jueves, 24 de mayo de 2012

-- Sábado de playa.

    Conque sin apolillar todavía el sayo pero aprovechando que mayo marcea, se presentaba el fin de semana soleado y decidimos saltar a la playa, total, está ahí al lado como quien dice. No son los tiempos de mi infancia, cuando para acercarnos un día a Chipiona mi padre se levantaba a las seis de la mañana para pasar revista a los niveles de agua, aceite y valvulina del seiscientos, para soplarle la carbonilla a las bujías y para hacerle hueco a los pertechos en el diminuto compartimento del capó, antes de enfilar la autopista a eso de las nueve y llegar a destino sobre las once y media tras las cuatro estipuladas paradas de rigor, a saber: una para desayunar, otra para no sobrecalentar el motor, otra para un primer aperitivo y la última para coger caracoles por la cuneta mientras el sobrecalentado motor bufaba recuperando el fuelle. Hoy no. Hoy te plantas en Chipiona en una hora, los coches son más fiables y los conductores como yo nos fiamos de que nos lleven a destino sin siquiera mirar si la etiqueta de la ITV tiene el último mordisco dado en mayo del 2003 o enero del 2001. Somos descuidado con los coches, será que no nos costó tanto hacernos con uno como les costó a nuestros padres hace treinta o cuarenta años. Mi padre en especial, trataba a su seiscientos como si fuera el hermano que nunca tuvo. Mi padre bajaba dos veces a la semana con dos cubos de agua, una escoba, un cepillo, dos bayetas, un bote de laca abrillantadora, dos trapitos de algodón y una garrafa de ambientador de litro y medio con aroma a pinos del coto, que cuando llevabas media hora de viaje te daban ganas de buscar piñas por debajo de las alfombrillas. Podía pasarse una tarde entera, mi padre, sacándole brillos al seiscientos y buscándole lustres a la más recóndita porción de chapa. Yo no. Yo lo lavo poco. Poco y en las gasolineras o en el Alcampo.
-- ¿Básico o completo? -me pregunta el empleado del lavadero, como si estuviéramos en un puticlub.
-- Básico, básico -me apresuro a responderle-. El de tres euros. Agua, espuma y al carajo. Total, da lluvia para el mes que viene.
    Apartando el tema y retomando el hilo, a lo que iba. Que el sábado pasado me desperté con ganas de ver los primeros tangas de la temporada en grato maridaje con unos botellines de chiringuito playero,  y así lo anuncié a mi santa esposa:
-- Cariño, estoy agotado, de buenas ganas me volvía a acostar, pero creo que te sentará bien despejarte un poco y salir de la monotonía. La niña, por otro lado, está muy blanca porque las radiaciones de la PSP le están sorbiendo la melanina. Y a tu madre, ni que decirlo, le sentará bien el sol, sobre todo ella lo necesita más que nosotros .Por ella lo hago. ¿Nos vamos a la playa?
    Antes de que pudiera responder, coloqué a las puertas del ascensor la nevera y la sombrilla, vestí a la niña, desincrusté a mi suegra del colchón y la llevé a rastras a la puerta, me colgué una mochila del hombro y me encasqueté en la cabeza el  sombrero de paja que me tocó en la fiesta del Havana Club el año pasado, tras una comida de empresa.
-- ¿Nos vamos, cielo?
    En una hora nos plantamos en Chipiona. Los primeros culos tostados del año ya empezaban a desfilar airosos por delante de mi opel, por lo que no debe extrañar que arrugara un par de matrículas intentando aparcar: no se pueden tener los ojos puestos en todo. Mi suegra, cuyo recetario médico incluye entradas que todavía no constan en el Vademecun del año en curso, caminaba a duras penas, entre dormida y comatosa, no muy consciente de por dónde andaba. La niña, retozaba loca de alegría, con su mochila de las monsters y su gorrita de la hello kitty. Mi mujer caminaba detrás, con la bolsa de lona y peleando con las dos butacas que le colgaban del cuello.
    Instalé la sombrilla en un sitio estratégico basado en el posicionamiento ecuacional de tres puntos de referencia, a saber: orilla de la playa a 20 metros, chiringuito de Los Manolos a 60 pasos y toalla  familiar con cuatro chicas tomando el sol en posición de decúbito supino (o debiera decir de culito supino) a un giro de cabeza de 45 grados.  
-- ¿Te bañas, papá? -me pregunta mi chica. ¿Mi chica? La miro con su bañador y está preciosa. Lo que ha crecido mi reina linda. De aquí a dos años o tres, ya tendré que bregar con los viejos libidinosos que instalen su sombrilla a menos de treinta pasos de la nuestra.
-- Ahora mismo, cielo, en cuanto compruebe que la nevera funciona bien.
-- ¿Ya te vas a beber un botellín? -me recrimina mi mujer, con el rostro y el cuerpo como si acabaran de gratinarla con bechamel en la pizzería del Sloppi Joe's.
-- ¿Ya te has jalado tú dos botes de crema? -voy a replicarle, pero un balonazo me acierta en el cogote y me incrusta la cabeza en las profundidades de la nevera.
    Un mocoso con la cara llena de pecas se acerca conteniendo la risa, recoge su pelota y se marcha a saltos diciendo:
-- ¡Ha sido sin querer! ¡Perdoneeee!
    La criatura no lo ha hecho con intención y lo entiendo, pero eso no quita para que reconsidere por momentos la conveniencia de fijar a los críos a la arena igual que se hace con las sombrillas, cavando un hoyito e inmovilizándoles un pie con tierra mojada. Me echo al coleto el botellín, me despojo de la camisa, encojo la barriga, cuadro lo hombros, me quito las gafas y tomo la mano de mi hija para encaminarme con ella a la playa, andando lentamente como he visto que anda Cliniswot cuando viene del saloon de matar a cuatro forajidos que le han hecho trampas al tute. El agua está fría de la leche y no he pasado de las rodillas cuando ya la niña lleva tres pinos hechos con la cabeza perdida debajo de la superficie. Los críos están hechos de una pasta especial. Al ratillo se nos une la madre, seguida como una embarcación de recreo por una vaporosa estela blanca que va dejando a sus espaldas el garrafón de cremas que se ha echado encima. Aprovecho para avanzar con pausa hasta que el agua me cubre los hombros y hago entonces, ahora sí, gala de mis habilidades natatorias, unos largos hacia allá y unos largos hacia acá, estirando mucho los brazos y acompasando el giro de mi cabeza a un lado y al otro, como he visto que hace Tarzán en las películas antes de que venga el cocodrilo a joderle la mañana. Imagino que alguna de las chicas vecinas de nuestra sombrilla, ha debido ya de haber sacado sus prismáticos y debe andar observando mis evoluciones en alta mar, conque aderezo mis habilidades con dos malabarísticas zambullidas tipo Wally y me entrego en cuerpo y alma a una sesión de buceo clásico que me hace salir a la superficie unas seis yardas más allá de donde estaban mi mujer y mi hija. Como no llevo las gafas, todo lo que distingo a mi alrededor es una bruma de formas fantasmales, así que voy avanzando poquito a poco, sonriendo y saludando a todo el mundo con campechana familiaridad, esperando que de un momento a otro me devuelva el saludo una voz conocida.
-- ¡Aquí, papá, estamos aquí!
-- Ya os había visto, cielo.
    Volvemos al campamento base. La abuela sigue dormida, incluso ronca. ¡Mamá!, le grita mi mujer, ¡mamá, que estamos en la playaaa! Mi suegra abre un ojo, sonríe, se retuerce en la butaca y vuelve a quedarse frita. El niño pecoso podría hartarse a placer a bombardearle la cabeza a pelotazos, y ella no lo notaría.
-- Es el tratamiento que tiene -suspira mi esposa-. Son unas pastillas muy fuertes.
    Mi mujer se tumba en la toalla. La niña saca su pala y se entrega con entusiasmo a cavar en la arena. Yo dejo que el sol me seque permaneciendo en pie, mirando de soslayo a mis vecinas mientras me bebo una cerveza. El tío del carrito con los dos paquetes patatas a euro, bocina su mercancía. Una de las muchachas que toma el sol se incorpora unos instantes, se deshace de la parte superior del biquini y deja flotar al viento dos pechos como dos globos de Doraimon. Me atraganto, toso, me meto una varilla de la sombrilla por un ojo y se me sale la espuma de la cerveza por la nariz. El tío de las patatas, ha metido el carrito en la orilla. ¿Por qué no somos aún capaces de observar una teta con naturalidad?, me pregunto. Puede ser porque vienen siempre de dos en dos, no lo sé. Es un tema que tengo que desarrollar un día de estos. ¿Y si vinieran de una en una? O sea, una teta solitaria en mitad del pecho... Soy demasiado aprensivo, debo olvidar el tema.  Me marcho al chiringuito de Los Manolos. Unas cervezas y unas gambas, nada del otro mundo. El chiringuito no ha cambiado, es el mismo al que me traía mi padre hace años. Sigue sonando de fondo el jaleo de los chichos, los gorgoritos de los amaya y el lamento de la pantoja con el pan tostaíto migaíto con café, todo un clásico. Dos cervezas y cinco gambas, siete euros. Todo un clásico.
    Vuelvo al campamento base y ya mi mujer está troceando la tortilla de papas y repartiéndola por los platitos de plástico. Mi suegra anda al fin despierta y se me queda mirando como si no me conociera.
-- Lo gordo que se está poniendo este hombre -dice a mi mujer, señalándome con un dedo.
-- ¿Y la niña? -pregunto, soslayando tan injusto comentario.
-- Abajo -responde mi mujer. Y por unos segundos me quedo en blanco. No la entiendo. Mi mujer señala un hoyo a sus espaldas- No ha dejado de cavar desde que salió del agua, dile algo.
-- Que digo que lo gordo que se está poniendo este hombre -grazna mi suegra de nuevo. La miro. La miro a ella y miro al hoyo y la vuelvo a mirar a ella. Creo que capta el mensaje subliminal que ha surcado mi mente, porque vuelve la vista y se queda callada.
    La cabecita de mi hija asoma a la superficie, con una sonrisa en los labios, arena taponándole las orejas y creo que un trozo de babosa adherido a la frente: ¡Mira qué hondo, papá, lo he hecho yo sola!
-- Vamos a comer, pequeña, y no pienso bajarte la comida con una cuerda. Sal de ahí, anda.
    Me siento en mi butaca, relajado. Oteo el horizonte, como un viejo marino en pos de mundos por descubrir. Dejo pronto el horizonte y observo a mis vecinas, que se incorporan y se sacuden la arena de sus cuerpos esbeltos. ¡Ay, juventud! Se encaminan lentamente a la playa, propinándose empujoncitos, riéndose, meciendo sin decoro sus talles musicales. Me viene a la cabeza algo que le leí a Cela, creo: mujer que al andar culea y las caderas mece, yo no digo que lo sea, pero sí que lo parece. ¡Ay, juventud divina! Y ellas cuatro caminan como diosas. La de la izquierda luce un biquinísimo negro muy ceñido que le aprieta las carnes justito en ese repliegue donde la pierna deja de llamarse pierna y se apellida cachete juguetón, ¡ay, juventud dorada! La de la derecha lleva un tanga diminuto que hace que, a cada paso que da, sus dos glutinosas...
-- ¡Ay, coño! -grito, llevándome la mano a la cabeza, dolorido.
-- Es el tapón de la cocacola, cariño, tiene demasiada fuerza, ¿no crees?
    Almorzamos, bebemos, al tío del carrito de patatas le compramos patatas, reposamos, tomamos el sol, al tío del carrito de palmeras le compramos palmeras, nos damos otro baño, al tío del carrito del bombón helado le compramos bombón helado... Y va menguando la tarde, va menguando el día y retrocediendo como si las olas se lo llevaran tras cada embite. Mengua mi líbido también, porque las cuatro muchachas carnidúctiles hace tiempo que marcharon y su lugar lo ocupan ahora cuatro cachalotes autóctonos que han venido a brindar sus muelles formas al sol vespertino. Conque empacamos en un pis pas el escaso matalotaje, arriamos la sombrilla, plegamos butacas y desplegamos suegra, y en menos que se tarda en contarlo volvemos grupas, más morenos, más cansados. También, es lo justo, más felices.
    Y en el bolsillo de mi camisa, una servilleta arrugada con el membrete del bar Los Manolos y unas notas garrapateadas en ella, que han dado el pié a una nueva entrada en este blog.
   
   

16 comentarios:

  1. Si a eso le sumas las sandias(con sus moscas), la arena mojada entre los dedos de los pies, el aire que se lleva la sombrilla, la puta cometa del primo del pecas, el picazón del colorao final, la vuelta..etc.
    Ay! Si no fuera por aquello que empieza por Ch y acaba en o.

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  2. ¡jajaja, sí, sí! Si el tema daba juego para mucho más, no sabes la de cosas que se han quedado en el borrador, desde las puñeteras algas enredadas en el dedo gordo del pié hasta el tío marcando paquete que está pidiendo pegado a tus espaldas en el chiringuito, ¡pfff! Dejaré una segunda parte para cuando entremos en temporada. Mientras tanto, admitiré sugerencias para crear la lista de las 50 imbecilidades playeras más destacadas. Un saludo.

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  3. Habrá entonces que esperar a la segunda entrega de las escapadas a Chipiona, para conocer el tema en más profundidad, si cabe.

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  4. Jó son verdades como castillos Chipionero.

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  5. Hola Jesús,
    He disfrutado muchísimo leyendo tu Crónica playera.Hay cosas, que casi las estaba viendo...Pobre suegra... ; - )
    Un saludo.

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    1. Gracias por tus palabras. ¡Lo de pobre...! Todavía me estoy arrepintiendo de no haberla dejado amarrada a una de esas bollas que se distinguen en la lejanía, pero en fin.
      Un abrazo cordial.

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  6. La cita a Cela la conocía yo de otra manera menos tolerante, simplemente como refrán, sin autoría conocida: “Mujer que al andar culea, cartel en el culo lleva”. La recogeré, Dios “menguante”, en un especial del refranero español que quiero hacer en mis citas.
    La entrada soberbia, como nos tienes malacostumbrados.
    Un abrazo.

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    1. Me suena que es de Cela, compañero, en todo caso la leí en un libro del desaparecido Jaime Campmany, titulado "El Jardín de las Víboras", y que te recomiendo porque es un compendio de anécdotas, epigramas y juegos literarios que te arrancarán puntualmente una sonrisa.
      Una perla:
      "¿Quién es ese botarate
      que en todas partes se mete?
      Que se llama Cañabate
      y le dicen coño-vete"
      Gracias por tu comentario, amigo, y saludos.

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  7. Jesuuuuus!!!!!! no puedo contigo de verdad, no puede ser aunque el post sea largo que me lo haya tenido que leer en cinco veces de las carcajadas que me entraban y no podía seguir leyendo, joder, que estoy mal sentada y me duelen las costillas de tanto reir. Mira, éste, el de la carta a tu santa y algún otro me los voy a guardar en una carpeta para releermelos y enseñárselos a los amigos porque es que son lo más, que bueno eres pol dios!

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    1. ¡Hermanaaaa....! Que me pones colorado, leches.
      Jaja. Son buenas las iniciativas de este tipo, para recuperar y darle nuevos brillos a esas entradas que teníamos por los rincones más polvorientos del blog. Debiéramos de proponer, cada cierto tiempo, sacar a la luz alguna entrada ya escrita referente a cierto tema o situación, para que no queden relegadas al olvido.
      Gracias por tu comentario, cielo, y feliz como siempre cuando me dicen que he conseguido arrancar unas sonrisas. Eso me llena.
      Besos.

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  8. Yo me descojono, en serio, ya me estaba con la sonrisa puesta en la boca, pero lo de los culitos playeros, los supinos, es que me parto :D

    Qué bueno mozo, bueno no, colosal :D hasta me siento reflejado con lo de la suegra, las tetas... en fin, bestial.

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    1. Pero es así, socio, lo que más hace reír es reconocernos a nosotros mismos en cuanto leemos. Es como entrar en esas atracciones de feria de los espejos, donde nos vemos distorsianos pero nos reconocemos perfectamente.
      Gracias por tus palabras, socio, que son siempre un acicate para intentar seguir haciendo lo que me gusta más que nada: hacer sonreír.
      Un abrazo cordial.

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  9. Hola! Pues yo no te conocía, pero es lo bueno que tienen estas pequeñas convocatorias, no?
    Ha sido una entrada genial, pero genial de verdad
    Es estupendo irse a dormir( es muy tarde ya, ahorita mismo) con una sonrisa en la boca
    Muchisimas gracias, y un placer!

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    1. El placer es mutuo, no te quepa duda. Es lo bonito que tiene esto, ir poco a poco conociendo a gente nueva que comparte una misma afición, sea leer o sea escribir.
      Ni que decir tiene que pasaré por tu blog, porque todos nos aportamos mutuamente algo cuando compartimos unas lecturas... Nos hacemos cómplices en la distancia, y eso es algo que valoro mucho.
      Conque encantado. Gracias por tu comentario y hasta muy pronto.
      Un abrazo.

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  10. jajajaja Que bueno son eso días de playa, Completitos.
    Valió, valió muy bien
    Un saludo

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    1. Como la vida misma, compañero. Y si algo nos hace sonreír, es casi siempre vernos reflejados en situaciones similares que casi todos hemos vivido.
      Gracias por tu comentario y me paso a visitarte en breve.
      Saludos.

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