jueves, 17 de mayo de 2012

-- Justificante para el profesor de la niña.



  Por la presente le comunico, señor profesor, que la alumna  M.F. no asistió el pasado jueves 29 de marzo a clases por decidir, voluntariamente, ejercer su derecho constitucional a participar en la Huelga General convocada por los sindicatos para el susodicho día.
  La niña, irreductible en sus propósitos reivindicativos, amaneció a las cinco de la madrugada levantando todas las persianas de la casa, y -ataviada con un pasamontañas de Hello Kitty y una bandera del Sevilla- comenzó a golpear una cacerola de 25 pulgadas con un cartabón, y a gritar a viva voz consignas revolucionarias referentes a la precariedad de su paga semanal. A continuación, y apoyada en todo por su octogenaria abuela -que aquélla precisa mañana olvidó ingerir las pastillas-, procedió con admirable celo combativo a quemar los neumáticos de los coches de los barriguitas, del fiat descapotable de la Barbie y de la bicicleta de primavera de la Nancy, todos ellos apilados a la entrada de nuestro domicilio, donde ardieron y humearon durante toda la mañana con gran hedor disuasorio. Colaboró su abuela, asimismo, avivando las llamas con un par de babuchas de felpa, una faja acartonada de los años 40 y dos pares de medias viejas.
  Todo ello, como usted comprenderá, no nos procuró otra opción a su madre y a mí que la de confinarnos y atrincherarnos entre las paredes de nuestro dormitorio, sin atrevernos a intervenir. En un momento dado en que, por razones obvias, mi señora tuvo necesidad de acceder al cuarto de baño, se vio obligada a trepar por encima de una barrera de dos metros de altura improvisada con cientos de piezas de lego que formaban un muro rematado con afilados lápices de cera de plastidecor. Una vez salvado semejante obstáculo, aún hubo mi angustiada esposa de recibir una lluvia de proyectiles que la hirieron gravemente en región occipital de cabeza, espalda y nalga izquierda: entre los proyectiles, pudimos reconocer un yoyó, dos chupes macizos del nenuco llorón, un pañal aglomerado del nenuco caquitas, un diabolo y la dentadura de 26 piezas de su abuela.
  La situación se iba tornando insoportable a lo largo de la mañana y alcanzó su punto álgido cuando, a eso de las doce y con el estómago vacío, logré sacar una mano con un pañuelo blanco y solicité una entrevista con la niña y su santa abuela. Mediante un altavoz electrónico que nos tocó en una tómbola de la feria pasada, la niña me comunicó con dos especies de berridos guturales que accedía a la entrevista, siempre que avanzara hacia el salón solo y desarmado, caminando lentamente por el pasillo con las manos bien a la vista.
  -- No vayas, Jesús -me suplicó mi mujer-; puede ser una trampa.
  -- Tengo que ir, cariño. Necesitamos comer. No podremos resistir mucho más.
  -- ¡Aún les quedan dos pañales usados del nenuco caquitas! ¿Es que no te das cuenta? Y mi madre fué campeona de petanca en 1936.
  .. Volveré, baby...
  -- ¡Oh! ¡Oh! ¿Por qué a nosotros? ¿Qué hicimos mal?
  La dejé sumida en un mar de lágrimas y me dirigí al salón, sudoroso, jadeante, decidido a negociar una tregua justa. Tras la mesa se encontraban mi hija y su santa abuela, con las cabezas ocultas tras unos cucuruchos hechos con papel de estraza.
  -- ¡Alurko akartagori chuches! -gritó una voz que no reconocí.
  -- ¿Quién ha hablado? -inquirí, nervioso.
  Mi hija sacó un muneco de bajo la mesa.
  -- Es Ken, el novio de Barbie -dijo-. Le das a este botón y habla vasco.
  -- ¡Pargonderete! -volvió a rugir el engendro- ¡Gominolik meninges!
  Para no hacer más largo de lo debido este justificante, señor profesor, he de decirle que a mitad de la negociación un ejército de mis pequeños cliks de famóbil -que yo guardaba en un altillo del ropero desde hacía más de treinta años- irrumpieron en el salón al mando de mi esposa, que avanzaba tras ellos con una bayeta quitándoles el polvo. Eran los clicks del modelo GEOS y desconvocaron la insurrección en menos que tardaría en contarlo. Mi hija y su santa abuela están ahora encerradas en uno de los armarios empotrados que tenemos en casa. El Ken, que tenía las pilas nuevas, consiguió huir por la terraza.
  Sin otra cosa que comunicarle, aprovecho para saludarle atentamente: Jesús.
  

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