-- Pero delimitemos la cosa. La cosa es que la muchacha no podía confesar que era hija suya. Esa es la cosa, eh. Porque inmediatamente ella, al enterarse, pondría la ferretería a nombre del chico. Lógico. Yo también lo haría. Es la vida misma. Esa es la cosa. Si la ferretería llega un día a ponerse a nombre del muchacho, ¡mucha atención!, ¿para qué pollas entonces tendría que volver Claudia del Valle a pordiosear por el metro, a enharinarse la cara y a hacer de estatua para arramplar con dos euros miserables, al cambio? A ver. Que alguien me lo explique, porque ahí está la cosa.
Quien así se expresa es Juanjo, exaltado, evidentemente satisfecho de haber alcanzado lo que él piensa que es el meollo de la cuestión: la cosa.
Yo no obstante, sacudo el caletre. No me muestro conforme. En mi impaciencia por replicarle, no puedo evitar espolvorear a mi alrededor una nebulosa poco discreta de migas de pan tostado.
-- ¡Santo Dios! -clamo al cielo-. Pero entonces, ¿para qué cojones se tomaron la molestia de subarreandarle la ferretería a Valentina Domínguez? ¿Me lo podría alguien explicar?
-- ¡Para que Claudia del Valle pudiera vender de una vez la Chary Davidson, pedazo de cretino, parece mentira! -todo esto lo profieren al unísono Gabriel, que está sentado a mi lado y se bebe una tila porque dice que ha amanecido con taquicardias, y Alfonso, sentado frente a mí.
Gabriel me aclara, con un guiño:
-- Como Claudia del Valle hacía de estatua en el metro, con la cara blanqueada y todo eso, ya sabes, sin coscarse un pelo ni pestañear, Carlo Marcelo nunca pudo reconocer en ella a su hijastra, ¿tú entiendes, Jesús?
-- Yo no entiendo, claro que no entiendo -me encabrito, masco, dejo el pico de la viena en el plato y me limpio la boca-. En el primer capítulo pudo verse a Carlo Marcelo conduciendo la Chary Davidson por una calle de Caracas, ¿o no?
Abucheos.
-- ¡Ese no era Carlo Marcelo, idiota! -se carcajea Alfonso.
-- ¡Esa era Juana Ignacia! -se ríe alguien, lejos.
-- ¡Y no era en Caracas sino en Honduras, belloto! -suena una voz más lejos aún.
Acabáramoa ya, joder. De ahí viene el follón, sin duda. Entre una protagonista que se blanquea con harina de repostería la cara porque hace de estatua en el metro y otra que usa casco de competición repleto de pegatinas se encuentre o no se encuentre pilotanto la moto, es justo reconocer que cualquier persona más inteligente y observadora que yo pueda andar propensa a extraviar el hilo de la trama. Al menos, a partir del capítulo ciento trece. Y eso sin contar a la tal Valentina Rodríguez de Mendoza, que ya en el capítulo nueve, si bien recuerdo, metió la cara en un perol donde se freían cortezas de cerdo y anda desde entonces arrastrando la piel de los pómulos por el parquet de su finca ganadera de Perú.
-- Entonces, ¿la del casco es Juana Ignacia? -inquiero, aprehendiendo al fin un liviano rayito de luz.
-- Juana Ignacia es, sí -me confirma Gabriel, me parece que con lástima, hurgándose en las uñas con una cucharilla y diagnosticándome sibilinamente.
Asiento.
-- Y ahora la pobre -arguyo-, tiene que abonarle a doña Eulogia Martín un escaparate nuevo para... ¿no?
Son esta vez carcajadas inmisericordes lo que consigo aupar a mi alrededor. Una silla cae y alguien quiere rajarme media faz con la tapadera de una tarrina de mantequilla. A mi oido viene, proveniente de una mesa cercana, un molesto comentario sobre el tamaño del cerebelo en los palomos de un parque. Pretendo reír, pero ni una sonrisa siquiera puedo esbozar, no me sale, ando turbado, confundido, hay mañanas en que uno se levanta con los reflejos amazacotados.
-- ¡Mejor lo dejas, tío! -se carcajea Juanjo, lleno de desprecio-. ¡Déjalo! ¡Olvídalo! Limítate a los documentales. No pases de ahí. Documentales. Monos, chivos, gacelas, peces globo y esporas. Animalitos y naturaleza. Esa es la cosa. ¡Documentales!
-- Quien estrelló la moto contra el escaparate de la ferretería fué Valentina... Jesús, hijo, entiéndelo: ¡Valentina Domínguez de Sousa!
-- ¡Valentina es menor de edad! -me revuelvo en mi silla-. ¡No puede ni debe conducir motos de gran cilindrada!
-- ¡Ya lo creo que sí, tío! ¡Ya lo creo! -se sulfura Juanjo, saltando de la silla con un respingo elástico y arrojando al suelo platos y tazones-. Mira, chaval. En el capítulo treinta y ocho, y seguramente cuando tú te levantaste y fuiste a meneártela a los servicios, la chica se sacó en media hora el B-2, el B-4 y el C-3... ¡y todos a la primera! ¡a la primera todos, con psicotécnicos que tú no pasarías aunque vivieras mil veces! Valentina Domínguez de Sousa y Trujillo... ¡entérate bien, mequetrefe!, puede conducir tractores con remolque si le sale del mismísimo c...
-- ¡Venga ya! -ahora soy yo quien salta y ataca-. ¡Venga ya...! ¿Cómo puede...?
-- ¡A ver documentales, imbécil! ¡Documentales! ¡Monitos, esporas, peces globo...!
Un corrillo amenazador empieza a rodearme. Tomo un salero de la mesa, dispuesto a defenderme y no dejarme amedrentar... Pero en ese momento se acercan cuatro robustos funcionarios, con las porras en ristre y caras de malas pulgas.
-- ¿Hay problemas, chicos? ¿Hay problemas?
Agachamos la cabeza y nos dispersamos. En ese momento, suena la sirena y salimos al patio. Gabriel marcha a su rincón, a hacer pesas. Juanjo y otros, desde un banco al sol, me miran murmurando entre sí y sonriendo. Alfonso da sus paseos junto a la torre sur de vigilancia, como casi siempre, tomando notas mentalmente para una fuga que tarde o temprano llevará a cabo por tercera ya o cuarta vez.
Yo paseo en silencio, manoseando el salero en uno de mis bolsillos. Quizás pueda cambiarlo por algunos cigarros. La vida en la cárcel es un ejercicio diario de pura y dura supervivencia. Algunos hombres duros lo sabemos de sobra.
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-- Parados a la cárcel.
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No te me vengas abajo. La buena literatura es difícil, pero con perseverancia se consigue. Es cuestión de echarle horas y tú ahí tienes todas las horas del mundo. Para hacer boca con cosas sencillas te recomiendo un par de libros que haran que después te puedas acercar a las telenovelas con menos miedo. Toma nota:
ResponderEliminarCristo versus Arizona de Cela.
La insoportable levedad del ser de Kundera.
La ingenia hidalgo Don Quijote de Cervantes (en Esperanto)
Una vez que hagas a tu mano estos sencillitos libros de literatura infantil, ya podrás mirar sin miedo, aunque con respeto, eso siempre, la televisión de nuestros días.
Me ha sido muy grato darte estos pequeños consejos y serte útil.
Un abrazo compañero y que tengas una horita corta. Aunque esto último se le dice a las embarazadas, en tu situación no lo descarto, que las duchas colectivas son muy peligrosas.
Las cárceles ya no son lo que eran, amigo. Ahora hay sesiones de gimnasia rítmica, citas con el podólogo después del desayuno, depilación gratuita a partir de las doce, telenovela después del almuerzo y cursillos de costura y ganchillo después de la merienda. Y para los convictos del primer grado, risoterapia de ocho a nueve. Se están perdiendo las formas. Y cuando se te cae la pastilla de jabón en las duchas, todos vuelven pudorosamente la mirada y se sonrojan...
Eliminar¿Libro? El viejo del carrito de los libros sólo presta el Hola y las Memorias de la Duquesa de Alba.
Y te aseguro que hay demanda de ejemplares.
Oscar Wilde hoy día, hubiera salido con un moldeador nuevo en el pelo en vez de con una otitis galopante en los oidos.
¡Qué tiempos!
Saludos.
ResponderEliminarPero, ¿cuántos capítulos son?
Me temo que no he leído ningno, jjaja
Por eso estoy perdida con tu entrada.
De todas formas, ten cuidado que también hay hombres demasiado tiernos, como dice Merino.
Besotes.
Me temo que todos nos hemos vuelto demasiado tiernos en los últimos tiempos, amiga. Incluso aquí cuando en una disputa destripamos al compañero, reciclamos los restos, echando los huesos en el contenedor de huesos y las cabezas en el contenedor para cabezas.
EliminarNo somos, no, lo que éramos.
En fin, es la hora de la telenovela.
Un besote y gracias por andar cerca.
jajajaja, qué follón!!!
ResponderEliminarMe he perdido del todo
¿Estás en la cárcel?
Es broma :)
Besos
Estoy en la cárcel, por supuesto, pero nada que ver con Alcatraz, ya ves. Telenovelas y disputas en las que a lo máximo que llegamos es a tirarnos de los pelos unos a otros.
EliminarLos tiempos han cambiado demasiado, cielo.
Besotes, linda.
Reconozco que me hecho la picha un lío :) ahora, yo no me desharía de los libros, pueden servir como arma en las duchas.
ResponderEliminarYa no hacen falta armas en las duchas. Para nada. De hecho, todos aquí tenemos la picha hecha un lío y entonamos canción española mientras nos enjabonamos. Pasaron los tiempos de Alcatraz, compañero. El hombre, en estos últimos tiempos, ha cambiado mucho. Y las telenovelas que nos ponen a mediodía, han terminado de enternecernos del todo.
EliminarUn beso, corazón.
Muy bueno!!
ResponderEliminarA esos "Arturos no seas duro" no les queda otra en la cárcel que ver la tele.
Bueno...si...leer como bien dice Miguel. Pero claro, los hombres duros no leen ¿no?
Cambiar un salero por cigarros ¿eh?.... Fíjate que yo veo más factible usarlo como instrumento de fuga.. :D
Besos
Los hombres duros vemos la tele, amiga. Seguimos las andanzas de un buen culebrón venezolano y mandamos mensajes con la palabra BOCATA CHORIZO a Unicef y asociaciones afines. Decía Machado "Ya no hay locos..." Y ahora la consigna es "Ya no hay machos".
EliminarIncluso nos dejan tener agujas de crochet, eso sí, siempre que no tejamos bufandas que puedan ser susceptibles de usarse como arma de estrangulamiento personal o ajeno.
Hemos cambiado, al fin.
Un besote.
Pobres! que marujos se nos han vuelto, les falta ponerse a hacer ganchillo mientras ven la telenovela...ahhhh! ja ja, leo arriba que algo comentas tú ja ja.
ResponderEliminarSi ya no va a poderse una fiar de que los presos cumplan su papel y adopten sus tópicos, apaga y vámonos ¿de qué podremos entonces fiarnos?
Ya ves, hermana. Basta coger una idea y darle dos vueltas, y sacamos realidad como quien saca patatas de una freidora.
EliminarEn verdad que el tema no era complicado. Desayuno habitualmente con mis "socios de almacén", y me quedo pasmado oyéndolos hablar de telenovelas. No he inventado nada. Palabra.
Besotes.
Sin mili y sin una cárcel como Dios manda, ¿dónde van a hacerse hombres nuestros hijos? Qué bajo hemos caído.
ResponderEliminarUn abrazo, Jesús.
Eso pienso a veces, compañero, que estamos criando a una juventud demasiado amariconada... A mí personalmente la mili me la repampinflaba tanto que me daba igual hacerla de infante que de legionario que de boina de lunares. Total. Me iban a joder lo mismo...
EliminarY hoy veo a chavales que me sacan tres cuartas de estatura, pero que no me aguantan una mirada...
Ya te digo.
Mariconetis aguda.
Un abrazo.
Si la originalidad es el estigma del genio, el tatuaje indeleble de los verdaderos artistas, ya no puedes disimular por más tiempo, Jesús. Este relato es digno de una antología.
ResponderEliminarUn abrazo.
Este relato, compañero, no demuestra otra otra cosa sino que la realidad sigue superando siempre a la ficción. Al igual que tus comentarios son siempre dignos de agradecer, pero a más de agradecerlos no puedo sino darte las gracias por valorar algo que estaba ahí:he descrito una foto o he hecho una foto. No le veo más valor.Estaba ahí y disparé.
EliminarAunque, desde luego, tus palabras son siempre un chupito de vanagloria y grande satisfacción.
Gracias.
Aunque no te lo creas, en algunos países americanos como Colombia, pueden quitar de la carcel lo que quieran, pero como quiten la televisión para ver las novelas hay motín seguro, en serioooo.
ResponderEliminarCuando he estado en Panamá estaban poniendo una colombiana sobre Pablo Escobar, el narcotraficante y en colombia se quedaban las calles vacías para verla, ni te digo en las cárceles. :D
Besazo
Es lo que tiene escribir cosas de Humor.
EliminarQue casi siempre aciertas... Será por eso por lo que la realidad supera a la ficción... Y será por eso por lo que me gusta escribir cosas de Humor; porque es de las pocas maneras que hay de describir la realidad sin mostrarla demasiado cruda.
Gracias por tu comentario, de por sí muy interesante. Ya ves.
Lo que aquí era un chiste... allá a lo lejos es Seriedad.
Besos.