Somos de la misma edad pero él acopió canas desde los veinticinco; dicen que es cosa de genética en muchos casos, a saber.
Él con treinta, ya tenía la cabeza totalmente gris, lo que le daba un toque bragado y atractivo del que siempre fue consciente.
Gran trabajador, persona de confianza, íntegro y juicioso.
Ahora, rozando los cincuenta, había cambiado poco.
Y por tanto, no fueron sus canas lo que me sorprendieron al verlo de nuevo. O no sus canas de la cabeza, por mejor decir. Era la barba. Era su barba blanca... porque siempre fue un maniático en eso del afeitarse diariamente. Y ahora, por vez primera en tantos años de amistad, era la primera vez que lo veía con barbas, espesas barbas, luenga barba; blancas barbas... desmadejadas y observé que amarillentas en la zona que le enmarcaba la boca.
Volvía a fumar.
-- Jesús, Jesús... mi buen Jesús -susurró, sonriendo.
Arrimé la silla hasta lo que me permitía el cristal que nos separaba.
-- En dos meses, Juanca, vas a salir de aquí -le dije, desplegando una banderola de optimismo.
Asintió con la cabeza y me sonrió. Asintió repetidas veces. Lo que yo pensaba era una gran noticia, a él no le hizo más que asentir y sonreírme.
-- Siempre has escrito bien -me dijo-. ¿Cómo fué lo que dijiste de ella... ya sabes, cuando nació? No. No me lo digas. Lo recuerdo perfectamente yo: "unos ojos tan negros, que nunca se sabe con certeza hacia dónde miran".
No respondí y él permaneció callado unos instantes. Mirando hacia abajo y sin dejar de asentir ni de sonreír.
Sus ojos, también, eran negros, negros. Genética, dicen.
-- En dos meses sales, Juanca -le repetì-. Todo trámites, todo papeleos. Ha quedado claro que te lo encontraste y que...
-- ¡Una mierda! -soltó y me miró-. Una mierda, Jesús. Tú sabes que no me lo encontré. Tú sabes de sobras que en cuanto supe que lo soltaban me fuí a por él.
-- Yo lo sé, yo lo sé -y acerqué más mis labios al cristal, a la par que bajaba la voz-. ¡Yo lo sé, cabezón! Pero a estos bichos hay que decirles que os encontrásteis casualmente y...
-- Sus ojos, mi niña. Sus ojos tan negros, sus ojos tan negros que nunca se sabía con certeza hacia dónde miraban.
Ahora fué él quien acercó sus labios al cristal, por el otro lado:
-- No me lo encontré, Jesús. ¡Tú sabes de sobras cómo soy! Tú me conoces. ¡No me lo encontré! Díselo al fiscal, al juez, a la prensa, a la familia, a tu esposa, a tu hija o a quien tengas que sentirte obligado, ¡de corazón!, a decirles la verdad. ¡Que no me lo encontré! ¡Que lo busqué yo! Que lo busqué como un viejo lobo, tarde tras tarde y noche tras noche, siguiendo un rastro de sangre. Que la sangre de mi niña estaba fresca en mi nariz. ¡Que lo busqué yo! ¡Dilo, maldita sea...! ¡No sigas el juego tú también! ¡Dilo! ¡Dilo! Dí que me notificaron que no había pruebas suficientes. ¡Dí que el cadáver de mi niña apareció maniatado, vejado y desnudo y roto, como una muñeca vieja, como una nancy de ésas que te encuentras en un contenedor de la basura! Dí, Jesús... ¡Dí todo esto! ¡Para qué leches escribes tan bien, coño!
Miré hacia otro lado, pero simplemente por tragar saliva.
-- ¡Mírame! Dí que no tuve valor para ir a reconocer su cuerpo... Que sus ojos eran tan negros... Tan negros que nunca se sabía con certeza hacia dónde miraban. Fué su madre la que entró. Fué su madre y fuiste tú quienes la pudísteis identificar... Yo siempre he sido un cobarde...
-- Juanca...
-- Pero un cobarde que apecha con sus actos. ¡No me lo encontré, Jesús! ¡Lo busqué yo! Lo busqué en cuanto supe, ¡por la tele, macho, por la tele!, que lo dejaban libre por falta...
-- Me lo has contado mil veces, ¡vale!
-- Como un lobo, macho, como un lobo con la sangre de mi niña en los labios. Husmeando. Siguiendo el rastro. Preguntando. Inquiriendo. Metiendo los hocicos en mil madrigueras. Afeitado y pulcro unos días. Maloliente y desastrado, algunas noches. Pero oliendo. Oliendo. Acercándome...
-- Juan Carlos, por favor.
-- ¡Acercándome! -se echó a reír, tirándose hacia atrás en la silla y volviendo de pronto a arrimar su cara al cristal-. Acercándome cada día más, cada noche un poco más, cada hora más... Escucha, Jesús, escucha.
-- Ya me lo has ...
-- No, no. Escucha. Lo ví en el parquecillo de Amate. Estaba encima de una motito, junto a un banco donde dos o tres chavales más se pasaban una litrona. Y dos o tres chicas (mayorcitas que mi niña, sin los ojos negros de mi niña), reían y celebraban mil payasadas. Pero él era el que estaba en la motito, repeinado, las piernas abiertas, el cigarrito en la mano derecha, la sonrisa fresca y la carcajada fácil... Era él. Solamente me lo crucé un par de veces en los juzgados. Y mil veces en las noticias de la tele. Y mil veces en las portadas de los periódicos. Y mil veces en cada sueño que podía conciliar...
Yo sabía de sobras lo que iba a contarme ahora. Y como un acto reflejo, como ese perro de Pavlov que cuando presentía comida salivaba, mis ojos se empañaron de nuevo.
Él lo sabía de sobras. A él le gustaba repetírmelo. Yo fuí un tiempo su amigo.
Yo era, ahora, su eco, su confidente o su confesor.
-- ¿Tendrás un cigarro por ahí?, le pregunté. Se lo pregunté, Jesús, poniéndole la mano izquierda encima de un hombro mientras que con la derecha cogía de mi bolsillo del chaquetón...
-- Juanca, por favor.
--... la navaja de las cachas de nácar, la que nos regalamos mutuamente tú y yo, porque las dos llevaban la letra J grabadas en la empuñadura, ¿recuerdas esa tarde, Jesús?
Asentí, asentí mecánicamente, asentí pretendiendo cambiar de tema:
-- Fué en Córdoba, ¿no, Juanca? En las maniobras que hicimos...
-- La mano izquierda la pasé de su hombro a su nuca. Le hice girar la cabeza y mirarme. ¡Se quedó pasmado, amigo! Y cuando se encontró mi mirada con la suya... o la suya con la mía, ¡Jesús!, sé de sobras que a pesar de la barba de dos días me reconoció. ¡Me reconoció, palabra! ¡Jaja! ¿Pues no se había él cruzado tres veces conmigo en los juzgados? ¿No había él visto mi imagen en los noticiarios o en los periódicos tanto como yo la suya? ¡Jaja! ¿No reconoció él, por unos instantes, mis ojos negros, Jesús? ¡Tan negros que nunca se saben con certeza hacia dónde...!
-- Juanca, por favor.
-- Se la clavé después de escupirle. ¡Palabra, amigo! Y mira. ¡Te lo juro! ¡No sabía dónde metérsela! Por un lado llevaba pensado que en el vientre o en la entrepierna, más que nada porque sufriera la mitad de lo que mi niña sufrió. Por verlo retorcerse, ya sabes. ¡Pero qué va! ¿Y si al final salía vivo? ¿Vivo? ¿Mi niña muerta y él vivo? ¡Y se la metí por la espalda, Jesús, por la misma espina que hasta la hoja sentí cómo se partía dentro y...!
Me puse en pié de un salto y dejé caer la silla.
-- ¡La moto se cayó con él debajo! ¡Las chicas gritaron! ¡La litrona de sus amigos se rompió en el suelo! Y ellos se levantaron. ¡Creí por unos momentos que iban a venir a por mí, jaja...! Se fueron, Jesús, se fueron y yo me senté en el banquito que habían dejado libre de sopetón... Mirando al bicho éste, que se retorcía en el suelo delante de mí... con media hoja de acero metida en la espina... y la moto encima de las piernas... ¡Jesús! ¡Jesús!
Su hija, con catorce años y desde que nació y llegué a ser su padrino, tenía unos ojos tan negros, tan negros, tan negros, que nunca se sabía con certeza adónde miraban.
No sé, lo juro, por quién lloraba yo en esos instantes.
El tiempo se acababa y volví a poner la silla en pié, a sentarme y a acercar mi cara al cristal.
Juanca me miraba hacer, como si fuera consciente por anticipado de cada uno de mis gestos, de mis movimientos o de mis palabras... Con esa sonrisilla que le conocía desde que éramos amigotes de porrito y litrona, hace ya más de veintitantos años.
-- No tengo más tiempo, Juanca. Sólo he venido a decirte una cosa.
-- Me lo imagino. Suéltala.
-- En dos meses, semana de más o semana de menos, vas a salir de aquí. La gente se ha volcado contigo. Hay manifestaciones en Madrid, en Barcelona, aquí en Sevilla... en toda España, Juanca. ¡No te rías, cabrón! Las noticias, los periódicos, revistas, el you tube, las redes sociales, todo el mundo está contigo. ¡Juanca! ¿Te enteras...? ¡Todo el mundo está contigo, joder!
No dejó de sonreír, pero sacudió la cabeza a un lado y a otro.
-- Me alegro -dijo- De veras que me da alegría que la gente pueda llegar a entenderme. Pero no te equivoques, amigo.
-- Te digo que en unos dos meses vas a...
-- No te equivoques, Jesús. El que ahora está aquí y el que de aquí a dos meses puede salir a la calle... ya no es Juanca.
Y sonrió, nunca dejó de sonreír:
-- El que sale de aquí, ya no soy yo.
Igual te vale un roto que un descosido, Jesús. Ayer me tenías desternillado con tu ordenador nuevo y hoy crispado con la historia de la hija de Juanca. Pero no sólo a él y a mí nos gusta lo que escribes. La marcha que lleva tu contador de visitas es la prueba más evidente.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, compañero. No todos los días, a dios gracias, tiene uno el mismo humor... y eso no quita las ganas de escribir, sino simplemente de cambiar de registro.
EliminarUn abrazo y gracias, de veras.
Un relato merecedor de ser presentado en un concurso, realmente tras leerlo poco que decir te queda, que ole sus cojones, que de puta madre, que si señor, que con una hija no se hace eso, sobre todo si tiene los ojos tan negros que no saben donde miran.
ResponderEliminarEsos hijos de la gran puta deberían siempre tener ese final, sin más, a ser posible a manos del padre claro, no te devuelve nada, pero vaya, te fumas un cigarro bien a gusto.
Sensacional escrito jefe.
Gracias, amigo. Es una historia dura, pero a veces es la única manera de meterse en la piel de un padre como el que describo. Para mí, ha sido una experiencia llegar a sentirla tan vívidamente mientras la escribía.
EliminarUn abrazo.
ASí la he sentido yo, la he vivido yo, al leerte digo, sin que haya tenido un caso similar ni en mi entorno más lejano, ese es el gran mérito, es una entrada espectacular, la verdad.
EliminarEs todo, el caso, sangrante, pero la manera de contarla, es que es de una genialidad mayúscula, no sé, la lees de nuevo tres veces y cada vez me gusta más.
Gracias, socio. Quizás solamente he escrito un deseo latente que me sale del alma cada vez que leo en un periódico que sueltan a un cabrón de esos...
EliminarSin palabras me has dejado Jesús, si ahora en lugar de escribir tuviera que hablar no podría hacerlo, tengo un nudo en la garganta.
ResponderEliminarEstremecedor relato, lo que a mí me extraña es que esto no suceda practicamente nunca, luego dicen que todos llevamos un asesino dentro.
En estos casos no es sólo una vida la que se trunca, si no la de toda una familia y para siempre, no hay quien se recupere de algo así.
Besitos (decirte que está maravillosamente escrito casi sobra)
Me muestro de acuerdo contigo. Y nunca he entendido bien que con tantas víctimas como tiene un país, ya sea por terrorismo, violaciones o violencia gratuita, pocas sean las personas que se tomen la justicia por su mano... Al menos, yo no lo entiendo, te lo juro.
EliminarUn besote, hermana, y gracias por tus palabras.
Por mi hija mato, lo diga Agamenón o lo diga su porquera la Esteban.Y sí, es venganza y puede que sea justicia, pero sólo puede. Y en ese caso, sólo cabe la actitud de Juanca. Ni arrebatos, ni encuentros casuales, ni hostias en vinagre. Me fui por él, por derecho. Por derecho paterno. ¿Cuánto se debe? Como esto. Y se acabó el Juanca, pero no ahora. Se acabó cuando se apagaron esos ojos negros, que de negros nuncas sabías hacía donde miraban.
ResponderEliminarNi me lo quiero imaginar.
Un abrazo.
Es cierto que Juanca ya había acabado cuando le arrancaron a su hija. Ya no era ni sería el mismo Juanca. Y por eso, pienso, ya le sobraba todo en la vida... ya tenía la partida perdida, hiciera lo que hiciera.
EliminarUn abrazo afectuoso, amigo.
Pero con una ventaja. Si por casualidad, se volvía a encontrar esos ojos negros, los podría mirar de frente e incluso saber, de una vez por todas, adonde miraban. A su padre con orgullo.
EliminarAbrazos, amigo.
Un buen remate, amigo, son tus palabras.
EliminarPreciosas.
Aunque digan que la violencia no justifica la violencia, y que las vidas solo Dios las decide, te diré que cuando es un hijo/a el que muere y además de tal manera, no hablamos de violencia, si no de anti-natural, simple y llanamente inconcebible.
ResponderEliminarMe has dejado sumida en un gran momento de reflexión y sin palabras.
Lo has bordado, cuanto sentimiento, cuantos detalles, qué bien escrito... Uff, magnífico!
Besos
Gracias por tus elogios, amiga. Es una historia ciertamente desagradable, cuya idea tenía en mente hace mucho tiempo pero a la que no encontraba la manera de enfocar... Es un tema duro que a mí, como padre, me ha hecho reflexionar muchas veces...
EliminarBueno, ahí está.
Gracias por tus amables palabras, cielo.
Me has dejado sin palabras, porque no te quedas en la venganza que sería a aplaudir el valor y coraje que le puso, sino porque nos enseñas la cara del padre, del amigo que fue, no del asesino frío y terrible, ... del que sabe que hay un antes y un después y que él nunca volverá a ser el que era y teme la vida que le espera. Y como lectora digo, tiene toda la razón y me duele en el alma.
ResponderEliminarDuro nos lo has puesto hoy, pero real como la vida misma en su faceta más cruel.
Feliz fin de semana :)
Es un tema duro, ya digo, pero quería sobreponer la humanidad a la crudeza. Y en este Juanca que me rondó en sueños, hallé mucho más humano que en otras personas que callan y agachan la cabeza.
EliminarUn beso, linda, y gracias por tus palabras.
Supongo que por éste y algunos más, es por lo que merece la pena acceder a los blogs. Te puedes encontrar infinidad de reflexiones y escritos, pero no son muchos los que te hacen sentir dolor en el alma y emoción a la vez.
ResponderEliminarUn relato extraordinario, como dicen más arriba, merecedor de un premio a la sensibilidad y buen hacer.
Un abrazo, amigo Jesús.
Eres muy amable, amiga. Me alegra que te haya gustado el relato. Hay personajes a los que se le coge cariño mientras se los crea.. y si ese cariño es compartido por un lector, el personaje crece y se hace grande. Eso es lo bonito de escribir.
EliminarY es hermoso que te digan que lo has hecho bien.
Conque muchísimas gracias y un besote afectuoso.
PLAS PLAS PLAS
ResponderEliminarDe principio a fin, majestuoso, redondo.
El tema actual y candente, pero el desarrollo magnífico.
Esta vez, y sin que sirva de precedente:
Reverencia
Jaja. ¡Reverencia, dios santo! Bueno, agradezco tus aplausos y tus palabras, que dan verdadero aliento para seguir intentando hacerlo mejor cada vez.
EliminarY sin que sirva de precedente, un gran besote.
Buenisimo compadre, como de costumbre. Yo opino que uno jamás sabe como va a actuar hasta que le llega el momento.
ResponderEliminarEl otro día fui a por tabaco, me llevó mi esposa en el coche. Cuando estoy en la puerta de la tienda pidiendo el susodicho vicio, veo como un tipo, bien vestido, va corriendo hacia a mi auto y se va metiendo la mano en la carterita que lleva colgada al hombro. No me preguntes como, pero en cuestión de milésimas de segundos, pensé en un atraco, el tipo sacando un revolver y disparando contra el cristal.
Pensé en mi hija de cinco años sentada atrás comiendose un paquete de papas y me abalancé a por el. De un puñetazo lo tumbé en el suelo ( no me preguntes como, hacía años, desde el instituto, que no peleaba con nadie ) y le registré la carterita... no llevaba nada, al minuto la novia del muchacho pegándome voces y es que, al parecer, habíamos estado a punto de atropellarlos en la esquina ( para mi estaban de coca hasta los ojos, nosotros no los vimos )
Yo me llevé un susto de muerte, me temblaba todo y leyendo esto la verdad se me cayó un lagrimón de tres pares de cojones... yo no se lo que haría, es mas no me lo quiero ni imaginar.
Un abrazo ompare
Te entiendo perfectamente, compadre, porque cuando tenemos hijos ya vamos por la vida -desgraciadamente- con la mosca detrás de la oreja.
EliminarYo Tampoco sé qué haría a la hora de la verdad. Y quizás por ello, porque no lo sé o no quiero ni pensarlo, escribir este relato ha sido una forma de terapia.
Un abrazo.
Pues sólo te diré lo mismo que Juanca: escribes bien Jesús.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, gracias y un abrazo amigo.
Gracias a ti, Rubén, por tus palabras. Ojalá tuviera ánimos para escribir siempre cosas que hicieran sonreír... pero por mucho que uno escriba, la realidad siempre está a mano, acechando y recordándote que no hay que olvidarla.
EliminarUn abrazo cordial.
Apenas hoy he visto tu mensaje en mi blog con en enlace de tu sitio y lo primero que me han mostrado ha sido este conmovedor y duro relato...yo no tengo hijos, pero uno desde aquí puede imaginarse el dolor de aquel padre por la perdida de su hija y la impotencia que sintió al no encontrar justicia, a veces el dolor derrota toda conciencia de lo moral, en este caso no podría juzgarsele a un hombre que ha hecho concreta la justicia, aquella que la sociedad (donde se adquiere esa conciencia de lo moral) no ha logrado. Decían arriba que es extraño que cosas como estas no sucedan a menudo, y pues si, es cierto, hay que tener en cuenta que cada quien tiene sus sentires, su forma de pensar y actuar, unos mas regulados por las normas que otros...y también es cierto lo que decías de que es mas humano quien no calla y agacha la cabeza, en un sentido éste hombre se humanizo, fue libre de sentir, de vivir su dolor, de expresar su inconformidad...pero también se deshumanizó al acabar con la vida del otro, es seguro que su dolor seguirá acompañándolo siempre. El análisis de estos actos son incluso mas complejos que el análisis de una sola persona.
ResponderEliminarDefinitivamente una gran historia que nos pone a reflexionar sobre el sentido que le damos a la vida y a la muerte.
La vida de Juanca ya estaba acabada, indudablemente. Hubiera hecho lo que hizo o hubiera dejado de hacerlo. Nunca iba a ser el mismo. Como no son los mismos tantos padres que sumen su dolor en el silencio, en la oración o en la fuerza que aún deben (a pesar de todo) transmitir al resto de su familia...
EliminarTambién hay héroes que no necesitan para serlo empuñar un alma. Y creo que son los que más valor quizás tengan. Los que se levantan cada mañana y sienten una ausencia a su lado... a la vez que una carcajada en una plazoleta cercana. Eso sí que es duro.
Un abrazo, compañera, y gracias por tu visita y tu bien desarrollado comentario.
Yo también estoy con Juanca. Aunque ya no sea él... Un beso grande.
ResponderEliminarHoy día, por desgracia, la sociedad y las leyes que nos rigen nos hacen a muchos estar con Juanca.
EliminarLa justicia divina y la justicia humana, hace ya tiempo que se escriben en minúsculas.
Un besote, amiga, y gracias.
Muy buen relato.
ResponderEliminarSi se visitan las prisiones, lo primero que se observa es que se pueden encontrar bastantes personas como Juanca que a falta de otra Justicia, se encargan de hacer lo que creen que es justo. No es que Juanca dejara de ser el mismo cuando ingresó o por el paso del tiempo allí, dejó de ser el mismo, cuando le hicieron eso a su hija. Lo que me sorprende, considerándome una persona pacífica, es que este tiopo de cosas no ocurra más.
Lo segundo es que hay muchísimas personas que deberían estar privados de libertad y no lo están.
Me sorprende también, y por ello quizás la razón única de este relato, que tipos como este Juanca no se den hoy día con más asiduidad. Y a veces temo que sea a base de muchos Juancas como llegue a oídos de quien sea menester, que la justicia hace tiempo que no funciona. Y algo -mucho- debe de cambiar, si no queremos que se empiecen a resolver los pleitos a fuer de puñadas y estacazos.
EliminarGracias por su visita y su comentario. Un placer saludarle y un cordial saludo.
Madre madre mía que pedazo de relato!! Me ha encantado porque me has hecho sentir como la vida se le quebró a Juanca. Desgraciadamente hay tantos casos de crueldad mayúscula por niños que amparados por su corta edad y una legislación desfasada y con más resquicios legales que un que gruyere, hacen que se produzcan tales situaciones.
ResponderEliminarNo me quiero imaginar en ese caso, porque sólo el pensarlo me duele la piel y mi corazón padece porque no tenemos nada más grande que un hijo y comprendo perfectamente lo que Juanca hizo, cuando alguien nos daña de esa manera, nuestro yo más primitivo se apodera y si tuviéramos una ley eficaz, que revisará la edad del ejecutor de asesinato, que revisará los años de condena, porque se indulta a banqueros, a políticos que han defraudado miles de euros, porque señores con delitos menores y sin sangre se pudren en la cárcel y Peña que ha asesinado, que viola una y otra vez , aprovechando los descansos penitenciarios vuelve a violar ..... por eso Juanca no volverá ser nunca el que fue, porque le arrancaron su corazón y se le llenarán los ojos de lágrimas cada instante que tenga lúcida su mente.
Eres muy brillante vecino mío, hoy me dejas con el corazón en un puño, un beso para ti y para Juanca.
amelia
Ya comento más arriba, vecina mía, que ojalá el cuerpo estuviera para arrancar sonrisas todos los días... Pero que la realidad, por mucho que amemos escribir e inventar vidas y situaciones, siempre la tenemos enfrente: para bien o para mal.
EliminarDe la justicia, ¿qué decir, ya? ¿Qué añadir? Pues lo dicho. Que van a hacer falta algunos Juancas para que las cabezas pensantes de este país se den pronto a rectificar donde rectificar sea preciso.
O si no, al tiempo... Vamos a acabar como trogloditas.
Un besazo, cielo, y gracias por andar siempre cerca.
Por tu relato maravillada me he quedado.
ResponderEliminarPor la injusticia hecha justicia,satisfecha.
Por no querer estar en esa situación, al ser leída me he quedado sobrecogida.
Esos ojos negros estarían para ver a su padre, buscando su justicia.
Besos
Bellísimas tus palabras, como fondo o como colofón a este relato.
EliminarTe las agradezco, como si fueran un ramo de rosas o como si fueran el epitafio justo para la tumba de esos ojos negros... que aunque han nacido en mi imaginación, se han ido haciendo reales poco a poco.
Gracias, cielo.
Un abrazo.
Te he seguido los pasos, :)
ResponderEliminarMuy bien relatado. Jesús. Con este relato demuestras como al fallar la justicia este padre se tomó la justicia por su cuenta, porque a saber cómo reaccionaríamos nosotros!
No hay palabras ante un caso así.
Un abrazo fuerte.
Esa es la Gran Duda, amiga: saber cómo reaccionaríamos cada uno de nosotros.
EliminarPorque si supiera, al menos, cómo reaccionaría yo... Creo que no hubiera necesitado escribir lo que he escrito.
Necesitaba, aunque fuera con letras, mudar de piel por unos instantes... O quizás, reconocer la piel que tengo.
En fin. No es más que una historia más.
Un abrazo y gracias por tu visita y tu comentario.
Gracias Tadeo por tus conceptos en Los años no vienen solos. . .Una forma de mantener nuestra mente ocupadísima es investigar y escribir. Hoy me quedo en tu casa con la pluma así me conoces también por mis cuentos, micros y poemas. Un abrazo y nuevamente gracias. Entiendo tu relato, aunque podríamos hablar largo rato sobre el tema. Trabajé en la Justicia más de 20 años.
ResponderEliminarUn placer saludarte y saber que andas cerca.
EliminarEs simplemente un relato. Juanca existe porque yo le he dado vida y lo he echado a caminar...
No sé si existen Juancas de verdad por el mundo. Pero seguramente que los apoyaría, ya ves.
Yo, que me he criado en barrio y he escapado de barrio, puedo asegurarte que llevo más tiempo que tú discerniendo lo que es justicia y lo que no.
Por eso la "J" de Juanca la escribo en mayúsculas y la jotilla de justicia no me tomo la molestia ni de ponerla.
Podríamos hablar del tema mucho... Pero creo que no es así. Creo que aunque fueras mi abogada, no me molestaría en abrir la boca ni para bostezar.
Un saludo. Y gracias por andar por este blog (que es tuyo a la vez) y por dejar tu comentario.
Joder Jesús , me has dejado de piedra, es estremecedor y lo que mucha gente cuando ocurren estas cosas dicen que ha de hacerse. Sólo un padre, sabe lo que se siente, y que quieres que te diga, ¡que le entiendo, coño! que es verdad que la justicia está para algo, pero ¡que le entiendo!, que no se pueden alargar las cosas años y años para que estos tipos salgan a la calle, mas tarde o temprano.
ResponderEliminarJesús, me has tocado, de verdad...
Besos para tí y para Juanca sea imaginario o no
Ana
Gracias por tu comentario, Ana. A veces, cuando uno lee en las noticias casos de tanta injusticia y sinrazón, solamente tiene el consuelo de escribir historias como ésta. Al menos, te desahogas.
EliminarUn beso, cielo.
Yo no tengo hijos, pero sé que, cuando los tenga, los defenderé con uñas y dientes, y pobre del que les haga algo, porque saldrá la leona que llevo dentro. Y no, yo tampoco me lo encontraría por casualidad
ResponderEliminarEntiendo perfectamente al Juanca de tu historia, y a todos los Juancas que, viéndose en una situación así, hayan ido alguna vez en busca de su propia justicia tras ver lo mal que funciona el mundo
Como siempre, grande, Jesús. Un abrazo
Muchas gracias, entrañable amiga.
EliminarEl amor, como bien puede intuírse aunque no se tengan hijos, es una fuerza en erupción, temible y poderosa... y tan respetable.
Un sincero abrazo.
No había leído este relato, Jesús. Soberbiamente escrito de principio a fin. La venganza es un tema tan viejo como el hombre, pero es tu estilo lo que hace grande este relato. Tremendo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un fuerte abrazo para ti, amigo y compañero de armas (de armas que llevan cartuchos de tinta, se entiende). Tus comentarios siempre son motivadores. Y aunque uno ande en esa racha de quitar el polvo a lo viejo porque no atina con nada nuevo, es de agradecer que verte por aquí me haga desear salir de esta malsana modorra y volver a las andadas. Un abrazo.
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