Permítanme saludar al mundo entero desde este diminuto ojo de buey. Permítanme sonreír y alzar mi mano y gritar al mundo mi Felicidad, porque hoy, al fin, tras años de silencio y obscuridad, soy libre. ¡Soy Libre!
Es decir, que ya tengo mi nuevo telefonillo móvil, con GPS, con Whasa de la buena, con mil leches a cual más oportuna. Es una sensación que sólo pueden reconocer quienes ya tienen semejante prodigio en el bolsillo. Es la conciencia recuperada, así, de sopetón, de que todavía soy útil. De que, en determinados momentos del día o de la noche, puedo llegar a ser indispensable para quién sabe nadie. Es la noción certera de que un trozo de sociedad cuenta conmigo, de que existo, de que ocupo un espacio y soy parte importante de una onda invisible que une a la Humanidad...
Ahora, ignoro el Silencio.
Ahora, me chungueo de la Soledad.
Ahora puedo hablar mientras camino, puedo hablar mientras almuerzo, puedo hablar acostado en la cama, mientras me frío unas croquetas o panchamente sentado en la taza del wáter. Eso era. Eso era, pues... Bienvenida seas, Libertad.
Bienvenida. Tras de tanta sangre derramada, tras de tanto panfleto y tanto mitin, tras tanto poli que corre porra en ristre y tanto puño nervudo alzado al viento, ¡bienvenida seas, al fin!
¿Quién pudo pensar que tuvieras un precio tan asequible?
¿Cuándo pudo nadie nunca soñar -el letrista de Jarcha, por ejemplo- que sin ira pero con unos euros se te recargaba y durabas más de 48 horas seguidas?
Bienvenida seas, mi niña, Libertad; ¿ahora, quién te cantará?
Mi Libertad entonces, a día de hoy, se recarga a mi vera cada noche, sobre la mesilla. Parpadea insomne mientras vela por mí. Yo duermo, y ella toma a sorbos fuerzas nuevas del enchufe de la pared, qué cosas, las vueltas que da la vida. Y antes de que suene el despertador, mire usted, la fanfarria de mi telefonillo me trae al mundo y me recuerda, ya, tan tempranito, que soy Libre, me lo recuerda a cada instante, me afeite, me lave la cara, orine o desayune.
Los cónsules y emperadores romanos, llevaban un pelmazo al lado que les recordaba constantemente que eran simples mortales. De idéntica manera, llevo yo mi Smarth Phone conmigo, para que me recuerde una vez y otra que soy libre. Y lo llevo a mi vera, así, enfundadito a la cintura, como los colts de los westerns; camino más erguido, como se entenderá, y balanceo los hombros y separo los brazos del cuerpo y aúpo el mentón: me como la calle, vamos. Me como el mundo, en definitiva, señores, y cuando suena el tararí en mitad de una avenida o en mitad de donde me coja, desenfundo en cuatro segundos y -sin apuntar apenas- disparo al viento mi animosa verborrea: soy Libre, es lo que vengo a decir, soy un hombre libre, a quien quiera escucharme, la mar de práctico, la mar de funcional, cantidubi de imprescindible, como puede verse, ¿qué? ¿Pasa algo? ¿Qué miran?
Temblad, tiranos y dictadores del mundo entero, porque también un día vuestras naciones tendrán cobertura. Sin duda, la tendrán.
-- En ocasiones... escucho canciones.
-- Consume o revienta.
-- Tapas de Septiembre.
Je je, y yo ingenua de mí que pensaba que la libertad era precisamente librarse de estar atada a ese aparato del demonio y permanentemente localizable. Menos mal que aquí estás tú para poner los puntos sobre las íes y abrirme los ojos, trataré de decir adios al silencio y mi amada soledad para entrar en el mundo de los vivos.
ResponderEliminarYa te llamo, besos
Jaja, mi amiga de tinta y letras. Si yo pusiera los puntos sobre las íes, hace tiempo que hubiera quemado mi móvil de idéntica manera a cual inquisidor prendiera brujas. Lo odio.
EliminarY, evidentemente, ni tengo Smarth Phone ni sabría cómo manejarlo.
Escribir siempre es inventar. Y lo único que debe traslucirse de mi artículo, es que no entiendo a la gente tan enfermizamente apegada a su telefonillo. Parodiando a Quevedo, diría aquéllo de: érase un hombre a un móvil pegado.
Un beso, cielo. Y gracias por andar cerca.
Estoy con Territorio en esto, yo paso todo lo que puedo del móvil, y no me mola mucho que se me pueda localizar las 24 hs, el móvil me parece más sinónimo de esclavitud que de libertad. Pero ojo!! Que yo no tengo un i-phone sino un móvil común y corriente, a lo mejor el i-phone es otro cantar...
ResponderEliminarEva, que te voy a contar, mi movil tiene como 5 años, y lo que le queda, mientras no muera con él voy aunque la gente me mire con cara de ¿de donde sale la neandertal esta? ni internet ni wasap ni leches, con tarjeta y recargo cuándo me parece bien, pero bueno, que yo soy rara, lo reconozco
EliminarNi idea, amiga Eva, de lo que es tener tratos con un i-phone. Mi móvil es de los que hace todavía "ring-ring", y poco le falta para llevar un cable enrollado a cuestas. Como tú, pienso que el móvil esclaviza, de ahí precisamente hacer parodia en un artículo de lo que mucha gente parece exitarse con un aparato de éstos incrustado en la oreja todo el santo día y parte de la noche. Es un artículo irónico, simplemente.
EliminarNi tengo iphone, ni smarthphone, ni gps ni leches que valga.
Y la única wasa que conozco, se escribe con g y con diéresis en la u: güasa.
Un sincero abrazo y gracias por tu amistad.
Ahhhhhhhhhh, era pura ironía no más... Jajaja! Te mal interpreté, bueno, a ver si tu próximo post lo bien interpreto y me entero, jaja! Pensé que lo decías en serio, te lo digo en argentino: ¡qué boluda!
EliminarUn beso
Jaja, amiga Eva, eres un encanto. Un beso, cielo.
EliminarVaya, me das envidia inmenso y nunca bien ponderado jefe, miro mi móvil y me dan ganas de mandarlo a la basura, si no washea ni nada el muy soso, no tiene ni internet, así como narices ser libre.
ResponderEliminarVenga, hermano, que sabes de sobras que cuando escribimos reinventamos la realidad. Era necesario, para sacarle punta al artículo, inventar ese estupendo móvil que ni poseo ni tengo intención de poseer aún.
EliminarMi móvil, ni siquiera hay que recargarlo: se le da cuerda, como a los relojes.
Jaja. Un cordial abrazo, compañero.