a quien en vida te advirtió que lo quemaras? ¿Por qué lloras, cabrón? ¿Qué testamentos respetas? (Apéndice muy, muy personal)
-- No lo entiendo. ¿Por qué si no sé poner en marcha una lavadora soy un cavernícola sin corazón ni empatía y tú, mujer,  con quince años de carnet, me llamas a mí o a los bomberos cuando pinchas y no sabes cambiarle una rueda al coche todavía? ¡Yo soy un gilipollas delante de una lavadora y tú eres una princesa esperando el príncipe que te cambie la rueda!
-- Me río. Con lo bueno que está un tío con su pelo de pincho y su tableta de chocolate, ¿por qué sigue una palabra valiendo más que mil imágenes?

lunes, 21 de mayo de 2012

-- Tabla gimnástica. Método Tadeo'sport.

     Yo procuro salir temprano de casa, las doce y media me parece una hora prudencial.
     
     Llevo calzado y atuendo cómodos, que suele consistir en botines deportivos, vaquero ciertamente desteñido, camisa de mangas cortas por fuera del pantalón y barba de tres días, que siempre da un cierto aire entre intelectual, campechano y ocioso. Antes que nada, es importante un buen calentamiento. El mío lo llevo a cabo justo en los soportales del bloque donde habito, saliendo a mano derecha, en la bodeguilla de Pepe; consiste en dos cañas con dos deditos de espuma y unos daditos de queso en aceite. La primera caña debe de beberse se golpe y, si nadie nos mira, pinzándonos la nariz con dos dedos. Así, shuff. Esto hace que el organismo, que suele ser un poco corto de reflejos, se haga de sopetón a la idea de lo que le espera. Con la segunda caña, ya en un trasiego más decoroso, degustamos los dados de queso procurando no mancharnos mucho la pechera con el aceite. El cuerpo, avisado, entra en faena.
   
     Camino pausadamente hasta la Cafetería Filella (un botellín, un euro) y prosigo sin pausa hasta el Rincón de Chema (cubito de hojalata con seis botellines metidos en hielo, cinco euros). Acarrear el cubo hasta la puerta nos permite, entre otras cosas, tomar el sol, fumar en la calle y ejercitar los tríceps. Es un ejercicio muy completo que nuestro cuerpo, con dos eructitos, agradece. Tras esto (cinco botellines no deben trasegarse en más de cuarenta minutos), lo mejor es un pequeño sprint. Yo lo hago cruzando la avenida entre el denso tráfico  -jaleado por bocinazos de ánimo y estridentes recordatorios a mi madre y muertos más cercanos-, ya que el paso de cebra me coge demasiado lejos, y desemboco así justito a las puertas del Bar Izquierdo, propiedad de mi amigo Fernando. Aquí, Cruzcampo gélida y platito oval de altramuces salados, ideal todo ello para tonificar los músculos faciales ya que a estas alturas, sin saber muy bien por qué, suelo empezar a reírme solo.
   
     Un nuevo eructito de mi organismo, me hace saber que voy por el buen camino.


     Prosigo con una nueva y ágil caminata por el centro exacto del carril bici, familiarizándome así sin apenas esfuerzo con el tan completo y saludable deporte del ciclismo, hasta que arribo en pocos minutos a la Plaza de la Juncal. Bar Los Cuñados. Botellines de un tercio a 1'30 euros. Aprovecho aquí para ejercitar brazos practicando el lanzamiento de huesos de aceitunas. Quince huesos con cada brazo a una distancia de unos ocho metros, intentando colar en la papelera y sin saltarle un ojo a nadie, es más que suficiente. Nada ahora como una carrerita para cruzar hasta Ciudad Jardín, donde recalo en Bar Doñana. Ya me encuentro cerca del gimnasio y no es menester llegar demasiado agotado, conque es lo ideal sentarme en el patio exterior y pedir las cervezas por jarras de medio litro, cosa que me ahorra el dar repetidos viajes al mostrador. Aquí repaso la prensa, solamente los titulares deportivos de la jornada, para no perder el ritmo impuesto. A sólo cien metros, tengo el gimnasio. Me acerco siempre a él con respeto y grande concentración. A sus puertas, ejercito esternocleidomastoideos girando el cuello a un lado y al otro mientras observo la evolución de algún partidillo de paddel femenino entre briosas treintañeras de gelatinosas formas. Tras esto, giro el cuerpo con cuidado de no darme con alguna farola y vuelvo a casa repitiendo en sentido contrario la tabla de ejercicios ya expuesta.
   
     Aconsejo orinar abundantemente entre parada y parada, y facilitar la capacidad pulmonar quitando siempre el pellejito a los altramuces antes de tragarlos a puñados. El método Tadeo'sport es extrapolable a cualquier otro barrio o población. Expresamente recomendado para varones casados en edad difícil. Consulte a su bodeguero más cercano antes de llevarlo a cabo y siga puntualmente estas instrucciones.

domingo, 20 de mayo de 2012

-- Un paseo por el centro.

  Te hice caso, compañero, y me he llevado a la niña al centro, a dar un paseo. A este centro de Sevilla que tú y yo tantas veces, hace años, nos pateábamos de oca a oca. Hemos cogido el autobús al lado de casa, como hacíamos tú y yo hace ya más de veinte años. Es una sensación muy distinta, sabes, ir con mi hija cogida de la mano. Supongo que también es una sensación distinta tener ahora canas, cruzar derechito por el paso de peatones y no darle patadas a las naranjas que pululan por las aceras. Total, te digo, que me he llevado a la chica al centro de esta Sevilla añeja que tanto pretende maquillarse a deshoras ignorando eso que dicen de que la arruga es bella. Lo primero que me ha extrañado ha sido el autobús mismo, te lo juro. Ni idea de que había que entrar por la puerta de delante, ni idea de que había que llevar el dinero suelto, ni idea de que al conductor no se le puede saludar porque va encerrado en una urna de metacrilato, como si fuera un rodaballo en el escaparate de Casa Robles. Ni te cuento, compañero, lo que el centro ha cambiado. ¿Tú te acuerdas del Nano, el que tocaba la guitarra en el barrio Santa Cruz, al lado del Tenorio? ¿El que cantaba por los chichos, por los calis o por los chunguitos? ¡Sí, ese! Pues ya no está. Ahora hay un ruso o un polaco o un rumano así como estreñido, embutido en un abrigo de a cuadros y calzando dos babuchones de felpa,  amasando con una cara llena de dientes los fuelles de un acordeón y tocando con cara de pena lo mismo un réquiem de Mozart que la más epiléptica de las danzas húngaras de Brahms. Nada que ver con el Nano, compañero. El Nano que tanta guasa tenía con las guiris. El Nano que tanta litrona compartió con nosotros. Total. Prosigo. Niña en mano he desembocado en el Patio de Banderas, allí donde tantas mañanas tú y yo nos ofrecíamos de guías gratuitos a guiris veinteañeras o madurillas despintantes (¿o despistadas?, jaja). En vez de guiris, me he topado con dos espuertas de cemento, un hoyo así de grande y cuatro albañiles del ayuntamiento empalmando tuberías de pvc. De los cuatro, uno de ellos fumaba mirando el hoyo. Los otros tres fumaban mirando al que miraba el hoyo. Esa manera de dar el tajo no ha variado mucho, es cierto. Por las márgenes de la Catedral y huroneando por la Plaza del Triunfo, ni rastro de Rosa, de Esperanza, de Soledad o de la Negra, las viejas matronas gitanas de los ramilletes de romero con las que ya teníamos confianza y departíamos tú y yo tantas mañanas de invierno o de otoño. Hay otras nuevas, igual de señeras y de las mismas hechuras briosas y contundentes, pero ninguna podía saber quién era yo, claro, el último tahur, el último truhán, el último pícaro redomado de una Sevilla a la que añoro. La niña quería subir a la Giralda y a la Giralda, compañero, que subimos. Gracias a Dios, mantiene la forma clásica de subir a ella, o sea, las rampas. No hay ascensores de cristal como en el Nervión Plaza, aún, y los estrechos pasillos por donde se asciende siguen sin alicatar y sin pantallitas de plasma donde pulsando sobre ellas nada te informe de que vas por la rampa número 19, te quedan 26 y has quemado 232 calorías. Al llegar arriba, la niña disfrutó con su limitada vista de la extensa vista que desde allí se despliega. Yo no disfruté mucho, la verdad, que los años y los tres paquetes de ducados diarios conformaron a mi alrededor una nube de puntitos brillantes y fugaces que temer me hicieron fuera a dar de bruces de un momento a otro allá abajo, sobre uno de los coches de caballos o encima de algún turista escandalizado. Me limité a coger aire y a soltar las consabidas frases de: "mira, por aquél lado vivimos nosotros", "mira, por aquél lado está Isla Mágica", "mira, por aquél otro se vá a Chipiona". La bajada se hizo más llevadera, aunque los puntitos refulgentes no dejaron de perseguirme hasta que hube de abonar cinco euros y cincuenta céntimos por dos cervezas y un cocacola ligh, en un bar cercano de cuyo nombre yo sí pienso acordarme... el resto de mi vida. Enfilamos después, mi niña y yo, cogidos de la mano, por Placentines... Me encanta pasear con ella, compañero. Me encanta apretar su mano y observarla caminar a mi vera, ya me llega al hombro; me encanta detenerme de súbito, cogerla por la barbilla y darle un beso, decirle que es lo más lindo del mundo y que de aquí a poco si seguimos paseando cogidos de la mano, ya no sabrá la gente si soy un viejo feo con una novia joven y guapa o si ella es una joven guapa y tonta con un novio feo y viejo, jaja, y ella se ríe y me dice que viejo lo seré algún día, pero que tonto lo soy ya, jaja... Visitamos la Iglesia del Salvador, nos sentamos en un poyete en el Patio de la Colegiata, ¿recuerdas?; la de veces que tú yo nos sentábamos allí, con un cigarrillo en una mano y un boli entre los dedos, escribiéndole a la vida poemas sin rima, desafiando con nuestra juventud fachendosa a lo que la existencia o el mismísimo dios pudiera tenernos deparado para ese futuro tan ajeno y lejano que tanto tardaría en llegar... y que ya ha llegado. Cuántos recuerdos, compañero, cuántas sensaciones distintas me alientan el alma cuando paseo por el centro... El almuerzo me descolocó. Nada de tapitas en los soportales del Salvador o en cualquier garito añejo de la Alfalfa, por ejemplo. No. La niña quería Macdonals y al Macdonals que arribamos. Es duro ser padre. Es duro almorzar en un Macdonals. Un chaval con un pearcing en el labio que le impide dar correctamente las buenas tardes, nos toma nota del pedido tecleando en un ordenador, sin mirarnos siquiera a la cara, exactamente igual que un operario de la ITV. A los dos minutos, nos endiña una bandeja repleta de paquetitos y cajitas, dos bebidas en vasos de plástico esterilizados, dos pajitas antisépticas (¿tú eres tonto, chiquillo?, me dan ganas de preguntarle, ¿tú me ves con cara de tomarme una cerveza con una pajita?), tres servilletas de papel, 23 sobrecitos de mostaza, 14 de ketchup y unos 37 de salsa tártara. Y el ticket (antiinflamatorio) de la cuenta: 18 euros (¿tú eres tonto, chiquillo?, me dan ganas de preguntarle, ¿18 euros por un almuerzo para los pin y pon? ¡eso no me lo dices en la calle, chaval!). Con la niña de una mano y la bandeja a las volandas en la otra, sorteo a las 215 familias que disfrutan de su almuerzo macdoniano y trepo a la primera planta, donde no hay mesa libre. En la segunda planta y acojonados entre una pared, una ventana y una papelera del tamaño de un bocoy de 600 litros, nos sentamos a almorzar, en una especie de pupitre de primero de la EGB, donde tengo que estirar los pies hasta el pupitre de enfrente para no meterme las rodillas entre los ojos. Empezamos a abrir paquetitos como si fuera la mañana de reyes. En uno, un ramillete de patatas fritas deslavazadas que han debido de freirse con dos semanas de antelación. En el segundo, una hamburguesa del tamaño de un tumor de colon, de la que sobresale la lechuga, el tomate, el queso, la carne y la mostaza. Al primer mordisco, un troncho de lechuga sale disparado y le da en la cabeza a una criatura que come tres mesas más allá. En otro paquetito, seis naggers de pollo y en otro cuatro alitas de pollo, o en este caso de pollito recién nacido o de pollito de colores de esos que vendían antiguamente por las calles a cinco duros. Con semejantes alitas, en todo caso, el pollo no hubiera volado en vida demasiado lejos. La niña disfruta y eso es lo importante, es lo que pienso mientras intento beberme la cerveza y hago cábalas sobre la identidad del gilipollas a quien se le ha ocurrido ponerle una tapadera al vaso de plástico. Terminado el suculento almuerzo, la niña -ducha ya en estos menesteres- me advierte que he de recoger yo la mesa, ponerlo todo en la bandejita que nos han proporcionado, verter ésta en el bocoy de 600 litros que tenemos al lado y devolverla a su sitio. ¡Y un carajo!, es lo primero que me viene a la boca, pero me contengo porque el niño al que le di con el troncho de lechuga en la cabeza está hablando con su padre y me señala a lo lejos. Conque obedezco a mi hija y me comporto como un ejemplar padre macdoniano de toda la vida, aunque elucubrando para mis adentros en lo tonto que nos hacen ser, clavándonos tantos euros por comer y haciéndoles nosotros el trabajo que daría empleo quizás a un par de chavales más. Así nos vá. Salimos del Macdonald, nos clavamos en el pecho dos cucuruchos de helado de La Raya y enfilamos para la Encarnación, donde algún loco paranoico ha debido de atracar alguna nave del Leroy Merlin y ha montado allí -seguramente por la noche- una estructura de madera que me hace sentir, por unos instantes, figurante de alguna entrega que me he perdido de La Guerra de las Galaxias. Son las setas, papá, me explica la niña, seguramente preocupada cuando ve que respiro entrecortadamente y me tomo el pulso en la muñeca izquierda. Impresionante. Los puntitos refulgentes vuelven a perseguirme y temo por momentos vomitar naggers, alitas de pollo y tronchos de lechuga sobre el asfalto. Subimos a las setas, a ver qué remedio. Desde arriba, eso sí, la vista es hermosa y uno puede conseguir olvidarse de la mierda de madera a la que se ha subido. Con los hombros de mi niña estrechados con un brazo, besándola en la cabeza y señalando con un dedo el horizonte, miro a mi Sevilla desde estas alturas. Torres, tejados, campanas, espadañas, callejuelas, cruces, bóvedas... y allá a lo lejos, quizás, por el callejón del Agua, por la Judería, por el Patio de Banderas, por la Plaza del Triunfo, por el Salvador, por la Alfalfa... Allá a lo lejos, quizás, dos chavales de diecisiete años que caminan asombrándose de todo, riéndose de todo, enarbolando por estandarte poemas sin rima que desafían a la existencia o al mismísimo dios, a ese futuro tan ajeno y tan lejano que los años pueda depararles... Allá a lo lejos, quizás, muy, muy lejos, compañero, dos chavales de diecisiete años pasean por el centro.

-- Ovillejo a mi tío Manolo.

 El Ovillejo es una forma de composición poética que ideó Miguel de Cervantes. Su rima es la mar de curiosa. Encontramos algunos en obras como "La Ilustre fregona" o en el capítulo XXVII del Quijote. A continuación, os ofrezco uno, para que veáis lo resultones que pueden llegar a ser.

¿Qué me encanta a mí?
  Botellín.
¿Qué me endereza la espalda?
  Minifalda.
¿Qué manjar me regocija?
  Torrija.
De tal modo no extrañe que elija
de entre mis fiestas la Semana Santa,
pues provee de todo lo que me encanta:
  botellín, minifalda y torrija.

De botellín, ¿cuáles me zampo?
  Cruzcampo.
De minifalda, ¿cuáles me alteran?
  Veinteañeras.
De torrijas, ¿cuáles adoro?
  Tío Manolo.
De tal modo no extrañe el tesoro
de que estos días me acompaño,
cuando no me privan los años
  de cruzcampo, veinteañeras y tío Manolo.

¿A quién, pues, este ovillejo dediqué?
  Manuel.
¿A quién, pues, aprecio de entre mis gentes?
  Fuentes.
¿A quién, pues, mi más sincero amor?
  Muñoz.
De este modo no extrañe mi admiración
hacia alguien que aprecio y quiero,
íntegro, castizo y señero:
  Manuel Fuentes Muñoz.

sábado, 19 de mayo de 2012

-- Devolución de guante a F.S.

  Cuando hablo, soslayo el guión. Cuando escribo, sé lo que quiero decir, cómo tengo que decirlo y, para mayor complacencia, no me tiembla el pulso. Es casi perfecto.
  Decía Thomas de Quincey que uno empieza cometiendo un asesinato y acaba al final por saltarse los semáforos en rojo, quitar caramelos a los chiquillos o arrojando, incluso, los papeles y las colillas por las aceras.
  No deja de admirarme tu generosa insulsez. Soy -entiende que por desgracia- muy sarcástico. Y el sarcasmo como la ironía -tan ajenos- no están al alcance de todo el mundo -entiendo yo que por desgracia. La inteligencia, sin embargo, de la que haces bandera, a mí se me antoja que brota tan grácilmente como el maíz en un maizal. Está. Pero se inclina a favor del viento junto a millones y millones de espigas que a su vez lo hacen. Está: pero la maneja el viento.
  Acepta, pues, mi cordial denegación a tu solicitud de amistad. No existiría debate ni cambio de impresiones. Entablaríamos un asnal toma y daca para el que no es menester ocupar a un satélite.
  Los muertos -cualquier médico lo sabe-, no sangran.

viernes, 18 de mayo de 2012

-- XX Aniversario Sevilla Expo'92

    Ofrecemos a continuación, una selección de los sucesos más relevantes extraídos de la Hemeroteca Nacional, referentes al devenir diario de la que, hace ya veinte años, fué la Exposición Universal de Sevilla.
  -- El Sr. Don Gustavo Muñoz López, natural de Gerona, recibe de la Sociedad Estatal de EXPO'92 un fabuloso lote de souvenirs del Quinto Centenario, al ser el primer visitante al que se le cae un telesférico en la cabeza.
  --  Planta carnívora de origen amazónico se come azafato del Pabellón de la Naturaleza. "Son riesgos que vienen estipulados en el contrato -asegura el portavoz de la organizadora-. Cosas que pasan. Yo mismo, le cuento, en el Pabellón del Medio Ambiente, perdí a mi hijo por unos instantes en una planta recicladora y me lo devolvieron al salir metido en una lata de tomate de 5 kilos."
  -- Pabellón de Pamplona. 12:30 de la mañana. Celebrando la festividad  del 7 de julio, San Fermín, la organizadora pamplonica suelta sin avisar 32 mihuras dentro de las instalaciones del pabellón, y aparecen visitantes hasta en la antena de la Torre Banesto.
  -- Pabellón de Suiza. 15:30 de la tarde. 45 grados a la sombra. Se exponen los 315 quesos más selectos de esta capital y termina interviniendo Seguridad Ciudadana y acordonando toda la margen nordesde de la Isla de la Cartuja y parte de los arrabales de Santiponce. 60 mareos, 93 lipotimias severas y 49 atrofias nasales es el trágico balance de esta exposición. El pabellón permanecerá cerrado hasta que el olor y el último queso desaparezcan.
  -- Confunde el Pabellón de los Países Bajos con los servicios higiénicos del recinto, y hace pis sobre la estatua de Guillermo de Orange. Estupor e indignación contenida entre visitantes y azafatas. Posible conflicto diplomático.
  -- Se le cae un boto de Valverde del Camino desde la Torre Banesto y causa lesiones de pronóstico reservado a tres niños, un guardia de seguridad, un Curro y cinco patinadores de la Cabalgata.
  -- Azafato del Pabellón de la Santa Sede reparte propaganda del Vaticano caminando sobre las aguas del Lago. Propuesta de beatificación por parte de la Sociedad Estatal y el público asistente.
  -- Real y Mejestuoso batacazo del Rey Don Juan Carlos en los accesos del Pabellón de Medio Ambiente, al darse de bruces con una pared de agua. Hinchazón en la borbónica nariz y rotura multi tonti concisa de la rodilla izquierda.
  -- Muere ahogado el portador de la Antorcha Olímpica a su paso por el recinto de La Cartuja, al caerle encima dos mil litros de agua a presión. "¡Joder! -manifestó el portavoz del Cuerpo de Bomberos de Sevilla-, resulta que era la antorcha esa. Estamos algo nerviosos, saben, y en cuanto vimos la llama... "
  -- Grupos radicales de extrema izquierda en contra de la Exposición Universal, vierten clandestinamente dos toneladas y media de heroína pura en los conductos de la esfera bioclimática... y termina vacilando hasta el dragón del Lago. Catalina Ramírez, una octogenaria natural de Gelves que comía su bocadillo junto a la citada esfera, acabó la noche patinando y tocando el tambor detrás del toro de la Cabalgata.
  -- Denunciados por sadismo gratuito, brutalidad y morbo obsesivo los responsables de la programación del cine espacial Alcatel, al emitir en tres dimensiones imágenes del Fary lamiendo un limón. "No hay derecho -nos comentaba un sufrido espectador de la secuencia-, mi hija ha sufrido una impresión que le ha dejado media boca paralizada, yo mismo no puedo evitar mirar por encima del hombro cuando paseo por una calle a oscuras. No debieron hacerlo así, a bocajarro."

-- ¡Ay, caracoles... !

    Ayer probé los primeros caracoles. Riquísimos. Picaban tanto que todavía no he conseguido cerrar la boca sin que me humeen las orejas. Aprovecho ahora incluso, mientras escribo, para darle al PAUSE con la lengua. Una maravilla, señor. Gloria bendita. Una tarrina de a kilo, así a bote pronto, si no la acompañas de suficiente cerveza puede perfectamente dejarte el hígado con más boquetes que un goffrey de la calle del Infierno. Pero sientan divino, palabra. Con el vaho de dos eructos y un trapito, he limpiado todas las cristaleras de la terraza, la vitrina de la salita y la pantalla del ordenador. Ésta última no la limpiaba desde que lo compré hace unos cuatro años; y me ha resultado grato descubrir que doce de los simbolitos de la barra de tareas del explorador, no eran más que restos de salchichón y queso de alguna merienda tiempo ha olvidada. La lengua, eso sí, la tengo hinchada como un choricillo al infierno, apenas si puedo meterla entera en la boca y me resulta muy complicado decir "poliplasto" sin que cuantos me rodean se tronchen de la risa. Pero merece la pena, os lo juro.
    ¡Divinos caracoles! Debieran alimentaros con cucharadas de trangénicos, de esos que dan a las vacas para que engorden como cachalotes. ¡Ay, caracoles... !

jueves, 17 de mayo de 2012

-- Justificante para el profesor de la niña.



  Por la presente le comunico, señor profesor, que la alumna  M.F. no asistió el pasado jueves 29 de marzo a clases por decidir, voluntariamente, ejercer su derecho constitucional a participar en la Huelga General convocada por los sindicatos para el susodicho día.
  La niña, irreductible en sus propósitos reivindicativos, amaneció a las cinco de la madrugada levantando todas las persianas de la casa, y -ataviada con un pasamontañas de Hello Kitty y una bandera del Sevilla- comenzó a golpear una cacerola de 25 pulgadas con un cartabón, y a gritar a viva voz consignas revolucionarias referentes a la precariedad de su paga semanal. A continuación, y apoyada en todo por su octogenaria abuela -que aquélla precisa mañana olvidó ingerir las pastillas-, procedió con admirable celo combativo a quemar los neumáticos de los coches de los barriguitas, del fiat descapotable de la Barbie y de la bicicleta de primavera de la Nancy, todos ellos apilados a la entrada de nuestro domicilio, donde ardieron y humearon durante toda la mañana con gran hedor disuasorio. Colaboró su abuela, asimismo, avivando las llamas con un par de babuchas de felpa, una faja acartonada de los años 40 y dos pares de medias viejas.
  Todo ello, como usted comprenderá, no nos procuró otra opción a su madre y a mí que la de confinarnos y atrincherarnos entre las paredes de nuestro dormitorio, sin atrevernos a intervenir. En un momento dado en que, por razones obvias, mi señora tuvo necesidad de acceder al cuarto de baño, se vio obligada a trepar por encima de una barrera de dos metros de altura improvisada con cientos de piezas de lego que formaban un muro rematado con afilados lápices de cera de plastidecor. Una vez salvado semejante obstáculo, aún hubo mi angustiada esposa de recibir una lluvia de proyectiles que la hirieron gravemente en región occipital de cabeza, espalda y nalga izquierda: entre los proyectiles, pudimos reconocer un yoyó, dos chupes macizos del nenuco llorón, un pañal aglomerado del nenuco caquitas, un diabolo y la dentadura de 26 piezas de su abuela.
  La situación se iba tornando insoportable a lo largo de la mañana y alcanzó su punto álgido cuando, a eso de las doce y con el estómago vacío, logré sacar una mano con un pañuelo blanco y solicité una entrevista con la niña y su santa abuela. Mediante un altavoz electrónico que nos tocó en una tómbola de la feria pasada, la niña me comunicó con dos especies de berridos guturales que accedía a la entrevista, siempre que avanzara hacia el salón solo y desarmado, caminando lentamente por el pasillo con las manos bien a la vista.
  -- No vayas, Jesús -me suplicó mi mujer-; puede ser una trampa.
  -- Tengo que ir, cariño. Necesitamos comer. No podremos resistir mucho más.
  -- ¡Aún les quedan dos pañales usados del nenuco caquitas! ¿Es que no te das cuenta? Y mi madre fué campeona de petanca en 1936.
  .. Volveré, baby...
  -- ¡Oh! ¡Oh! ¿Por qué a nosotros? ¿Qué hicimos mal?
  La dejé sumida en un mar de lágrimas y me dirigí al salón, sudoroso, jadeante, decidido a negociar una tregua justa. Tras la mesa se encontraban mi hija y su santa abuela, con las cabezas ocultas tras unos cucuruchos hechos con papel de estraza.
  -- ¡Alurko akartagori chuches! -gritó una voz que no reconocí.
  -- ¿Quién ha hablado? -inquirí, nervioso.
  Mi hija sacó un muneco de bajo la mesa.
  -- Es Ken, el novio de Barbie -dijo-. Le das a este botón y habla vasco.
  -- ¡Pargonderete! -volvió a rugir el engendro- ¡Gominolik meninges!
  Para no hacer más largo de lo debido este justificante, señor profesor, he de decirle que a mitad de la negociación un ejército de mis pequeños cliks de famóbil -que yo guardaba en un altillo del ropero desde hacía más de treinta años- irrumpieron en el salón al mando de mi esposa, que avanzaba tras ellos con una bayeta quitándoles el polvo. Eran los clicks del modelo GEOS y desconvocaron la insurrección en menos que tardaría en contarlo. Mi hija y su santa abuela están ahora encerradas en uno de los armarios empotrados que tenemos en casa. El Ken, que tenía las pilas nuevas, consiguió huir por la terraza.
  Sin otra cosa que comunicarle, aprovecho para saludarle atentamente: Jesús.
  

-- Lo que he visto en la feria de la crisis.

-- Casetas que por ahorrar personal , han puesto este año un porterillo electrónico.
-- Señoritos vestidos de flamenco sin caballo, sentados con cara de circunstancias en el carrusel de los ponis. Con catavinos en la mano, eso sí.
-- Gorrillas que saltan a la pista de los coches locos en cuenta suena la sirena, y se ofrecen solícitos a buscarte aparcamiento.
-- Caballos mal alimentados que dejan tras de sí un rastro enfermizo de deposiciones fecales semilíquidas, en vez de la saludable y robusta "majá" equina de toda la vida.
-- Cobradores del Frac trepando hacia arriba y hacia abajo por los muros de la Casa del Terror.
-- Quioscos de algodón de azúcar con el cartel de SE TRASPASA.
-- Wistoneros vendiendo chicle sin azúcar.
-- Cayetano con sombrero, botas y zajones, tirando de un carro del Alcampo donde va sentada la duquesa de Alba, muy mona, repiqueteando los palillos.
-- La tortilla ecológica ó "indignatis tortum iberus", hecha sin huevos y sin papas y con mondadientes reciclado.
-- Restos arqueológicos y curiosos fósiles de amebas en la Caseta de Empresarios Asociados.
-- Tren de la Bruja sin escoba, dándoles a los niños en la cabeza con una simple bayeta usada. O incluso ni eso: a veces, dándoles a las criaturas una torta a cada vuelta.

-- Cantata del Rey y el elefante.

A la caza del elefante
marcha Su Alteza Real,
doce cirujanos expectantes
hacen guardia en el hospital.

El monarca, aunque anciano,
empuña altivo su escopeta
y ya en España se frotan las manos
los fabricantes de muletas.

Ande usted con ojo, Majestad,
que aunque sea cazador experto,
mire a su nieto Froilán:
ya tiene un pie con dos injertos.

-- ¿Dónde está el elefante?
¡Quizás me teme y no se acerca!
-- Lo tiene usted delante:
póngase, Majestad, las gafas del cerca.

Apunta y dispara don Juan Carlos,
con tan poca y triste fortuna
que no da tiempo a agarrarlo
cuando cae de bruces en una duna.

Hoy, con dignísima pompa,
pasea cojeando, pasito a paso.
-- Majestad, ¿le dio el elefante con la trompa?
-- Lo de siempre: me di yo solo el trompazo.

miércoles, 16 de mayo de 2012

-- Algunos truquillos para ahorrar.

-- El 99% por ciento de las veces, abrimos el frigorífico durante el día. La bombilla pues, es inútil y una auténtica pijada. Podemos quitarla y usarla en el coche como luz de posición. De luz larga no vale, ojo.
-- Cada vez que reciclamos en casa, LIPASAN despide a más de 50 profesionales de sus naves de reciclaje. Mezclemos pues, con alegría, vidrios con cáscaras de huevo o cartones y papeles con esas lentejas asentadas que el niño no quiso comerse hoy. Contribuiremos así a mantener puestos de trabajo.
-- Quitar de las terrazas los CD que suelen ponerse para espantar a las palomas. Coloquemos en su lugar el horno con la puerta abierta y unas miguitas de pan dentro.
-- Añadiendo un hilito a los supositorios, puédese usar el mismo en repetidas ocasiones.
-- Si la suegra vive en casa y tiene escasa o nula movilidad, blanquearle la cara con harina de repostería y colocarla de estatua en alguna calle céntrica, con un platito al lado. Se puede llegar a recaudar unos 30 euros diarios.
-- Si la suegra vive en casa y por mor de alguna aparatosa caída ha pasado recientemente por quirófano y la han dado de alta tras ponerle dos clavos en algún hueso, usarla como imán para el frigorífico. Queda original y no anda estorbando por la casa.
-- Si el portátil se nos calienta demasiado cuando descargamos música o películas, usarlo para preparar sandwitchs, colocando éstos sobre el teclado y bajando sobre ellos la pantalla.
-- En los servicios de los bares podemos encontrar un buen surtido de artículos para la casa a nulo costo. Papel higiénico, latiguillos para la cisterna, tapas de water, jabón, tublo fluorescente, pestillos, papelera... Todo consiste en no ir siempre a desayunar al mismo sitio.
-- Mover manualmente el ventilador metiendo un dedo por la rejilla, puede reducir en un 10% el consumo de electricidad. Aconsejo ir turnándose cada una o dos horas aproximadamente.
-- Comprar melones que no sobrepasen el kilo o el kilo y medio, e hinflarlos después en la gasolinera más cercana. Esto puede suponernos un interesante ahorro en verano.
-- Los pañales son caros y los bebes hacen caca con admirable asiduidad. El serrín podría ser una solución factible. Es absorvente y nada caro. Un saco de 50 kilos equivale a unos 10 paquetes de pañales.

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-- En avant!

Primera entrada en mi block. Bienvenido seas: me lo digo a mí mismo y a quien se tercie que asome alguna vez la nariz por estas páginas. Escribiré lo que se me ocurra y cuando se me ocurra. La mayor parte de las veces, lo haré con un ramalazo de humor, buscando la sonrisa de quien me lea y, si andan las musas rondándome, por qué no una risa fresca o incluso la carcajada. Otras veces escribiré sin otra intención que no sea la pura inercia, la misma inercia que me lleva a escribir constantemente desde que tengo 14 años. A veces pienso que es un defecto, a veces pienso que es una virtud. Lo único que es cierto es que no puedo dejar de escribir, es una manía como tantas de las que tengo: fumar, beber ocasionalmente, enamorarme con facilidad o ver los telediarios quitándole la voz al tele y poniéndola yo. En fin, a ver en qué termina esto. Al menos, ha empezado. Ya es algo.
En avant!J38F7TM99K4V