Los camareros no nos atrevemos a molestarlo. Lo conocemos y sabemos, de sobras, que se marchará cuando recojamos la penúltima mesa....
Tiene el pelo aún fuerte y duro, y la barba tricolor entre negra, roja y cana. Una barba mal cortada, una barba picajosa, una barba rebelde que se va a morir en los confines de la nuez del cuello. No debe de tener, el hombre, más de cincuenta años... pero aparenta mucho más.
Al principio, cuando empezó a parar aquí, le atendíamos con una sonrisa y unas ganas escondidas de darle una patada y mandarle lejos en cuanto acabara la primera copa.
Hoy se toma diez o doce. Paga religiosamente y cuando sabe que nos vamos, él también se va. Su mesa es siempre la penúltima que se recoge. Nunca, nunca, nunca se queda a ver cómo recogemos la que está junto al puente, la que da al Darro, la última que siempre recogemos...
Los camareros no nos atrevemos a molestarle. Sus ojos, aunque pudiera parecer lo contrario, tienen un matiz medio irónico y medio cachondo que a veces molesta. Su mirada es apacible y serena, pero esconde entre patas de gallo una sonrisa que parece estar de vueltas de todo. Dicen los compañeros del bar de enfrente, que se parece a un tipo que no hace ni dos años venía a pasear una vez al mes por aquí, acompañado de una chica mucho más joven que él... y que se sentaban en la mesa del fondo.
Pero no echamos mucha cuenta de estas historias. Aquí, en la Carrera del Darro, hemos visto ya de todo.
Y este tipo de barba tricolor que se limita a beber y a mirar la sombra de la Alhambra en la pared de enfrente, no nos parece -en verdad- un gran Tenorio venido a menos.
Viene cada noche y paga religiosamente. Eso es lo que nos importa.
Y si su mesa se recoge la penúltima... es porque nos da propina si no recogemos antes la mesa del fondo, porque por lo visto no quiere nunca este tipo vernos recoger la mesa del fondo; es simplemente porque a estas horas de la noche -cuando él viene- andamos ya cansados, con ganas de cerrar y no tenemos clientela... Ni siquiera parejas besándose en la mesa del rincón, la del fondo, a la sombra de la Alhambra en esta Carrera del Darro.
Él paga, se marcha y sé que escucha, mientras camina, el arrastrar de la última mesa y el último par de sillas, tarareando mientras le castañean los dientes por el frío un viejo tango de esencia de mujer. Y que quizás a los lejos, se vuelve y observa cómo se apaga la luz del letrero luminoso.
También sé, todos lo sabemos, que mañana volverá. Tipos como él han hecho de su vida, quizás habiéndolo presentido muy en su interior, un lento y condenado discurrir hasta ese Paseo de losTristes, aquí en Granada, donde los últimos compases de un viejo tango terminan muriendo o confundiéndose entre el rumor de las aguas del Darro.
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