domingo, 23 de diciembre de 2012

-- Nominados para una Feliz Navidad.

     Desde Sevilla y desde mis noches.
     Desde una plazuela mora.
     Desde mis soledades enlechadas de luna llena.
     Desde los resquicios y las reconditeces de mi alma de poeta:  muerto y sin poemas.
     Desde las charcas de mi inspiración lasciva.  Desde mis sueños y mis borracheras.
     A todos los noctívagos, a todos los indóciles  que asoman el alma o la nariz a estas letras.
     A todos los trovadores del norte o del sur. A quien es sueño y a quien  sueña.
     A quien todavía alza el puño airado y con ira los colmillos muestra.
     A quien todavía cree en el hombre y a quien ni en sí mismo ya piensa.
     A los doloridos, que no a los dolosos. A quien en una esquina perdió la sombra.
     A quien perdió la sonrisa delante de un espejo... y todavía se mira.
     ¡No a cualquiera...!
     A quien perdió la infancia una noche de desamor o miedo.
     A quien luce con orgullo o con descaro el estigma de Caín en la frente.
     ¡A quien hoy, a estas alturas ya, todavía piensa que los niños no mienten!
     Y que Dios gasta nuestros mismos tics nerviosos y que el mundo,
     después de todo o a pesar de ello,
     es cuadrado o plano, mas nunca redondo.
     A todos.
     A todos los que usáis un trozo de papel en blanco para escribir, para limpiaros una lágrima furtiva o un churrete de café.
     A todos: Felicidades.
     Felices navidades, felices desvelos, felices sueños, felices y pletóricas vivencias para el año que en curso viene.
     Que os amen o que os den. Pero sea lo que sea, que viváis con la serenidad suficiente para sentaros y contarlo.
     Y que vivamos para leéroslo.
     Así sea.
     Felicidades a Todos.
     Estamos Nominados.

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lunes, 17 de diciembre de 2012

-- Catering: fin de semana inolvidable.

     ¿Por qué la gente se pone contenta cuando oye hablar de caterings?
     ¿Es, de verdad, tan hermoso un fin de semana?
     Jefe de Cocina y Jefe de Almacén, hemos decidido que había que entrar hoy dos horas antes.
     A las cinco de la mañana en vez de a las siete. ¡Brrr! Niebla, frío, llovizna. Llegamos al polígono y dan ganas de rodar la novena parte del Señor de los Anillos, si no fuera porque tenemos los dedos congelados.
    Cada uno con su cuadrilla. Ya no es, claro está (puñetera crisis), la cuadrilla que cada cual tenía hace dos años. El Jefe de Cocina tiene a cinco elementos y yo a tres.
     Él antes tenía a siete.  Y yo, a cinco de día y a doce de noche... Pero han cambiado las cosas. El Gran Gerente Cabezón gana lo mismo y nosotros trabajamos el doble. Ley de vida. Pura supervivencia.
     Miguel  (Jefe de Cocina) manda a los suyos a sus menesteres. Uno a la sección de frío, dos a caliente, otro a envasados y otro a chacinas. Hay que mantener la cadena. Yo mando a los míos a fregar lo que quedó ayer por fregar, a acular camiones y furgonetas en las puertas de la nave y a ir cargando en cada uno la orden de trabajo que ayer (en casa y mientras cenaba) fuí adelantando.
    Mientras los demás tienen su quehacer, Miguel y yo organizamos la jornada, arriba, en las oficinas, con decenas de folios y cuadrantes delante de las constipadas narices.
-- Sacamos las comidas diarias de las guarderías y de los ancianos -me dice Miguel-. Eso no cambia, eso es como todos los días.
-- No. Para nada.  Intenta hoy sacarlas antes de las nueve -le sugiero.
-- ¿Antes de las nueve...?  Hoy he hecho arroz con guisantes, Jesús. Cuando den las dos, será como comer kikos metidos en plastilina.
-- Es su problema. Que compren microhondas. Lo recalientan. No somos tontos. Tú no eres tonto. ¡Yo no soy tonto!
-- Hmm. ¿Cuántos vehículos tenemos para el reparto?
-- Las tres furgonetas, el camión y mi coche si hace falta -le respondo.
-- ¿Tu coche también? -se me ríe Miguel.
-- Ya ves. Si no pongo mi coche, nos coge el toro. Y quiero a mis chicos a las once aquí en almacén, con el reparto hecho.
-- Y a las once...
-- A las once, Miguel, debemos de empezar a cargar las comidas de Navidad.
-- Hay seis.
-- Un viaje para cada una. A la una menos cuarto, mis chavales están de vuelta y cargamos las restantes.
-- Mucha tela, ¿no, Jesús?
-- Ya he hablado con el Gran Gerente Cabezón.. Ha dado órdenes a los camareros para que ayuden a descargar. Les pagará las horas extra a seis pavos.
-- Tenemos además una boda por la noche, Jesús.
-- Llevaremos el material de almacén a las seis de la tarde y a la vuelta aprovecharemos para ir recogiendo las comidas de Navidad, de modo que te vayamos preparando y llevando al otro salón el material de cocina que necesites después.
-- Pero la comida de la boda no puedo llevarla antes de las siete.
-- Hoy hace frío. 14 grados de faringitis. O Como se llame.  Con este tiempo, tienes que tener el menú de la boda listo para las seis y media. Aguantará.
-- Pero una de las comidas del mediodía es de 500 personas y se lleva los dos carros calientes y los dos congeladores para el marisco y el postre.
-- Ya lo he pensado. Pero esa será la primera que recojamos y simplemente adelantaremos el menú.
-- ¿Adelantar el menú? ¡Estás loco, Jesús!
-- Para nada. Les metemos mucho alcohol con el cóctel y los entrantes y te aseguro que no se dan cuenta de nada. Querían almorzar a las tres y lo harán a las dos sin darse cuenta. He hecho un pedido de Pedro Ximénez que le abre el apetito a un reloj de pared.
-- Qué hijo de...
-- Venga Miguel. Los fines de semana, nosotros somos la Empresa. Por eso estamos aquí. Para pensar y hacer y deshacer. Descuida. Todos salen contentos. Hasta el Gran Jefe Cabezón.
-- ¿Viene hoy el Gran Jefe Cabezón?
-- Se pasará por cada salón, ya sabes. Sonrisas y felicitaciones por todos lados.
--¡ Mientras nosotros corremos!
-- Eso es.
-- Uno de los almuerzos es al aire libre, Jesús.
-- Lo sé. El tiempo no es de fiar. He mandado en la orden de trabajo las dos carpas y las sombrillas. Y un toldo para cocina por si tenéis que trabajar en la calle.
-- ¿Y si en vez de llover sale el sol? -se me ríe Miguel.
-- Te he mandado dos botelleros congelados, para que no se te estropeen tus postres. Los dejé anoche cargados de bolsas de hielo. Como ha hecho frío, los aprovecharemos para la barra libre. Mejor. Serán cubitos de hielo amazacotados y eso llena antes el vaso. Ahorramos en whisky una tela.
-- Estás en todo, loco.
-- Estamos en todo, Miguel. Somos los Jefes.
-- Somos los Jefes si algo sale mal, Jesús.
-- Y si sale bien.... -me río. No puedo evitarlo y acabo la frase-: si sale todo bien, aparecerá el Gran Jefe Cabezón con su gran sonrisa y tal tal tal.
   Miguel no fuma y yo enciendo el sexto cigarro en cuarenta minutos.
-- ¿Vamos? -me dice Miguel.
-- Todo saldrá bien, tranquilo. Siempre salimos bien.
-- ¿Quién recoge la boda?
-- Yo y mis chavales.
-- Te vas a hartar de ganar dinero, cabrón. ¿Vas a echar las treinta horas?
-- No sé cuántas. Pero sé que no acabo hasta mañana cuando salga el sol.
-- Yo también. La barra libre lleva montaditos y después, a eso de las cuatro o las cinco de la mañana, churros con chocolate...
-- Nos vamos a forrar, ¿eh, Miguel?
-- Por los cojones, Jesús. Por los cojones.
     Bajamos las escaleras. Miguel tuerce a la derecha, hacia la cocina. Yo tuerzo a la izquierda, hacia el almacén. Mis muchachos se han dejado ir (normal) y los vehículos andan a medio cargar.
     Con el cigarro en la boca, pego un salto a la caja del camión:
-- ¡Venga, pandilla de mariquitas! Tengo 46 tacos y me fumo tres paquetes de tabaco al día. ¿Os mando a casa y cargo el camión yo solito?
     Surte efecto. En menos que tardo en teclearlo, el camión está atiborrado con el material necesario para dar de comer a mil quinientas personas: mesas, sillas, mantelería, salvaplatos, platos trincheros, platos de postre, platos de pan,  platos de café, bandejas, copas de Cóctel, copas de Gran Vino, copas de Agua, copas de Vino, copas para Sorbetes, copas de Champán, Catavinos, tazas, Vasos de tubo, mesas de trabajo para cocina, mesas de apoyo para camareros, cubiertos, centros de flores, material de cocina, ocho bombonas, ciento diez cajas de refrescos, cuarenta cajas de botellas de agua, seis serpentines de cerveza, seis botellas de ácido, quince barriles de cerveza, dos carros calientes, "roscos" para el fuego de cocina, freidoras, ollas, sartenes, cubos para la basura...
     Todo, todo, todo. Hasta el último detalle.
     Es lo que me gusta de mi trabajo y es a la vez lo más duro.
     Pero me encanta aparecer un sábado por la mañana por seis o siete salones distintos, atiborrarlo todo de material, dar de comer a cientos de personas y volver un domingo a la nave sin dejar detrás ni muestra ni un puto rastro de nuestra presencia.
     Aquí no ha pasado nada.
     El lunes, aparecerá el Gran Jefe Cabezón sonriente, preparando su ruta para ir a cobrar talones. Quizás al Jefe de Cocina (mi buen Miguel) o al Jefe de Almacén, ni siquiera nos de los buenos días... Total. Guarderías, Centros de Ancianos, Seis Comidas de Navidad y una Boda.
    Aquí no ha pasado nada.
    Eso sí. También el lunes, mi buen Miguel (Gran Jefe de Cocina) y yo decidiremos entrar de nuevo a las cinco de la mañana en vez de a las siete... Porque hay mucho que fregar y mucho que ordenar. Es lunes pero no podemos descuidarnos. El fin de semana que viene, se repite la historia.
    Y cuando llego a casa un lunes a las tres de la tarde, apenas si almuerzo (al fin y al cabo, todos los restos de bodas y comidas me los he comido yo y mis muchachos), pero me acuesto y caigo redondo en la cama, como un viejo tronco o como un tronco demasiado viejo ya. Sin tiempo apenas de pellizcar a mi hija o sin tiempo apenas de saludar a mi blog.
     Pero son solamente un par de semanas.
     Aquí no ha pasado nada.
 
(Artículo escrito un domingo, después de 32 horas de trabajo ininterrumpidas. Artículo escrito al tuntún, atendiendo medianamente a la gramática, la sintaxis o a eso que cuando estamos despiertos llamamos ESTILO. Artículo dedicado a toda nuestra clientela, por las pocas -diría que nulas- quejas que nos hacen llegar. Artículo dedicado a mis colegas blogueros, por la escasa atención que puedo prestarles en días tan puntuales como éstos. Artículo dedicado a mi hija, por lo poco que me ve y lo malhumorado que consigue verme cuando no duermo un fin de semana. Artículo -aunque te quiera a ti más que a ellos, hija mía- pero dedicado esencialmente a mis compañeros de trabajo. A los que a las veinte horas de curro se caen de bruces en el suelo, pero no dicen ni pío si me ven a mí cargar. A los que no dejo beber alcohol en las barras libres... aunque les permita un porrillo siempre que no vayan a conducir. A los que conduciendo me ponen la mano en la rodilla y me dicen, con toda la sinceridad del mundo: "Jesús, no conducimos ninguno: paramos diez minutos y dormimos". ¡Jaja! Artículo dedicado a ellos. Porque son más cabezotas y más fuertes que yo, aunque sea yo el que cobre tres o cuatro euros más la hora. Artículo dedicado a ellos porque tengo el motivo más grande de todos: porque jamás me han llamado Jefe y ni siquiera me han llamado Jesús. Porque siempre, con una confianza que no sé quién leches les ha dado, me han llamado "Socio". Y cuando llego, sean las siete o sean las cinco de la mañana, ninguno tira el cigarro y ninguno se pone a silbar mirando al cielo: "ya viene el socio"... Eso dicen los muy... Eso dicen mis socios.
Artículo, pues, dedicado a mis socios. Si con el doble de vuestra edad os acojono cargando el camión, con el doble de vuestra edad tengo fuerzas para llegar a casa el domingo, encontrarme a todo el mundo acostado y dedicaros este artículo de rebote mientras me como un trozo de tortilla y pienso ya en el trabajo de mañana.
Y dedicado a Miguel, Jefe de Cocina. Por el engranaje tan perfecto que conformamos.
Porque este fin de semana se ha acabado.
Y aquí... no ha pasado nada.
Mañana empezamos de nuevo, socios, Miguel, familia).
 

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    --por el momento, esta entrada no tiene enlaces destacados en este blog. Más adelante, y a ratos, iré desgranando con detalles cómo funciona una boda, un bautizo, una comunión, una cena, un almuerzo... Parejas, banqueros, empresarios, funcionarios, colegas, homenajes, ponencias, etc ... pero visto y narrado todo entre bastidores. Mientras tanto, arriba y a mano derecha, pueden buscar un artículo al azar pinchando sobre los dados. Gracias.  

martes, 11 de diciembre de 2012

-- Fidelidad.

     He batido mi propio récord en mi blog...
   
    Y no. No me refiero a las 100.000 visitas que he logrado alcanzar. Eso, tarde o temprano, cualquiera lo hace. Y por desgracia, lo hace cualquiera y con cualquier cosa que haga o se le ocurra: desde escribir con un codo, leer el futuro en medio kiwi, dar remedios a la crisis, prometer ingresos de miles de dólares simplemente haciendo clic con la barbilla...  hasta colgando fotos de su nuevo piso en alquiler o de la zorra de su hermana en bolas.
 
     No me refiero a eso, no. El número de visitas y el número de la gente que habitualmente te sigue porque le gustas, difiere bastante uno del otro. No me refiero a eso.
 
     Mi récord está batido por y para mí mismo, para mi gloria o para mi desmerecimiento: me he pasado más de una semana sin escribir... Y tal es mi récord.
    
     Una semana sin escribir en un blog que además de ser tuyo te ha hecho cogerle cariño, es algo que te hiere el alma. Y ese récord es el que he batido.
 
     Empecé (porque todos, supongo, empezamos igual) escribiendo una media de un artículo cada 36 horas. Cada día y medio. Pero claro. Era novato en blogs (hace siete meses de ello) y era perro viejo escribiendo (hace 32 años que escribo). Las cuentas no cuadraban... Confieso y no me tiro faroles, que no me costaría más esfuerzo que el que gasto en beberme dos botellines escribir un artículo diariamente. Y lo digo con toda la entereza del mundo, sin sonrojarme y sin sacar pecho... porque a estas alturas, no le veo un mérito especial a hacerlo. Escribo con la misma facilidad (que no es igual que destreza) conque fumo, charlo, paseo, bebo, persigo chicas o me arrasco una oreja. Para mí, no tiene nada de especial. Forma parte de mí. Si no respiro, me muero. Si no escribo, me ahogo.
 
     ¿Por qué me llevo siete u ocho días sin aparecer por Mi Blog?
 
     Son siete u ocho días en los que sí he escrito... pero no lo he publicado. ¿Por qué? Si hago un cálculo somero y atino con los secretos de la programación de Blogger, creo que con simplemente dos datos y dos golpes de teclado tendría ahora mismo para programar una entrada diaria hasta diciembre del 2013.
 
     Palabrita del niño Jesús. Basta retocar y cambiar fechas para que todo lo escrito hace veinte años vuelva a ser tema de actualidad. La vida no cambia tanto. Y sobre todo: no cambiamos tanto nosotros.
 
     Pero hay algo que me ha echado atrás. Y no sé bien lo que es. Queda dicho que no es el famoso miedo a la "página en blanco"... y lo dice uno que, efectivamente, sigue escribiendo antes que nada a boli y sobre papel cuadriculado todo cuanto publica aquí. No. No es eso. De hecho, la página en blanco inspira más que nada en el mundo. No. Eso no es.
 
     Os lo confesaré... Me ha echado atrás cierto "tinte de profesionalidad" que han querido endiñarme. Por primera vez en mi vida, me ha dado cierto tufillo amargo escribir. Un par de webs de perdidos ayuntamientos y un par de semanarios virtuales y un par de blogs de más o menos febriles achaques politicoides, me han pedido colaboración. Y algún que otro blog con Administrador pero sin Escritor (Asturias y Valencia en España y otros cuantos en Hispanoamérica), me han solicitado llenar huecos donde sus colaboradores no hacen sino bulto.
 
     ¡Jaja! Ya sé, ya, que debería de sentirme pletórico de entusiasmo. Al fin y al cabo, la mayor parte de quienes escribimos pensamos en el día en que nos paguen por ello, ¿no? Es la Gran Ilusión hecha Realidad. Es el Gran Sueño Eterno...
 
     Pues a mí me ha dejado cojo de una pata. A mí, por primera vez en mi vida, me ha hecho temblar el pulso y agarrar el bolígrafo con tembliques entre los dedos. Y por primera vez en mi vida... me ha dado pánico mi página en blanco.
 
     Mi hoja de mi bloc (que no blog) de a cuadritos... me ha aterrorizado por primera vez.
 
     Premios de Narrativa, los tengo. Finalista de algún que otro certamen, lo he sido. Novelas, creo (juro que lo ignoro) llevo escritas nueve o diez... unas dando vueltas por editoriales, otras dando saltos de concurso en concurso... Pero que es mucho escrito. Es mucho folio emborronado ya. Son muchos los cuadernos y muchos los blocs y muchos los lápices y los bolígrafos gastados hasta dejarlos secos... Muchos folios en la Olivetti, muchas chuletas en el bolsillo, muchas servilletas con dos palabras que eran germen de una historia  que después no era capaz de descifrar, muchos paquetes pesados en Correos, mucho dinero en sellos, muchos días ajeno a todo, con la mirada perdida porque el capítulo cuarto debía de ser el quinto y el protagonista en el capítulo quinto debía de haberse suicidado en el cuarto...
 
     Por eso, por eso.
 
     Por eso no he escrito en tantos días en Mi Blog.
 
     Porque me han tirado cien cepos y no los quiero ya. Ahora no. Yo he tirado cien mil cepos durante muchos años y no me han valido más que para alguna estatuílla puntual, algún dinerillo a deshoras, algún merecimiento que nunca dejaré de agradecer y alguna que otra algarabía familiar. Todo lo agradezco y todo me hizo vivir con la Ilusión de que un día sería Escritor.
 
     Un escritor como mi Enin Blyton, como mi Agatha Christie, como mi Allan Poe, como mi Hermann Hesse, mi Dickens o mi Oscar Wilde. Y conforme más leía y más escribía, un escritor como mi Miguel Delibes, como mi García Márquez, como mi Cervantes. Y sin atreverme con la poesía, un poeta como mi Lorca, como mi Alberti, como mi Miguel Hernández, como mis Machado... O mi Bécquer.
 
     No, no, no,no y no. Ahora escribo porque me da la gana y porque no espero nada. Y precisamente por eso, nació hace solamente siete meses escasos "de mil humores".
 
     Porque mientras no me venga al caletre ningún "Harry Potter", ningún "Crepúsculo", ninguna "Catedral" ni ninguna sombra de "Grey"... cuanto escribo no me dará dinero, pero no me quitará la ilusión, la gana ni el ansia de despertar cada mañana pensando qué escribir.
 
     Y sin miedo a mi hoja en blanco.
 
     (Sea este post un homenaje de agradecimiento, a la par que una promesa de fidelidad, a quienes asiduamente me leen. Porque su visita a este blog o su pertinente comentario, son el ciento por cien de los derechos de autor que me gano cada día...  Y tan alto tanto por ciento no lo ganará en su vida "un profesional"... por mucho que se empeñe en ello).
 
    
 
 
    
 
    

sábado, 8 de diciembre de 2012

-- Algunos hombres duros.

-- Pero delimitemos la cosa. La cosa es que la muchacha no podía confesar que era hija suya. Esa es la cosa, eh. Porque inmediatamente ella, al enterarse, pondría la ferretería a nombre del chico. Lógico. Yo también lo haría. Es la vida misma. Esa es la cosa. Si la ferretería llega un día a ponerse a nombre del muchacho, ¡mucha atención!, ¿para qué pollas entonces tendría que volver Claudia del Valle a pordiosear por el metro, a enharinarse la cara y a hacer de estatua para arramplar con dos euros miserables, al cambio? A ver. Que alguien me lo explique, porque ahí está la cosa.
 
     Quien así se expresa es Juanjo, exaltado, evidentemente satisfecho de haber alcanzado lo que él piensa que es el meollo de la cuestión: la cosa.
 
     Yo no obstante, sacudo el caletre. No me muestro conforme. En mi impaciencia por replicarle, no puedo evitar espolvorear a mi alrededor una nebulosa poco discreta de migas de pan tostado.
 
-- ¡Santo Dios! -clamo al cielo-. Pero entonces, ¿para qué cojones se tomaron la molestia de subarreandarle la ferretería a Valentina Domínguez?  ¿Me lo podría alguien explicar?
 
-- ¡Para que Claudia del Valle pudiera vender de una vez la Chary Davidson, pedazo de cretino, parece mentira! -todo esto lo profieren al unísono Gabriel, que está sentado a mi lado y se bebe una tila porque dice que ha amanecido con taquicardias, y Alfonso, sentado frente a mí.
 
     Gabriel me aclara, con un guiño:
 
-- Como Claudia del Valle hacía de estatua en el metro, con la cara blanqueada y todo eso, ya sabes, sin coscarse un pelo ni pestañear, Carlo Marcelo nunca pudo reconocer en ella a su hijastra, ¿tú entiendes, Jesús?
 
-- Yo no entiendo, claro que no entiendo -me encabrito, masco, dejo el pico de la viena en el plato y me limpio la boca-. En el primer capítulo pudo verse a Carlo Marcelo conduciendo la Chary Davidson por una calle de Caracas, ¿o no?
 
     Abucheos.
 
-- ¡Ese no era Carlo Marcelo, idiota! -se carcajea Alfonso.
 
-- ¡Esa era Juana Ignacia! -se ríe alguien, lejos.
 
-- ¡Y no era en Caracas sino en Honduras, belloto! -suena una voz más lejos aún.
 
     Acabáramoa ya, joder. De ahí viene el follón, sin duda. Entre una protagonista que se blanquea con harina de repostería la cara porque hace de estatua en el metro y otra que usa casco de competición repleto de pegatinas se encuentre o no se encuentre pilotanto la moto, es justo reconocer que cualquier persona más inteligente y observadora que yo pueda andar propensa a extraviar el hilo de la trama. Al menos, a partir del capítulo ciento trece. Y eso sin contar  a la tal Valentina Rodríguez de Mendoza, que ya en el capítulo nueve, si bien recuerdo, metió la cara en un perol donde se freían cortezas de cerdo y anda desde entonces arrastrando la piel de los pómulos por el parquet de su finca ganadera de Perú.
 
-- Entonces, ¿la del casco es Juana Ignacia? -inquiero, aprehendiendo al fin un liviano rayito de luz.
 
-- Juana Ignacia es, sí -me confirma Gabriel, me parece que con lástima, hurgándose en las uñas con una cucharilla y diagnosticándome sibilinamente.
 
     Asiento.
 
-- Y ahora la pobre -arguyo-, tiene que abonarle a doña Eulogia Martín un escaparate nuevo para... ¿no?
 
     Son esta vez carcajadas inmisericordes lo que consigo aupar a mi alrededor. Una silla cae y alguien quiere rajarme media faz con la tapadera de una tarrina de mantequilla. A mi oido viene, proveniente de una mesa cercana, un molesto comentario sobre el tamaño del cerebelo en los palomos de un parque. Pretendo reír, pero ni una sonrisa siquiera puedo esbozar, no me sale, ando turbado, confundido, hay mañanas en que uno se levanta con los reflejos amazacotados.
 
-- ¡Mejor lo dejas, tío! -se carcajea Juanjo, lleno de desprecio-. ¡Déjalo! ¡Olvídalo! Limítate a los documentales. No pases de ahí. Documentales. Monos, chivos, gacelas, peces globo y esporas. Animalitos y naturaleza. Esa es la cosa. ¡Documentales!
 
-- Quien estrelló la moto contra el escaparate de la ferretería fué Valentina... Jesús, hijo, entiéndelo: ¡Valentina Domínguez de Sousa!
 
-- ¡Valentina es menor de edad! -me revuelvo en mi silla-. ¡No puede ni debe conducir motos de gran cilindrada!
 
-- ¡Ya lo creo que sí, tío! ¡Ya lo creo! -se sulfura Juanjo, saltando de la silla con un respingo elástico y arrojando al suelo platos y tazones-. Mira, chaval. En el capítulo treinta y ocho, y seguramente cuando tú te levantaste y fuiste a meneártela a los servicios, la chica se sacó en media hora el B-2, el B-4 y el C-3... ¡y todos a la primera! ¡a la primera todos, con psicotécnicos que tú no pasarías aunque vivieras mil veces! Valentina Domínguez de Sousa y Trujillo... ¡entérate bien, mequetrefe!, puede conducir tractores con remolque si le sale del mismísimo c...
 
-- ¡Venga ya! -ahora soy yo quien salta y ataca-. ¡Venga ya...! ¿Cómo puede...?
 
-- ¡A ver documentales, imbécil! ¡Documentales! ¡Monitos, esporas, peces globo...!
 
     Un corrillo amenazador empieza a rodearme. Tomo un salero de la mesa, dispuesto a defenderme y no dejarme amedrentar... Pero en ese momento se acercan cuatro robustos funcionarios, con las porras en ristre y caras de malas pulgas.
 
-- ¿Hay problemas, chicos? ¿Hay problemas?
 
     Agachamos la cabeza y nos dispersamos. En ese momento, suena la sirena y salimos al patio. Gabriel marcha a su rincón, a hacer pesas. Juanjo y otros, desde un banco al sol, me miran murmurando entre sí y sonriendo. Alfonso da sus paseos junto a la torre sur de vigilancia, como casi siempre, tomando notas mentalmente para una fuga que tarde o temprano llevará a cabo por tercera ya o cuarta vez.
 
     Yo paseo en silencio, manoseando el salero en uno de mis bolsillos. Quizás pueda cambiarlo por algunos cigarros. La vida en la cárcel es un ejercicio diario de pura y dura supervivencia. Algunos hombres duros lo sabemos de sobra.