sábado, 7 de julio de 2012

-- Cuento de terror.

    Yo tenía entonces unos nueve o diez años. Debía de ser invierno, porque andaba la tarde oscurecida y el cielo amagaba tormenta.
    Me encontraba con la espalda apoyada contra la pared, era una calle solitaria y lúgubre por la que no circulaba tráfico alguno. A aquéllas horas, sólo estábamos ellos y yo.
    Ellos y yo... y ellos eran cinco.
    Les miraba y ellos me miraban, con la única diferencia de que yo me podía mover mientras no pretendiera separarme un ápice del muro donde me apoyaba, yo podía dirigir mis ojos a uno u a otro, estudiarlos, intentar entrar en sus mentes... pero ellos no. Ellos no se movían, cual espectros, como zombies, como muertos; inmóviles, detenidos en el tiempo y en el espacio, pero sin apartar sus pupilas del mínimo de mis movimientos. Era consciente de que sus ojos impávidos acechaban cada una de mis reacciones, sin perder detalle de nada. Solamente, aguardando.
    No podía huír. No me lo hubieran permitido ya. Y recuerdo perfectamente que en el silencio espeso de la tarde que se anochecía, oí una vez a lo lejos un trueno que se acercaba, y algo más próxima (¡sólo una calle más atrás) la voz de mi madre que gritaba mi nombre por la ventana, llamándome ya para que subiera a casa.
    De los cinco, las dos chicas estaban más atrasadas, pero no por ello menos amenazantes. Una de ellas con las piernas apenas separadas y un dedo señalándome, como una imagen detenida en la pantalla del televisor. La otra: con una sonrisa maldiciente entre los labios y semejando una estatua de piedra que de un momento a otro fuera a echar a andar, con lo linda que era momentos antes, con lo enamorado que me tenía, con lo bella que era su sonrisa... una sonrisa y una carita que ahora no tenían vida ni transmitían nada que no fuera inquina o desapego. De los chicos, algo más adelantados, era Julián el que probablemente me alcanzaría primero, si le daba oportunidad. Lo intuía en su rabia contenida, en su boca levemente entreabierta y jadeante, en el brillo feraz de sus ojos fijos en los míos.
    Mis amigos, mis cinco amigos, petrificados pero sin permitir por ello que me alejara ni un ápice de la pared. Mis amigos, mis compañeros de estudios y de juegos, conteniendo ahora, bajo las primeras gotas de lluvia que ya nos calaban, las ganas de abalanzarse en tropel hacia mí.
    Volví a escuchar los gritos de mi madre que me llamaba y me dije que tenía que ser ahora o nunca.
    Respiré hondo. Tensé los músculos de mi cuerpo y miré retadoramente a Julián: no lo conseguirás, cabrón, no lo conseguiréis ninguno porque soy más rápido que vosotros.
    Me giré rápidamente, alcé la palma de la mano y golpeé con furia sobre el muro, gritando a viva voz y con rabia:
-- ¡Una, dos y tres, pollito inglés...!
    Y no tuve tiempo a volverme, cuando sentí ya los dedos de Julián engarfiados como garras en mi hombro.

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8 comentarios:

  1. ¿Recuerdas las noches de verano jugando "al látigo", o a coger ( que no en argentino, eh?)..o a cazar grillos en la calle adelantado...¿Recuerdas el club de los cinco? Cuando uno es pequeño, el universo emocional el autentico, el que es...No hay futuro, solo presente. Hay una anécdota que cuenta Kin Robinson en su libro "el elemento".Una niña pequeña está haciendo un dibujo en clase, se acerca su maestro y le pregunta:-¿qué dibujas? ...-A Dios.
    Y el maestro, se ríe de la inocencia de la niña y le comenta: -No puedes dibujar a Dios, nadie le ha visto...Y la niña mira por encima de su hombro al maestro y le argumenta:...Pues en breves segundo cuando termine el dibujo todo el mundo lo conocerá."
    Por eso, querido Jesús, nuestros recuerdos forman parte inexorable del presente, y, los que nos dedicamos a escribir, tenemos la osadía de de reinventarlo.... Gracias por este escrito, con sabor a tortilla de patatas de La Merchi en Resolana...(con cebollas, claro)

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    1. Gracias a ti, Jose Luis, por tu visita y por todo lo que ya llevas dado (y te queda por dar) en tus conferencias, en tus clases, en tus charlas o en tus libros (ya sé que estás preparando el segundo). Gracias por formar parte de esa imagen de la calle Resolana, cuando en verano y tirados en el suelo, nos rodeábamos de cuadernos y papeles y escribíamos... Un abrazo.

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  2. jajaja me has hecho sonreír cuando ando baja de ánimos, jeje, las veces que he jugado yo a un, dos, tres, pollito inglés a la pared!! es más hace poco jugué yo con mis chiquillas, porque tardaba muchísimo en recibirnos su pediatra y no se me ocurrió otra cosa que jugar fuera del ambulatorio un ratito con ellas porque se estaban poniendo insoportables en la sala de espera ... total para que me recetaran suero fisiológico jajajaja.

    un beso y excelente post. Amelia.

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    1. Muchas gracias, Amelia, por tu visita y por tu simpatía. Pues sí, qué de juegos que se van olvidando, amiga, aunque a veces los desempolvemos para enseñarlos a nuestros hijos... Es una lástima, que ya apenas se ven a los críos jugar en la calle: el trompo, el teje, la lima, el stop, al cielo voy... uff. Qué tiempos.
      Un abrazo, amiga.

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  3. Pues yo creo que a los niños de hoy les seguiría gustando estos juegos olvidados.
    Para empezar les hemos quitado lo basico: las calles, la plazoletas, etc.
    Y para comodidad de los mayores, se ha inventado las maquinitas, esos hipnotizadores adictivos.
    Los niños solo son, eso niños. Las circunstancias son las que han cambiado.
    Una pelota es algo insustituible.
    Abrazos.

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    1. Jaja, y los pocos que juegan con la pelota creo yo que es porque les obliga el padre a jugar, para que el día de mañana sean adinerados, enteros y ejemplares hombres de balón y talón.
      Un abrazo.

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  4. Gracias Jesús, con lo miedica que soy, ahora, cada vez que vea una película de zombis me acordaré de este relato y del "pollito inglés",jajaja Yo recuerdo que para jugar a la comba bajaba a la calle una soga enoorrrme que me dio mi abuelo.Pesaba muchísimo, pero nos encantaba a todos. Y con ella jugábamos al "barquero", "ya viene el cartero"... qué recuerdos, esas pandillas mixtas y de edades tan dispersas. Hoy empiezo el día con una sonrisa. :)

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    1. Teníamos entonces tantos juegos en las calles, Luna, que basta que te recuerden uno para que te vengan a la memoria veinticinco. Y no se pasaba nada mal, ¿eh? Y estaban las calles en bruto, quiero decir que no había parques con suelo de corcho para que no te hirieras ni funcionarios encargados de apretarle los tornillos a un columpio cada quince días, para evitar que saliéramos disparados.
      Jugábamos con cartones, con piedras y hasta con cristales afilados para enterrar algún tesoro en la arena.
      Hoy criamos a unos hijos demasiado higienizados y robotizados.
      Un abrazo, amiga Luna, y gracias por estar aquí.

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